13, Rue del Percebe
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Si hay que salir, con mascarilla y a dos metros de distancia del prójimo. Y aguantar confinados en casa con el mejor humor posibleHay pocas verdades absolutas sobre el coronavirus. La más dolorosa la padecemos a diario: mata. Otra que, hasta que cambie, desespera: no hay vacuna. Las formas de protegerse: higiene, distancia y aislamiento. ¿Y qué pasa con las mascarillas para la población? Pues que lo ... que nos presentaron como verdad relativa ahora es certeza: tenemos que llevarlas porque salvan vidas. Y nos lo dejan claro ahora que ya han muerto más de 18.000 personas en España. Ojo al dato: personas. Quizá no insistieron antes porque no había mascarillas para todos. Da mucha pena. Pero hay que seguir con lo que nos toca: lavarnos las manos a fondo y con frecuencia y evitar tocarnos la cara. Si hay que salir, con mascarilla y a dos metros de distancia del prójimo. Y aguantar confinados en casa con el mejor humor posible. ¡Pobres niños! Y ánimo para todos.
Nosotros aquí seguimos. Hay momentos en los que las videoconferencias de El Diario son como un tebeo de '13, Rue del Percebe'. Alguno tiene la casa para él solo, otra se arregla en su dormitorio, pero la mayoría lleva un mes de okupa en la habitación de la hija, en el cuarto del niño, en el salón de todos... En la pantalla de Javi Cotera vemos una puerta al fondo. Su hijo, que aún no ha cumplido cinco años, la ha abierto más de una vez para colarse en plena 'reunión', pero la última irrupción de Diego fue estelar: «¡Papi! ¡Hay un problema! ¡Que mami no sabe cómo amasar!». Y justo a la vez, Dani, de la misma edad, entra en el encuadre de la cámara de Mario Cerro para reclamar la tableta con la que está conectado su padre. «Cosas del directo», que siempre dice Cerro resignado. Menos mal que la emergencia en casa de Cotera eran unas galletas, porque cualquier otro secreto familiar habría saltado por los aires en el 'prime time' de las videoconferencias de El Diario. A esa hora estamos trece personas enganchadas.
La vida privada irrumpe en ocasiones en la laboral, pero es lo menos que puede ocurrir cuando el trabajo invade el ámbito doméstico. Aparte de lo que nos reímos con las anécdotas, hemos descubierto otras ventajas del teletrabajo, como les pasará a muchos de ustedes. El director, Íñigo Noriega, dice que, con el gusto que le vamos cogiendo, a ver cómo nos devuelve a todos a la sede de la Avenida de Parayas cuando acabe la cuarentena. Cosas más difíciles ha conseguido, como que Guillermo Balbona abandone el periódico. ¿O quizá no? Juan Luis Fernández, fino analista y experto en cálculos de probabilidades, asegura que es prácticamente imposible que sea cierto. «¿Seguro que no estaba oculto en la Redacción?», me preguntó después de leer que no di con él en mi última visita. Y lo vi claro. La próxima vez no me iré sin localizar el zulo de Balbona.
A decir verdad, a Balbona nadie lo ha visto desde antes del estado de alarma. Me refiero a que ni en pantalla. Nunca se conecta a las videoconferencias. Se afana en ir por libre dentro del confinamiento. La única prueba de vida es que las páginas de Cultura, y todas las que pilla de otras secciones, aparecen religiosamente terminadas en el árbol de publicaciones. ¿Dónde está Balbona? No he conseguido que responda a esa interrogante, pero sí a otras después de dar un rodeo en el mensaje. «¿Cómo es tu lugar de trabajo ahora?», le tanteo. «La posición es la misma desde hace 25 días. Es como un decorado», escribe. «¿Te levantas o te llevan la comida?», indago. «Tengo un recipiente, como Haizea, y siempre gana ella». Así que ya sabemos que comparte espacio con su perra y que de vez en cuando come.
Lo de Teo San José es distinto. No lo vemos, pero tenemos pruebas de que está en su casa. Es el guardián invisible de las páginas. Observamos cómo que se abren solas, cómo desaparecen las erratas y cómo se vuelven a cerrar. Y aparece la escarapela que indica que están listas para el envío a rotativa. Esa insignia, como la llama David Vázquez Mata, ya sólo la usaban en la Redacción los más ortodoxos y ordenados, como José Luis Pérez. Los demás lo apañábamos con una voz. Pero ahora ese signo ha recuperado su utilidad y su categoría. Teo echa en falta el papel, porque no se corrige igual sobre página que sobre pantalla, y también la Redacción. «No es lo mismo estar en el núcleo del periódico. Aquello es lo auténtico. Esto es de cartón piedra», lamenta. «Por echar de menos, echo de menos los gruñidos de Guillermo». Yo por esto último no me preocuparía, Teo. La reclusión es un aprendizaje para todos y estoy segura de que, después de su estrecha convivencia con Haizea, Balbona ampliará su gama de gañidos e incluso morderá si le tocamos mucho las narices u otras zonas. Yo, por si acaso, ya me callo.
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