
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El titular del Juzgado de lo Penal Nº 2 de Santander, José Hoya Coromina (Madrid, 1956), recibió durante la reciente apertura del año judicial en ... Cantabria un reconocimiento por sus 25 años de trayectoria profesional. Una carrera que comenzó en la empresa privada, en una compañía de seguros en la que trabajó como abogado durante más de dos décadas, en concreto, como jefe de los servicios jurídicos, y que dio un giro hacia la judicatura, en los años noventa, cuando recaló en Tolosa (Guipúzcoa). Allí permaneció hasta 2003, año en el que abandonó el País Vasco por las amenazas de ETA, y en que vino a Cantabria, donde ocupó, primero, la plaza de titular del Juzgado de Instrucción Nº 1 de Santander, y, después, su actual puesto en el Juzgado de lo Penal Nº 2, que se encontró «muy hundido» y consiguió reflotar.
–¿Cómo fueron sus inicios como juez? Los periódicos de aquella época recogen que recibió cartas en las que le «invitaban» a abandonar el País Vasco por desconocer el euskera.
–Fue una etapa muy dura. Recibía bloques de cartas con todo tipo de amenazas, incluso de muerte. Fui objetivo de ETA. Aquello era muy duro y había que vivirlo. Fui el que levantó el cadáver de López de Lacalle (periodista y activista que fue asesinado en 2000 por ETA), entre otros muchos asesinados. Tuve un comando detrás de mí, al que cogieron porque hice de liebre. En el 98 era el decano de Tolosa y era el único juez titular; cada vez que había entradas y registros de la Audiencia Nacional tenía que estar allí.
–¿Y cómo afrontó esas amenazas de muerte?
–En aquella época estaba solo, me había divorciado. En el País Vasco no se podía estar con nadie entonces. Siempre me negué a tener escolta y me encargaba de mi propia seguridad. Iba andando por la calle, mirando siempre los escaparates por si veía a alguien detrás de mí. Solía tomar el café en una terraza y si había alguien esperándome fuera de casa, salía por el parking y cogía el autobús, que era lo más seguro porque ahí no había atentados.
–¿Cuántos años estuvo así?
–Varios, pero fue a peor porque como no había magistrados tuve que irme a la Sección Primera de la Audiencia de Guipúzcoa siendo juez en comisión de servicio. Luego ascendí a magistrado y fui a la Sección Segunda de la Audiencia, donde estuve tres años. El problema es que tuve un fallo de seguridad. Entré con mi coche a la Audiencia, cogieron la matrícula y mandaron a mis hijas cartas con una bala. Entonces decidí irme del País Vasco.
–De ahí vino a Cantabria, donde parece que se ha asentado.
–Sí, ya había echado raíces previamente. Tengo una casa en Pido (Camaleño) desde que trabajaba de abogado, hace 26 años. Me siento lebaniego y de aquí no me voy a mover a pesar de tener casa en Madrid. Mi intención es jubilarme el 7 de mayo de 2025, aunque hay proyectos e intenciones de alargarnos la estancia aquí.
–¿No se ha planteado un ascenso en los últimos años?
–Podía estar en la Audiencia, pero no tengo un bueno recuerdo de mi paso por San Sebastián. Una Audiencia es más complicado porque tienes que aunar voluntades. Aquí eres tú el que resuelve. A mí me gusta razonar mucho las sentencias y explicar por qué decido cierta condena o la absolución. Pero tengo claro que la Justicia nunca puede estar bien valorada cuando eres el fiel de la balanza, porque no damos siempre la razón, ni subvenciones. Estamos siempre jugando con lo más sagrado de las personas: el patrimonio y la libertad.
–Imagino que con tantos años de experiencia tendrá cientos de anécdotas.
–Pues recuerdo dos casos que no se me olvidarán jamás. Uno fue el de un levantamiento de un cadáver en el Río de la Pila. Una señora decía que su hermano estaba malo y le estaba echando agua caliente porque le notaba frío. No era consciente, por su demencia, de que estaba muerto y se estaba descomponiendo el cuerpo. Otro caso, más dramático, tuvo que ver con un señor que tenía el síndrome de Diógenes y les daba a sus padres comida con moho, a pesar de tener muchísimo dinero. Tuvimos que sacar a los progenitores de la casa y les llevamos a una residencia.
–¿En qué ha cambiado la Administración de Justicia desde que empezó hasta ahora?
–Hemos ido a mejor porque tenemos muchos más medios, sobre todo los informáticos. Ahora esto es mucho más serio, pero también hay defectos.
–¿Se refiere a la tardía respuesta de la Justicia?
–En mi juzgado no. Mi esfuerzo siempre es el mismo: intentar por todos los medios que sea una justicia pronta y rápida. Intentar dar solución a los conflictos lo antes posible. Además, no soy partidario de coger lo fácil y dejar lo difícil para el final. Al contrario.
–El problema es que las huelgas han acrecentado esa pendencia general.
–Sí, ahora estamos haciendo un esfuerzo brutal porque tendría que llevar unas 200 sentencias y estoy en 130. De aquí a fin de año el esfuerzo va a ser bestial porque queremos llegar al mismo volumen de años anteriores. De todas formas, el problema de la huelga es la indefinición de las funciones de cada funcionario.
–¿Cree que hay que cambiar el sistema para que la respuesta de la justicia sea más ágil?
–Estamos con una Ley de Enjuiciamiento Criminal del siglo XIX, y una falta de medios... como espacios donde celebrar juicios. Tenemos ahí la Residencia Cantabria, que se podía aprovechar para habilitar espacio... Hay que cambiar la ley, pero los políticos no se van a poner de acuerdo. Y luego la Justicia es lenta porque le damos a las partes muchísimas garantías, de recursos y recursos... Eso dilata. Además, creo que este país tiene que empezar a pensar un poco más en las víctimas y distinguir entre la insolvencia y la indigencia.
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Ana del Castillo
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