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«Fue una persona que se hizo querer»
EL RECUERDO ·
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EL RECUERDO ·
Eulalia Aja Quintana, a la que todos llamaban cariñosamente Lali, murió de covid a los 69 añosEl verano fue esa época que ahora que el frío arrecia suena tan lejana. Unos meses en los que parecía que sólo había sido un mal sueño, una pesadilla que se va difuminando en el olvido a medida que te desperezas. Al menos, para los que no sufrieron de cerca la cara más amarga de la pandemia, que no es más que un eufemismo usado por convención para evitar pronunciar la palabra muerte. Se produjo una tregua, y con ella un lógico relajamiento. Pero la llegada del otoño volvió a recordar que la única solución para evitar la sangría de vidas vendrá de mano de la ciencia. Porque con la prevención y el sentido común no da.
Bajo el título 'No son números, son personas' este periódico recopiló el último día de mayo 41 testimonios de familiares, amigos y allegados de fallecidos publicados previamente cada semana. Ahora retoma el pulso para continuar el tributo y visibilizar que los que están muriendo son padres, madres, vecinos o compañeros de trabajo, no sólo personas de edad avanzada «con patologías previas». Un mensaje de las autoridades sanitarias que sirve de falso amuleto para el resto de la población. Además minusvalora la vida de los que se están marchando antes de tiempo.
Eulalia Aja Quintana nació el 7 de noviembre de 1950 en Santander, donde era muy popular. Todos la llamaban Lali. Era una de las propietarias de la Bodega Antonio, un genuino local de la calle Rubio de la capital cántabra famoso desde hace muchos años por los platos de comida mexicana que prepara. Es su especialidad. Allí trabajó Lali. El negocio lo fundaron sus padres. Su hermana Aurora tomó las riendas antes de que ella se uniese. Allí pasó sus mejores años, primero atendiendo las mesas y después recluida en la cocina para evitar el continuo sube y baja por las escaleras con la bandeja cargada de platos. «Era una persona muy abierta, muy trabajadora», explica su sobrina, Aurora Bárcena Aja. Virtudes que enseguida le permitieron granjearse el cariño de los clientes.
Tras casarse se mudó a México junto a su marido, que fue cónsul del país azteca en España. Primero en Madrid y luego en Barcelona. Después regresaron a Santander. Fue cuando Lali desembarcó en el negocio familiar con su hermana. «Ella lo que quería era estar con mi madre. Eran como uña y carne. Mi madre, al ser la mayor, era como un referente para ella. Había mucha química», relata su sobrina por teléfono mientras atiende las comandas que entran para preparar comida a domicilio, ya que las restricciones sanitarias impiden la apertura del interior del local. «Era muy amante de los suyos. Fue una persona que se hizo querer», recalca.
Lali enviudó y se refugió en el trabajo y sus tres hijos. «Tenía pensado jubilarse el 7 de noviembre, pero la pobre no llegó a tiempo», explica su sobrina, que desvela otra de sus grandes pasiones: «Le volvían loca los animales, era súper amante. En su casa vivía rodeada».
Los que la conocieron destacan la sencillez con la que encaró su existencia. «No hacía grandes cosas, nada más que trabajar. No era una persona a la que le gustara salir por ahí. Ella prefería emplear el tiempo en su familia. Sus seis nietos eran su verdadera vida, su gran pasión», cuentan.
Pero un día todo se torció. «Comenzó a encontrarse mal. Fue a la Clínica Mompía y no le encontraron nada. Unos días después vino a trabajar con mala cara y se tuvo que acostar en una pequeña habitación que tenemos aquí. Fue cuando ingresó en Valdecilla. Hasta la cuarta o la quinta prueba no dio positivo. Demasiado tarde para que le administrasen un tratamiento anticovid», recuerda emocionada su sobrina. Lali falleció a los 69 años de edad.
Correo electrónico de contactoSi ha perdido a un ser querido y quiere contar su historia, puede escribir al correo: homenaje@eldiariomontanes.es
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