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Llevan el dolor encerrado entre cuatro paredes. El consuelo y la desazón apenas se escapan por las rendijas virtuales. Si antes el teléfono móvil era casi una extensión del cuerpo, ahora es un ansiolítico. Un asidero para sentir el cariño y amor de los más cercanos, aquellos a los que la pandemia ha privado de la necesidad de abrazar –o ser abrazados–. Por eso se resisten. Protestan. «Es que son personas, no sólo números», afirman rotundos quienes han perdido a un ser querido.
Cada una de las personas que se ha ido antes de tiempo por el coronavirus deja un rastro imborrable, como el de una pisada en el hormigón fresco. De ahí, la emoción. En ocasiones son las anécdotas, las pequeñas vivencias o las curiosidades los primeros recuerdos que les vienen a la mente. Como a Charo, que aún siente nostalgia cuando recuerda la cara de satisfacción de Gonzalo, «mi compañero», cuando cruzaba el desfiladero de La Hermida rumbo a Picos de Europa. «'Respiro como si estuviese enamorado'», me decía.
A María Teresa Tomé le cuesta hablar de seguido de Ramón Lastra sin emocionarse. «Es que me tenía como a una reina. Se portó muy bien conmigo», reconoce. Ángel destaca la pasión futbolera de su madre, Artemia. «Sólo era del Racing y del Atlético Deva». Después fue ampliando la nómina a todos los equipos en los que jugaron los suyos. Rosa 'Suca' Landaluce no se perdía ninguna edición de las fiestas de la Virgen Niña en Ampuero «para participar en la procesión». Tomás Ruiz dejó, sin pretenderlo, una gran enseñanza a los suyos: «La del esfuerzo y el trabajo». Sus vecinos lamentan no haber podido despedirle como se merecía. Nunca faltaba a un entierro. Era muy cumplidor. El Ayuntamiento de Ruesga ha decretado en su honor el luto oficial hasta que termine la pandemia.
Fue mi compañero de viaje», explica apenada Charo Arango. «Una persona extrovertida, afable, muy abierta y con muchos amigos», añade. Trabajó en el Banco Santander pero se prejubiló muy joven, lo que le dejó mucho tiempo libre. Lo empleaba en desarrollar sus inquietudes. Fue cuando decidió regresar al pueblo de sus padres, Villabáñez (Castañeda), donde residió hasta su fallecimiento el pasado 21 de marzo. «A pesar de tener 81 años –hacía 82 el día 22 de este mes–, sólo los aparentaba en el DNI», cuenta Charo. «Era de esas personas que parecen mucho más jóvenes de lo que realmente son», apostilla. Quizás fuera por su faceta de montañero. Los Picos de Europa eran su pasión. «Allí le llevaremos cuando podamos», comenta resignada. El Pico San Carlos era la cima que más le gustaba hollar. «Descansará junto a otro familiar en Santo Toribio, porque en su día nos lo transmitió así», añade Charo. Gonzalo sentía devoción por las montañas lebaniegas. «Cuando enfilaba el desfiladero de La Hermida con el coche siempre decía que respiraba como si estuviese enamorado. Sentía mariposas en el estómago. Era feliz», comenta su compañera. «Yo le decía que me hacía sentir celos», bromea. Los que le conocieron aseguran que tuvo una vida plena y feliz, siempre rodeado de amigos. «Tenía una voz peculiar, medio afónica, medio rota, que le hacía inconfundible y reconocible por todos», cuenta Charo. Aficionado al tiro, tocaba la armónica, «porque era un gran aficionado a la música», y últimamente estaba realizando un curso de fotografía por internet. «Siempre quería estar activo y aprender cosas nuevas».
