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Patio de vecinos

Patio de vecinos

Mesa de redacción ·

Teresa Cobo

Santander

Martes, 24 de marzo 2020, 17:01

Qué tremendamente contagioso es este petardo de virus que nos ha tocado. Qué asco de microbio. Han pasado tres meses desde que el SARS-CoV-2 inició sus fechorías en un mercado mayorista de pescado, marisco y animales vivos de la ciudad china de Wuhan. Después de utilizarnos como medio de transporte, lo tenemos llamando a todas nuestras puertas. No abran. Resistan sin salir. No se confíen aunque no lo vean al acercar el ojo a la mirilla. Sigue ahí agazapado, paciente, invisible y asesino. Hoy vamos a dejar al bicho fuera de esta carta, sólo por el placer de hacerlo.

Hoy este espacio va a ser un patio de vecinos, que es en lo que ha convertido la pandemia a este país, en un inmenso patio de vecinos que resisten y quedan cada tarde en ventanas y balcones para aplaudir a los que luchan fuera y para infundirse fuerza mutuamente. Diez días de aislamiento. ¿Cómo lo llevan?

Nuestro director, Íñigo Noriega, nos pregunta si nuestros bloques han comenzado a vibrar de hiperactividad igual que el suyo, asombrado por el frenesí que ha poseído a sus vecinos. «Unos dando martillazos, otros limpiando compulsivamente la terraza, alguno vaciando el trastero o sacando de todo al descansillo...». Ese delirio suele desatarse los fines de semana, cuando las familias están en sus viviendas al completo.

Álvaro Machín, uno de los periodistas más callejeros de Santander, acusó la claustrofobia sabatina y dominguera. «He pasado la aspiradora a toda la casa, he fregado dos baños, he cortado todos los bordes del jardín y he rastrillado el césped. Por favor, que llegue el lunes ya», clamaba. Y después, al garaje a golpear el saco de boxeo. Siempre tiene en mente a alguien cuando le asesta puñetazos. Si quiere desahogarse ahora, que piense en el maligno bicho y lo machaque.

Pero salir no es ninguna bicoca. Hay que acercarse al foco de la noticia. «Cada vez da más miedo. Ayer sentí cierta angustia en el aeropuerto. Llevaba guantes y mascarilla y estuve a tres metros del que más cerca. Venía la gente de Bruselas y creo que algunos no eran conscientes de lo que se iban a encontrar. Y eso que en Cantabria aún estamos en una mínima parte de lo que nos va a venir», se sinceraba Machín, que aún ve demasiada gente por las calles. «No es sólo el que incumple, que eso es lamentable. Me temo que, sin querer, de forma inconsciente, te falta cualquier cosa en casa y tienes una urgencia por salir que no tendrías normalmente». Esto les sonará.

Y esto también. Noriega espera con emoción el momento de sacar la basura a la calle. «Lo suelo retrasar para mayor deleite». Y como siempre sube y baja las escaleras a pie porque hay que aprovechar para hacer ejercicio, encuentra motivos de interés en el camino: el hombre que deja los zapatos en el felpudo, la mujer que restriega con desinfectante su parcela de descansillo... Aventurillas de la era del confinamiento.

Muy importante lo de hacer deporte doméstico. Ana del Castillo, un junco que se dobla pero siempre sigue en pie, persevera con sus acrobacias familiares, en las que participan sus hijos Aitana y Roi, que estaría bien que las practicaran a la vista de los vecinos, porque un poco de circo de terraza sería muy agradecido en estos tiempos. Pilar González sigue métodos relajantes: veinte minutos de yoga por cualquier parte de la casa y quince de lectura en el balcón. ¿Has probado a hacerlo al revés, Pilar, el yoga fuera? A mí es que me entretiene mucho observar a mis vecinos, que aunque no hacen gran cosa, nada puedo reprocharles, porque tampoco cabe esperar de mí ni malabares ni canciones ni piruetas. Suerte la de esos barrios en los que tienen un artista que sale cada día a las ocho a su balcón a regalar una sentida pieza al vecindario.

Como conjunto humano y como empresa, en El Diario se nos ponen las cosas más difíciles a medida que avanza el coronavirus, como a ustedes. Estamos en fase de escalada. Pero, mientras seguimos peleando en equipo, queremos que se sientan parte de nuestro patio de vecinos y que compartan con nosotros vivencias más livianas que nos distraigan un poco de tanta calamidad. De vez en cuando hay que pararse y respirar. ¿No tienen ya complejo de Jeff, el fotógrafo confinado en su casa por una pierna rota, el de 'La ventana indiscreta'? Yo a veces hasta creo hablar con la voz del doblador de James Stewart, y alguna vecina ya me ha cerrado sus cortinas. Siempre me quedarán las videoconferencias, porque mis compañeros abren ventanitas virtuales, y así puedo asomar un poco a sus hogares. Casi todos tienen librerías. Me gusta el mapa de José Luis Pérez, la bodeguita de Aser Falagán, las fotos de Lola Gallardo, el chándal azul de Paco Fernández-Cueto y, sobre todo, el gato dorado de la suerte que saluda con su brazo articulado sobre la estantería del jefe de diseño, Marc González. Es que se me ha metido en la cabeza que, mientras vea ese vaivén de fondo, todo irá bien. Son cosas del encierro.

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