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– ¿Te gustaría conocer a Pablo Escobar... si estuviera vivo?
Miguel Ángel Revilla tarda unos segundos en reaccionar. Hasta ese momento las preguntas de los chavales se estaban ajustando a lo acostumbrado: que cuántos años lleva de político, que qué tal es Pablo Motos, que cuánto gana –«3.500 euros al mes por doce pagas, neto»–, que cuánto va a durar la guerra de Ucrania...
– Hombre, me habría gustado tener la oportunidad un día de verle y decirle: ¿Tú eres consciente de la cantidad de gente que está muriendo por tu culpa?
– Pero mataba a los ricos para dárselo a los pobres –argumenta el muchacho–.
– ¡No me digas que te cae bien! ¡Eso es infumable!
– Es que es colombiano –explica uno de sus compañeros, como disculpándolo–.
El presidente regional actuó esta mañana como anfitrión en el Parlamento, donde recibió a un grupo de alumnos de sexto de Primaria de los Escolapios –once años–, que tuvieron la oportunidad de ver dónde se toman las grandes decisiones políticas de la Comunidad y de hacerse más o menos una idea de a qué se dedican sus señorías. Pero después de que les contasen cuántos diputados hay, cuántos partidos políticos están representados en la Cámara y en qué orden dicta el protocolo que se coloquen las banderas de las distintas regiones españolas, había llegado el momento de las cuestiones que realmente les preocupaban.
– ¿Tenéis algo contra Navarra?
– ¿Cómo?
– Que si tenéis algo contra Navarra. Algunos de mi clase lo tienen.
– ¡A mí me encanta Navarra! –exclama Revilla–, antes de detallar su entusiasmo por sus espárragos, sus verduras, las jotas, Pamplona...–. ¡Navarra es un lugar maravilloso!
– Bueno, a ver: hay sitios y sitios –matiza la interesada, para dejar las cosas en su justo término–.
Las visitas de colegios al Parlamento son una actividad habitual. La idea es que de este modo los alumnos de los centros de la región pueden familiarizarse con las instituciones y su funcionamiento y de paso conocer a los representantes políticos. Todos los parlamentarios, por turno, actúan como cicerones.
Revilla, como veterano que es, se maneja bien con todos los públicos, aunque en esta ocasión le costó un poco más dar con la tecla. Empezó contándoles sus duros tiempos de estudiante en los Salesianos, cómo le tildaron de gorrón por equivocarse y comer en el comedor –otra de las historias que aparecen en su más reciente libro–. Aprovechó las primeras preguntas de los niños para hablarles del comienzo de su vocación política, de la autonomía de Cantabria... hasta de las cuitas ferroviarias de la región –«¿Quién será el idiota que hizo un proyecto que no cabían los trenes por el túnel?»–.
Una vez repasados los asuntos locales, los temas internacionales:
– ¿Por que España no va a la guerra con Ucrania?
– Hay que andar con mucho cuidado. Hay una guerra, pero nadie está interesado en que sea una enorme guerra: en un conflicto global, ahí ya no tiran bombitas, tiran bombas atómicas.
A partir de ahí, un debate de geopolítica. El presidente confía en que en algún momento se empiece a hablar de paz, consciente de que «todo el mundo tendrá que ceder algo»; después, un intercambio de opiniones sobre qué pasaría si empiezan a lanzarse bombas nucleares.
– ¿Te apetece ir a la Comunidad Valenciana?
– Síiii. Yo hice la mili en Valencia. Fui sargento de cocina.
De aquella experiencia, detalló, obtuvo un conocimiento de los peculiares gustos gastronómicos levantinos. «Comían muchos bocadillos. ¡De sepia! ¡Con salsa!». También se dio cuenta de que no bebían vino en los bares –asegura que una vez pidió un tinto y le sacaron un 'quinto' de cerveza–, y de que a los valencianos había que sacarles un plato de aceitunas con la comida.
Dicho de esta manera, cualquiera podría pensar que el encuentro de los chiquillos con el presidente resultó pura chifladura, pero entre tanto diálogo surrealista se colaron los autoritarismos, los populismos, el terrorismo, Europa, el Estado de Derecho, el Estatuto de Autonomía... píldoras de democracia que los niños pueden digerir sin grandes problemas. «¿Vosotros tenéis sensación de miedo, de que aquí puede haber un golpe de Estado, que puede venir alguien y nos quite lo que tenemos o cambien las normas? Pues no».
La clase, por lo menos, se quedó conforme con lo que Revilla les dijo. Tuvieron ocasión además de denunciar injusticias como la de aquel examen en el que entraron cosas que no habían explicado, y se fueron del hemiciclo con una foto de grupo y un autógrafo del presidente. Él, por su parte, comprobó todo el trabajo que le queda por hacer después de que apenas dos manos se levantaran cuándo les preguntó si habían oído hablar del Partido Regionalista.
«Nos ha gustado mucho la visita y Revilla es muy majo», resumía una de las chicas. Con ellas, el compañero colombiano.
– ¿Plata o plomo? –le pregunta el periodista–.
– Plomo.
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