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El 29,7% de los pensionistas cántabros recibe menos de 8.200 euros al año. En términos absolutos son unas 44.316 personas que hacen malabarismos con las cuentas para llegar a fin de mes. Datos como estos alimentan la indignación de un colectivo que el pasado 17 de marzo reunió en el centro de Santander a más de 25.000 personas para «ganar» la batalla por unas pensiones «dignas» y que hoy sale de nuevo a la calle. Después de años de estancamiento, la revalorización del 0,25% de las prestaciones que anuncia el Gobierno parece no convencer a nadie:«Se están queriendo reír de nosotros», critican algunos. Otras medidas, como la que plantea eximir del IRPF a los pensionistas que ganen menos de 17.000 euros, despiertan desconfianza:«cuando lo veamos», avanzan los escépticos.
El Diario ha querido comprobar el pálpito de quienes se encuentran en esta situación y ha buscado cuatro perfiles diferentes:un viudo con necesidad de ayuda a la dependencia por enfermedad;una mujer extranjera con pensión de viudedad;un matrimonio que cobra sendas prestaciones contributivas y una mujer viuda que se encuentra en situación parecida.
Todos critican «la desvergüenza» de los políticos, «que son incapaces de hacer las cosas bien para darnos algo que nos hemos ganado durante toda la vida con las cotizaciones», aseveran. Dicen haber salido del «letargo de la resignación»;aunque no defienden una protesta ciega. «No tiene derecho a la misma pensión quien ha trabajado y quien no», matizan.
Justina Rimayor 74 años. Cobra 639 euros por la pensión de viudedad desde que hace dos años y medio murió su marido.
A sus 73 años, Justina Rimayor está muy desengañada. «Es una especie de decepción. Sientes que has pasado toda la vida luchando por algo y al final es dificil lograr cosas;y encima ahora parece que quien sale a la calle lo hace por primera vez. Pues no. Yo estuve batallando por mis derechos mucho antes de todo esto», asegura.
Si ella tuviera la batuta de Gobierno «retiraría tanto gasto militar y lo destinaría a pensiones», confirma. Hace las cuentas cada mes para sacar el mayor partido a los 639 euros que recibe; «pero no hay manera de cuadrarlo. Ahora justo estoy pagando 160 euros de escalera por una derrama para una obra. Luego cuenta con que hay que pagar los gastos de la casa, la comida, que la última vez que fui a comprar cuatro cosas dejé 60 euros. Vamos, que tengo la suerte de que me ayudan mis hijas. Si no, imposible», confiesa Justina, que perdió a su marido, sindicalista, hace algo más de dos años y medio.
«Lo de él fue una injusticia tremenda. Trabajó desde los 16 años y cuando cerraron las navales de El Astillero, le echaron a la calle. Después tuvo que mendigar trabajos y al final lo obligaron a jubilarse a los 55 años con la cotización del paro», lamenta. «De nada sirvieron los 39 años que cotizó bien».
Por suerte, no tiene vicios. «Tan solo me gusta ir de vez en cuando al cine Los Ángeles, que cuesta 5 euros»;aunque echa de menos viajar «como lo hacía con mi marido», comprar alguna cosa más o «comer mejor».
No siente ninguna simpatía por el actual Gobierno de España. «Más bien todo lo contrario». «Me parece ridículo que quieran subir las pensiones un 0,25%. Es para cogerles, y vamos...». Pero no será ella la que salga a la calle otra vez. «Ya digo que yo he peleado mucho en mis años jóvenes junto a mi marido. Mucho, mucho. Ahora que peleen otros, que a mí me duelen los huesos. Y no vale salir a la calle a montar una fiesta, hay que creer que servirá para cambiar las cosas».
Rosa Sebástian 51 años. Cobra una pensión de viudedad que no supera los 600 euros.
Necesito un trabajo ya!», exclama. Dice que con su pensión, de 600 euros, «apenas me da para vivir, de verdad. Es imposible organizarse así», protesta. Tal es la dificultad que «en más de una ocasión tengo que recurrir al banco de alimentos de la Cocina Económica de Santander. Allí nos dan puntos que se pueden canjear por arroz, huevos, etc», confiesa.
Al desgranar las cuentas de cada mes enseguida consume los 600 euros:«Primero el alquiler de este piso, que es más de 250 euros, luego le envío a mi hijo, que está en Barcelona, otros 250 euros. Solo tengo uno, cómo no lo voy a ayudar. Luego hay que pagar la luz, el agua, los impuestos... ¡No me da la vida!».
Rosa nació hace 51 años en Luanda, capital de Angola. A los 3 viajó con sus padres a Salamanca. Cuando ellos murieron, «quedé a cargo de las monjas, pero a los 18 años me fui porque no aguantaba más». Poco después tuvo a su hijo y con 34 años se casó. «Solo tres meses después me quedé viuda», recuerda. Y desde entonces cobra esta pensión.
