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Tras un invierno pluvioso estalla una primavera alborotada y los ciudadanos salen a la calle con un ánimo inquieto, poco convencional. No pasean, se manifiestan. Este año acontece un fenómeno insólito: no se resignan a la contemplación, ya no recorren el muelle embelesados con el ... marco incomparable de la bahía, ahora también urbanizada –nada escapa a la hormigonera del poder– por los protestados espigones. Se ha roto el hechizo, se ha quebrado el éxtasis que tanto confort e inmunidad ha proporcionado a nuestras autoridades. Es un abril desobediente. Pensionistas, médicos de urgencias, afectados por el MetroTus, indignados por las escolleras de la Magdalena y hasta los cazadores –nos reprochan que nos escandalice su afición a matar animales por entretenimiento– someten Santander a un intenso ritmo de proclama y pancarta. Justicia poética. Pareciese una reacción a la desmesura del trampantojo. Tras tanto tormento infográfico –ascensor del Chiqui, La Remonta, las estaciones nunca soterradas finalmente cubiertas con tejavana– ahora dibujamos nosotros los carteles.
Faltan por sumarse –quizá opten por manifestarse directamente en las urnas– los perjudicados por el calendario escolar. Seguirá –argumentan– porque no ha provocado ningún efecto «alarmante». Probablemente menosprecian las consecuencias en padres, abuelos y demás familia salpicados por un experimento que, de momento, no ha mostrado ventaja pedagógica alguna. No se ha confirmado que los niños saquen mejores notas. Si parecen estar más felices muchos profesores y sobre todo los sindicatos. Que es a quienes, al parecer, hay que contentar para evitar camisetas de guerra. No obstante, la comunidad escolar ha podido opinar en una encuesta. También pudimos pronunciarnos sobre los espigones de la Magdalena en una carpa expositiva. Extraña que las autoridades consideren vinculantes estas consultas, más arbitrarias que el referéndum de independencia catalán. Al turbulento abril se suma el promotor de los conciertos en la Magdalena, repudiado por el Ayuntamiento desde que se derrumbó su reputación en la calle del Sol. Amenaza con llevar el festival fuera de Santander. Qué importa Pablo Alborán cuando aquí truenan las canciones protesta de Chema Puente. Al centro de Santander queremos ir de un tirón y que quiten el espigón.
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