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Con 35 años, Neydis tenía su vida prácticamente resuelta en Venezuela. Enfermera de profesión, casada y con un hijo, «no nos faltaba de nada y vivíamos se puede decir que bastante bien». Por eso cuando todo se truncó, el trauma fue mayor. «Si lo has tenido todo y de pronto te encuentras con que lo has perdido, el impacto psicológico es tremendo, sobre todo para los niños», cuenta.
Las cosas se complicaron hasta límites inverosímiles. «Si un día comprabas detergente no te daba para adquirir alimentos, y eso cuando tenías acceso a ellos. No podíamos seguir en esa situación y menos con un niño pequeño, así que huimos como pudimos».
Tuvo Colombia como primer destino. Atravesaron ríos y trochas hasta alcanzar el destino, pero una vez logrado, se encontró con el desengaño. Latinoamérica es ahora un polvorín y la situación allí no es la mejor. «Colombia es el cuarto trastero de Venezuela, hay mucha gente que ha emigrado y la cosa se complica», así que no le quedó más opción que mirar al otro lado del Atlántico. Apenas conocía España; sólo había visitado Tenerife y en régimen vacacional.
«Llegamos a España el 24 de diciembre de 2017, fue una Navidad difícil». «Tuve la suerte de haber conocido a una amiga muy buena que nos ha ayudado y nos ha prestado alojamiento durante un tiempo. Si no fuera por ella, no sé qué hubiera sido de mi hijo», explica.
Vive con su hermana en Maliaño, que también tiene un hijo pequeño, y ambas están solas. Sus maridos buscan sustento en Madrid, y les está resultando muy difícil. «No imagino lo que hubiera pasado si hubiera tenido que dormir en la calle. Conozco gente que lo ha hecho pero no sé. Yo es que con un niño pequeño...».
Hace tiempo que consiguió arreglar su tarjeta blanca, la que acredita estar en proceso de regularización -en este caso, camino de registrarse como protegida internacional con carácter humanitario- pero en ese lapso de seis meses, le está prohibido trabajar.
«No es que quiera hablar mal de España porque sólo puedo tener agradecimientos hacia un país que me ha recibido con los brazos abiertos y me está dando una oportunidad, pero sí que hay cosas que no comprendo muy bien. No tiene sentido que me dejen vivir aquí pero no me dejen trabajar. ¿Lo lógico no sería dejar a la gente ganarse la vida, pagar sus impuestos y evitar tener que dar ayudas?», argumenta.
Además, en su condición, resulta muy complicado reunir las condiciones para ser beneficiaria de dichas ayudas. «Sea para alimentos, para el alquiler o para lo que sea». «Es algo irónico porque en el colegio a mi hijo le han dicho que lleve cosas para el banco de alimentos y soy yo la que alguna vez he tenido que recurrir a ese banco porque las cosas, de cuando en cuando, dependiendo del mes o la semana, se ponen muy difíciles», confiesa. Precisamente en ese lugar le han rechazado más de una vez.
«No sé, no entiendo muy bien los criterios que tienen. Se conoce que como no te ven mala pinta, no consideran que tengas derecho a ello; pero es que puedo tener iguales o peores problemas que otras personas a las que sí les dejan pasar», protesta.
Tendrá que aguardar aún un tiempo hasta lograr la tarjeta roja, que otorga licencia para firmar un contrato laboral. Y en este caso su frustración es aún mayor. No puede demostrar su formación de origen.
«Soy enfermera de profesión, tengo tres años de carrera y no puedo acreditarlo aquí porque no tengo un certificado de calificaciones. Tampoco tengo permiso de trabajo y he hablado con responsables de residencias de ancianos que me dicen que encajaría perfectamente en su perfil de empleada porque yo estoy especializada en geriatría y pediatría. Es muy frustrante», revela.
Tanto o más que ver cómo los rostros familiares quedan confinados en una pantalla de ordenador. «A veces llegamos a estar conectados hasta en cinco pantallas», lamenta. «Tengo familia en Madrid, en Venezuela, en Perú y Ecuador. Lo peor es que llega Navidad y podrías pensar que al año siguiente todo será diferente. Que las cosas se arreglarán y nos podremos juntar; pero en el fondo sabes que eso no depende de ti, que a veces es cuestión de la suerte, de cómo se vayan dando las cosas, y al final es eso lo que te parte el alma».
Neydis mira al horizonte con ojos esperanzados. Se sabe una mujer fuerte y confía en que su tenacidad tenga recompensa. «Algún día espero poder traer a mis padres. Es algo que deseo y sé que voy a tener que trabajar mucho para reunir el dinero necesario para traerlos. No pueden quedarse allá, desde luego que no».
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