«He trabajado de varias cosas: en el hogar, de manipuladora de alimentos en una cadena de supermercados y de limpiadora». «El problema es que cuando trabajas de empleada del hogar no tienes los mismos derechos», comenta.
La actual situación del mercado laboral no facilita las cosas: «Ya no hay niños. La gente ya no quiere parir», exclama. «Yo he trabajado con las mejores familias de Santander pero ahora ya la gente no quiere tener hijos».
Cuando el mes viene más complicado de lo normal, «intento que en el banco comprendan mi situación, que es muy injusta, y así a veces me permiten un anticipo, que es lo que me salva, porque a esto no hay derecho», reivindica. Se cree víctima de una gran injusticia. «El único momento en el que he estado bien fue con Aznar. Entonces tenía una buena pensión. Eso ya pasó».
Gregorio Aguado 77 años. Cobra unos 1.400 euros de pensión por jubilación.
A Gregorio Aguado le cuesta recordar la cuantía de su pensión. «No me fijo mucho en eso porque en realidad ya no gestiono mi dinero. Lo hace la chica que viene a casa», explica. Hace cuatro años que murió su mujer y entonces decidió delegar todas las tareas del hogar, incluida la gestión de las cuentas, «porque me dicen que tengo algo de alzhéimer y a veces se me olvidan las cosas», confiesa. En sufragar los gastos de la asistenta se va buena parte de su pensión de 1.400 euros mensuales.
Pero a él solo le importa el deporte. «Vengo aquí muchos días», comenta en referencia a la Asociación de Mayores Eulalio Ferrer, en Santander. «Aquí hago gimnasia, que me gusta mucho». También asiste al taller de memoria, para frenar en la medida de lo posible el avance de la enfermedad. Aunque en ciertos momentos de lucidez surge la flema reivindicativa. «Tenemos todo el derecho a cobrar una buena pensión sobre todo los que hemos trabajado toda la vida y hemos estado cotizando con una base alta». «Yo he tenido suerte, dentro de lo que cabe, porque trabajé en un buen sitio y vivo en un piso mío; pero hay mucha gente que está pasándolo mal», asegura.
Es la consecuencia lógica de una ecuación en la que sólo suben los gastos y no los ingresos. «Creo que todo es cada vez más caro». «Yo tengo la suerte de que no me gusta ir de bares, no gasto dinero en eso. Sólo me gusta pasear. Empiezo desde mi casa en la calle Castilla y llego hasta El Sardinero, me encanta», asegura.
Por fortuna para él ya no tiene gastos familiares. «Vivo solo. Tengo un hijo en Madrid», explica. La capital de España fue, como otras del país, ejemplo del poder de movilización que tienen los pensionistas cuando protestan por sus derechos. «Me parece que está muy bien que salgamos a la calle para pedir lo nuestro. Los políticos podrían mirar más por nuestras necesidades».
Fermín Gutiérrez y Matilde Domínguez 76 años ambos. Cobra unos 1.100 euros de jubilación él y unos 600 ella.
La indignación crece a medida que avanza la conversación: «Si no saben o no quieren gobernar, que lo dejen, que se vayan. Que no tenemos ganas de que nos sigan tomando el pelo», exclama Fermín Gutiérrez, mientras su mujer, Matilde Domínguez, le toca ligeramente el brazo para que modere su discurso porque le está pareciendo demasiado atrevido.
«No, Matilde, hay que decirlo, hay que luchar por lo que es nuestro porque esto es un robo», denuncia él. Trabajó durante más de 40 años en Repsol «y ahora, entre la pensión de mi mujer y la mía a veces tenemos problemas para llegar a fin de mes», aclaran. Es una cuestión matemática:«Si sube todo el precio de la vida pero se mantienen congeladas las pensiones, al final no sale la cuenta», critica ella. «Cada vez que vamos al supermercado nos damos cuenta de que esto no puede ser, que todo está cada vez más caro», reprocha la mujer.
Consideran que la subida del 0,25% no es más que un «engaño». «Pretenden tomarnos el pelo». «Creo que se gastan más en las cartas y los sobres que han comprado para comunicárnoslo a cada uno por correo que lo que realmente es en sí la subida», opina el hombre. «No me extraña que hubiera gente que salió a la calle para quemar esas cartas», se envalentona, y la mujer vuelve a contenerle para que reduzca el tono.
Es un matrimonio que sacó adelante a dos hijas. «Tenemos tres nietos y un bisnieto», agregan. Los ayudan en la medida en que pueden, «que cada vez es menos porque así están las cosas».
Las soluciones a esta situación a veces precaria del pensionista cántabro son varias. Fermín propone ideas. «Ya que no es posible subir las pensiones, ¿por qué no intentan rebajar los impuestos a gente como nosotros? Sería una forma de subírnoslas. Por ejemplo, reduciendo el copago, bajando la contribución, yo qué sé».
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