José Gómez Zubieta –'Pepe', como le conocían todos sus allegados– era el presidente de la Casa de Cantabria en Pamplona. Un hombre querido y respetado, del que destacan «su gran dedicación y entrega». Quien lo suscribe es la Real Liga Naval Española (RLNE) de la que era socio. «A pesar de los escasos medios, nuestro gran amigo hizo una gran labor de promoción de Cantabria en la comunidad navarra, así como de los intereses de nuestra organización», explicó el colectivo naval tras su fallecimiento el pasado 28 de marzo. Gómez Zubieta llegó a Pamplona para trabajar en el Banco Santander. «Cada mes –continúa la RLNE– elaboraba 'El Papeluco', que era el órgano de comunicación de la casa regional. Tenía mucha aceptación, tanto en Navarra como en Cantabria». Una labor que también quiso destacar el Gobierno regional, que le consideraba uno de los miembros más destacados de la población cántabra en el exterior. «Tu legado permanecerá inalterable al servicio de la comunidad. Siempre te recordaremos», expresó el Ejecutivo nada más conocerse la noticia de su muerte. «Le echaremos mucho en falta por su entusiasmo, generosidad y hombría de bien. Mi solidaridad con la familia. Compartimos el dolor con su gran legión de amigos», concluía el escrito de la Real Liga Naval. La Casa de Cantabria en Navarra echó a andar en 1984, aunque en un principio sólo celebraba la festividad de La Bien Aparecida, patrona de la región. En 1990, muchos de los participantes se agruparon en una asociación. Un año después se aprobaron los estatutos. En 1999 consiguieron adquirir un local propio, que fue inaugurado en noviembre de 2000.
En Ogarrio, en el municipio de Ruesga, todos le conocían como Tomás el de 'Aburruelo'. Era tan respetado por sus vecinos que el Ayuntamiento decretó este pasado lunes luto oficial hasta que remita la pandemia. Tomás se quedó huérfano de padre con 14 años y tuvo que hacer de cabeza de familia con su hermana Emilia, de sólo 4 años. «Por el día trabajaba con su madre, mi abuela Luisa, en las tareas de las vacas y por la noche iba a estudiar haciendo un gran esfuerzo. La vida nunca fue fácil para ellos», explica José, uno de sus cinco hijos. Habla en boca de sus hermanos Rocío, Lorena, Sonia, Alberto y de su prima Verónica. «Nuestro padre siempre trabajó con vacas y, desde 1976, en Magefesa», relata José. «Era un trabajador incansable. Cuando la fábrica cerró fueron los animales los que le permitieron sacar a todos adelante», añade. Después nació Vitrinor, donde continuó su carrera laboral, que ahora siguen dos de sus hijos y su sobrina. «Nunca nos ha faltado de nada. Ha sido una persona que ayudaba a todo el mundo y daba lo que tenía, y más», continúa emocionado. «Fue un luchador. Se hizo mayor desde muy pequeño y, aun así, jamás se quejó», continúa relatando. «Sus nietos Pablo, Mario y Gema le quieren muchísimo y le echan mucho de menos. Era un abuelo excepcional y el mejor padre que nunca nadie podría tener», apunta finalmente. «No se perdía ningún entierro, ni aquí ni en Carranza, y ahora nadie ha podido ir al suyo. Y la gente lo ha sentido y nos lo ha hecho llegar por las redes sociales y el teléfono. Quiero que sepan que ese cariño le hemos sentido», deja constancia Alberto, el menor de los hermanos.
