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Luis Alberto Lacalle, presidente de Uruguay entre 1990 y 1995, muestra el sello de oro que lleva en su mano izquierda, un anillo que perteneció a su abuelo materno, Luis Alberto de Herrera, célebre mandatario del Partido Nacional y artífice del 'herrerismo'. Así que el ... anillo es como una carta de presentación. Pero, además de nieto, Lacalle es padre de un candidato a presidir la República: su hijo, el senador Luis Lacalle Pou, se presentará a los comicios de 2019.
En Santander, el expresidente ha participado en el 'IX Programa para el Fortalecimiento de la Función Pública en América Latina' que organiza la Fundación Botín. En el programa hasta se ha encontrado con allegados de políticos que conoce. «Es muy familiar la vida política uruguaya, sobre todo, en el Partido Nacional, y, sobre todo, en el 'herrerismo'».
España, por ascendencia y relación, «no le es ajena». Sobre figuras de la política nacional se refiere a un amigo, Manuel Fraga; sobre la coyuntura del país, a la situación en Cataluña: «la vivimos como un drama». Enérgico, por momentos irónico, reflexiona aquí sobre el escenario político.
–¿Qué mensaje les ha trasladado a los 32 alumnos del programa?
–Traté de hacer una cosa muy práctica. Me preocupa destacar el hecho de que los gobernantes administramos dinero de los contribuyentes, que eso en EE UU, Inglaterra y los países sajones está más claro para los ciudadanos;el 'tax payer'. En los países iberoamericanos, no sé en España, la gente piensa en el dinero del Estado como si hubiera un gran cacharro de dinero que no se sabe cómo se llena. Yo pienso con la 'magna carta', de 1215. Vamos a la base. Somos ciudadanos, pero fuimos primero pagadores de impuestos, y cuando nos dimos cuenta que eso tenía que ser a través de nuestros representantes, entonces fuimos ciudadanos. Ahí siempre tengo una pica con mi amigo Julio María Sanguinetti. Si no vamos a la base, la concepción del servicio público es como ser dirigente del Barcelona, del Real...
–Solo un gestor...
–Un gestor, y le quitas lo trágico de la vida: que las necesidades son siempre más grandes que los recursos, el uso del poder... Les traté de transmitir a los alumnos que el poder, hoy, está de tal manera difuso que ya no es poder ejecutivo, legislativo y judicial;ya no son los medios, los poderes económicos y financieros, ya no es el sindicato. Con las redes, el poder se ha pulverizado. Hay creencia de que eso ha sido para mejor, pero todo adelanto tiene su otra cara: el foro público también se ha convertido en una casa libre donde se dicen grandes barbaridades, y se repiten cosas sin posibilidad de contestarlas.
La ecuación del poder tiene sus viejos componentes −militar, económico, sindical...−, pero ahora tiene esta pulverización. Los partidos y los poderes institucionales tienen una supremacía, hay que recuperar eso. Aún en el desprestigio que hay hacia nuestra profesión, sigue siendo ineludible que el poder político es el único capaz de aprobar actos-regla, los que hay que obedecer. El Parlamento, las Cortes, el poder ejecutivo, el judicial: sus actos son de cumplimiento obligatorio. Ahí es donde tenemos que trabajar para mejorar. Si le agregamos la presencia de los poderes malignos, como el narcotráfico, el terrorismo, estamos ante un momento en el que hay que volver a estudiar el poder en sus orígenes, volver a los clásicos, volver a leer, volver a adecuar los principios de la república al tiempo moderno.
–Hablaba de una 'profesión' política denostada. ¿Es una profesión, hay que profesionalizar el acceso?
–Hay varias maneras de pensarlo. Existe el político profesional. Yo lo soy: ejercí de abogado durante nueve años cuando la dictadura, he vivido como funcionario público, como servidor público. Nos cuesta decir servidor porque en español tiene una connotación fea, pero lo somos. Es muy bueno que, junto a nosotros, que somos los cuadros políticos, entren y salgan otros partícipes del drama político; esa gente que un día, con tremenda generosidad, deja su profesión para dedicarse a esto. Quienes entran y salen son como ventanas de refresco. Si estamos solo los cofrades y nos encargamos de hacer muralla, se produce el alejamiento del dirigente político de la realidad.
Hoy desarrollamos otros conceptos: la base de la actividad política es conocer la realidad sobre la que uno pretende operar. A su conocimiento se llega a través de los auxilios técnicos −sociología, derecho, ingenieros...−, pero eso no sustituye el barro en los zapatos. Como dijo el Pontífice Francisco: quiero una iglesia con olor a oveja. Y yo que he trabajado con ovejas casi toda mi vida y me ha encantado, veo esto muy gráfico. Les he dicho a los chicos: van a tener estadísticas sobre pobreza, indigencia, desempleo. Es necesario saberlo, pero eso no sustituye a que se reciba a una persona que no tiene empleo, que no lo va a tener mañana como no lo tuvo hoy. Les digo: si no entran en el contacto personal se pierde una parte esencial para mí, una parte esencial de la formación del gobernante es embarrarse los zapatos. Eso enseña mucho.
–Escribía en una de sus columnas de prensa sobre la decadencia de los amortiguadores sociales. ¿A qué se refiere?
–Se han perdido los amortiguadores sociales que son los que permiten la convivencia con el que piensa distinto, o con el que me enfrento en una cancha de fútbol. Cuando éramos novios, íbamos mi mujer y yo al estadio y nunca nos pasó nada; ahora no se puede ir, salvo si se tiene el deseo de pasar un mal rato. El lenguaje público en los periodistas ha bajado de calidad. Son los amortiguadores los que hacen que la vida funcione en el conflicto.
–Pedía en esa columna que las campañas electorales estuvieran exentas de insultos y calumnias.
–Las redes tienen una gran parte, para la calumnia son... He leído cosas increíbles sobre mí, sobre mi mujer. Quise poner un aviso a navegantes:vamos a no lastimarnos demasiado, al final hay uno que va a ganar y va a ser el presidente. Le damos un sentido apocalíptico a una elección, y es solo un cambio de gobierno, a veces profundo, pero no es el fin del mundo.
–Escribió en su cuenta de Twitter en 2010: Sumándome a esta nueva ola de comunicación. Luego ya no escribió más. ¿Por qué?
–No tengo Twitter, ni 'whatsapp'. Soy un tipo moderno, pero veo el estriptís de Macri o Trump y no lo puedo creer. El poder tiene que tener distancia, que no lejanía. Si el presidente habla todos los días es como el cuento del lobo. Si tuviera que dar un consejo al próximo presidente le diría:sí, pero cuando valga la pena.
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