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«Esto es muy raro, pero si le digo la verdad, más raro debería ser». Antonio Ponce sujeta con la mano izquierda la lista de la compra y con la derecha va llenando el carro. Lo hace sin prisa, comprobando qué es lo que coge. ¿ ... Por qué más raro? «Porque tendría que estar todo más cerrado», y levanta la lista: «Yo vengo porque hay que comer». Entonces mira alrededor y el pasillo desierto del Hipercor se convierte en una profecía incómoda. Es sábado. Hay música sonando por la megafonía, pero el efecto que provoca con las tiendas cerradas es el mismo que entrar en una discoteca con las luces encendidas.
Ayer entró en vigor la nueva restricción de Sanidad y los centros comerciales (más de 400 metros cuadrados) de Peñacastillo, Valle Real y El Corte Inglés sólo tenían abierto el supermercado, y dentro del mismo, lo indispensable para surtir alimentación, bebidas, farmacias o productos de primera necesidad, tal y como marca la normativa. Todo lo demás, cerrado. De hecho, dicha excepción dio lugar a una visión extraña en el interior de los 'súper', ya que buena parte de las estanterías estaban cubiertas con una cinta de plástico que precintaba las vajillas, el menaje, la ropa de cama, la electrónica o los juguetes.
«Esto empieza a ser un sinvivir», dice resignado Antonio Ponce, «y encima por culpa de cuatro que no respetan ni cumplen las normas, porque son cuatro, jóvenes y viejos, da igual. Lo que tienen que hacer es vigilar que se cumplan las restricciones», y empuja el carro y se marcha en busca de la siguiente línea de la lista de su compra. Porque su rutina, a pesar de todo, sigue intacta. Baja los fines de semana del Alto de Maliaño a hacer la compra. Y así lo hizo ayer, a pesar de la nueva restricción que dejó a muchos con la sensación de distopía al acceder a los centros comerciales.
En Valle Real, al abrirse las puertas automáticas, suena el hilo musical entre tiendas cerradas. Dentro de algunas se podía ver cómo los trabajadores aprovechan para poner al día el género, moviéndose como fantasmas al trasluz. Al fondo, Carrefour está encendido. Hay voces y movimiento, pero una hilera enorme de carros aguarda en la puerta de acceso, donde ayer las flores y las plantas estaban precintadas. Tendrán que esperar al lunes para ser vendidas. Lo mismo que los libros y la papelería, justo enfrente: «Perdone, no puede coger nada de ahí, hoy no está permitido», dice el personal del centro. Lo pone también en la cinta de seguridad, ante la extrañeza de los clientes por el perímetro que ayer volvió inaccesible buena parte del establecimiento. El objetivo de la medida es «reducir la interacción social» para frenar «una incidencia que está disparada», dijo el consejero de Sanidad. Y ayer, esa interacción social sólo se dio en la zona de fruta y verdura, en la panadería, en el mostrador del pescado donde la gente esperaba su turno mirando escamas y hielo, mientras la megafonía recordaba las ofertas del día y la obligación de llevar la mascarilla en todo momento.
Podría parecer un sábado cualquiera si no fuera porque ayer fue un sábado único, el primero de los que están por venir mientras dure la restricción. Así lo sintió Ana, cajera en Valle Real desde hace «más de veinticuatro años». Y no, dice, no es normal esto: «Un sábado cualquiera las colas llegarían hasta allá atrás», y mientras pasa los productos por el sensor que identifican el precio, levanta la cabeza y su mirada se pierde a lo lejos en un espacio donde en ese momento solo se mueve un reponedor. «No sé si servirá para algo, pero la gente se lo tiene que tomar en serio, muchos no hacen ni caso y hay que recordarles que se suban la mascarilla». Ayer fueron a trabajar «con normalidad», pero saben que la medida ha generado confusión: «Muchos habrán visto que cierran los centros comerciales y no han venido». Pero el 'súper' sí está abierto, aunque sea con perímetro de seguridad para separar las cebollas de los cuadernos.
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