«Toda la vida fue una luchadora. Se levantaba a diario a las seis de la mañana, iba a la carnicería, criaba a tres hijos y por las tardes atendía su huerto», explica con orgullo su hijo Ángel. Artemia e Isidoro, su marido, eran los carniceros de Muñorrodero, aunque vivían en Pesués. Dos personas muy conocidas en los municipios de Val de San Vicente y San Vicente de la Barquera. «Nuestra madre era muy trabajadora. Como se suele decir, una mujer de las de antes. Apenas le quedaba tiempo para ella», continúa Ángel. «Aun así, lo sacaba de donde fuera. Le gustaba tejer, siempre lo hizo para mí y mis hermanos, pero también para sus nietos y bisnietos», añade. Pero la mayor afición de Artemia era el fútbol, que veía siempre que podía. «Toda la vida me siguió allá donde jugué. También a uno de sus nietos e, incluso, a un bisnieto de sólo cinco años, al que observaba en los vídeos que le enseñábamos», cuenta con cariño. También le gustaba por la tele. «Pero para ella sólo existían dos equipos: el Racing y el Club Atlético Deva de Unquera», apostilla con orgullo Ángel. Lo que más destacan sus allegados es su capacidad de sacrificio. «Los últimos años tuvo que cargar con mi padre, que tuvo alzhéimer, hasta que entró en la residencia de Luey. Luego ella le acompañó. Allí les trataron como en casa. Se portaron genial con ellos», explica Ángel. «Me quedo con su vitalidad y la ilusión que tenía por ver a los nietos y bisnietos crecer», apostilla. Lo que más lamenta la familia es «el poso de los últimos quince días, de no poder estar con ella, de no haberla visto, de tener que dejarla sola en el hospital. Tampoco la pudimos despedir como se merecía».
A Ramón Lastra Colsa lo que de verdad le gustaba era su pueblo. Así que, cuando pudo, hizo la maleta y regresó a Ramales de la Victoria. Atrás dejó Barcelona, una ciudad que, quienes le conocieron, aseguran que «nunca echó en falta». «Se dedicó siempre al camión. Transportaba ganado», comenta su mujer, María Teresa Tomé García. «Era alegre y le gustaba mucho su trabajo. Estaba encantado en Ramales. No era de grandes aficiones, pero salía por las mañanas a pasear, tomaba un café, leía el periódico. Bastante hogareño, la verdad», enumera María Teresa. «Alguna vez le decía que por qué no salía a echar una partida de cartas. Siempre me respondía lo mismo: 'como no he jugado nunca, no sé hacerlo'», cuenta. «Hacer la quiniela con sus amigos o irse de comida con ellos le gustaba más», añade. «Para mí ha sido lo mejor: me tenía como a una reina. Nunca tuvimos un problema», afirma María Teresa con la voz entrecortada por la emoción. «Yo me jubilé el año pasado y ahora que teníamos tiempo para ir y venir los dos juntos... ya no podrá ser», lamenta. «No era mi padre, pero siempre nos trató muy bien. Y a mi madre la ha cuidado muchísimo. No se puede decir nada malo de él», cuenta Moisés Sastre Tomé, hijo de María Teresa. «Era muy educado. Siempre me dio buenos consejos», añade Moisés.
Como buena ampuerense, Rosa María Setién Landaluce, a la que todos llamaban cariñosamente 'Suca', esperaba con fervor las fiestas de La Virgen Niña. No se perdía ninguna edición. «Mi madre era muy religiosa. Adoraba a la virgen, a la que sacó muchos años en la procesión junto con el estandarte del Sagrado Corazón de Jesús», relata su hija Rosa. La recuerda, sobre todo, como «una buena persona». «Nunca hizo mal a nadie y siempre estuvo dispuesta para hablar, ayudar y escuchar a la gente», añade. Era una de esas personas afables y cercanas. «Tenía buenas palabras para todo el mundo. Los que la trataron saben que siempre correspondía con su sonrisa y buenos deseos», apunta. En Ampuero era muy conocida. Junto con su marido, Miguel Ángel Setién, fundó la discoteca 'El Perdigón' en la década de los setenta. Un lugar que aún guardan en la memoria los vecinos de la localidad. «Durante décadas fue el emblema de la juventud de toda la comarca», recuerda Rosa María Setién.«Además, sacrificó una gran parte de su vida ya que se hizo cargo del cuidado de sus padres y suegros», añade. Lo que más fuerza le dio los últimos años fue su nieto Laro. «Así vio cumplido su deseo de tener un niño, porque mi madre era muy niñera. Siempre quiso tener uno y Laro fue el que la colmó de satisfacción», concluye su hija.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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