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Mamadou Diop, en la popa, al amanecer, durante la travesía hacia el cabezo en el que pescar el verdel. FOTOGRAFÍAS: Juanjo Santamaría

Un día de pesca para todos los públicos

Turistas a bordo ·

El Diario se embarca en Santoña en el primer pesquero cántabro adaptado para llevar viajeros con la intención de vivir la experiencia de trabajo en la mar. Bienvenidos al Carmen Dos

Álvaro Machín

Santander

Lunes, 30 de mayo 2022, 07:09

Esto no es un paripé. Todavía no son las cuatro y en el Carmen Dos ya andan poniendo todo a punto para el último día de la costera del verdel. «Nos vemos por ahí», dice un marinero desde la cubierta del Ízaro Hiru, que ya enciende los motores para partir y, al poco, se pierde en el negro profundo del mar y el cielo. Es otra jornada en el puerto de Santoña. Una más. O no. Porque a bordo del barco de Manuel Pellón (Carmen es el nombre de su mujer) van dos periodistas de El Diario Montañés. Van ellos para contar lo que vivirán los turistas que, desde ya, puede llevar a bordo. Hay curiosidad. El Carmen Dos es el primer barco cántabro adaptado para esta experiencia. Para vivir desde dentro una jornada de mar y pesca. Nada de paseos por la bahía -lo dicho, no es un paripé-. Por eso Pellón está pendiente de cada detalle, mientras Fidel Haya -un marinero santoñés de los de toda la vida- y Mamadou Diop -senegalés, que ya trabajaba en la pesca en Dakar antes de venir a España- preparan las pancheras. Las líneas de anzuelos. Cajas, chalecos salvavidas, trajín... «Venga, vamos». Son las cuatro y cuarto. Todavía no están puestas las calles. El mar, sí.

«Qué buen día, qué alegría escuchar voces», suena por la emisora. Pellón, de 59 años y desde hace treinta en el oficio de forma profesional, explica que se planteó la idea «como complemento de la actividad». Una ayuda. El barco cuenta con suelo antideslizante, barandillas más altas, chalecos automáticos y otras medidas de seguridad. Requisitos. Igual que los seguros para cada persona que se suba. Salen a verdel, bonito, lenguado, rape... A redes, a palangre, a volantillas, a cestas... «Un poco de todo lo que entra en las artes menores». Eso es lo que mostrarán. El turista sólo tiene que coger sitio y mirar.

La travesía es larga. El verdel, lo poco que queda, anda más lejos que hace unas semanas. Pellón pone rumbo a un cabezo conocido como La Maruca. A más de dos horas, «unas 17 o 18 millas». El patrón no pisa. «Por la noche no me gusta correr. Te das con un madero o algo...». Por seguridad y también por el precio del combustible. Al 'trantrán'. «Él, que nos lleve donde haya pescado. Luego, anzuelo para arriba y anzuelo para abajo. Esto no gira, baja y sube», resume Fidel sobre el procedimiento antes de desaparecer un rato. «Me voy a dormir como un elegante. El mar te mece, como si fuera una cuna», bromea con frases del oficio.

El barco, de Manuel Pellón, ha sido adaptado para la actividad con una serie de medidas para aumentar la seguridad

No es hora de mucho hablar. Mamadou se queda en la popa mirando al horizonte. Pellón, en la cabina, pendiente del GPS-Plotter y del radar, responde a lo que le preguntan. Que algo le han vacilado los compañeros («a ver a quién vas a llevar»), que trabajó en otras cosas pero que eligió esto porque puede ir a su aire («voy y vengo cuando quiero»), que la costera ha sido mala porque ha habido poco pescado, aunque el precio ha sido bueno... Se ve la luz del Faro del Pescador, luego las del penal de El Dueso, después el Faro de Ajo...

Para dos personas, con reserva y 125 euros cada uno

Casi diez metros de eslora, cuatro de manga y, prácticamente, olor a nuevo en un barco estrenado hace muy poco. Para reservar en el Carmen Dos –son dos personas por viaje– hay que dirigirse a la Asociación de Hostelería, precursores de la idea, que ha contado con la colaboración del Gobierno de Cantabria. Ellos contactarán con Manuel Pellón para fijar horas y fechas. Saldrán cuando salga el barco. Cuando el mar, el cielo y el plan previsto lo permitan (si se van a bonitos, por ejemplo, y van a estar casi 24 horas trabajando, no encajaría). ¿El precio del día? 125 euros por persona.

Resulta un privilegio ver volar un par de gaviotas en paralelo al barco en mitad de la noche. O, a eso de las seis, cuando empieza a clarear, estar pendiente de la ensalada de colores. Puestos a contar -porque cualquiera que lea esto se lo estará preguntando-, no todo es tan idílico. Sí, te puedes marear. «Vas a 'maciziar'» (o macizar, que no quedó claro al apuntarlo en la libreta), le vacilan a uno de los periodistas, que echa todo lo que lleva dentro (macizar, «lo mismo que echar la parrocha para el bonito»). Una biodramina media hora antes de embarcar y no mirar al suelo es lo mejor que se puede aconsejar.

A la tarea

«Dame un par de pancheras», dice Fidel, otra vez en marcha porque ya llega la hora de la faena. Pellón señala al Alvi, su otro barco, que también ha salido y en el que van sus hijos.

-¿Marca pescado?

-Nada.

Sesenta brazas de profundidad. «A unas seis millas de aquí son mil». Están en el cabezo (una zona de menos calado propicia para la pesca), con la costa de Santander en la distancia, aunque hay que tener buena vista para reconocerlo. Por la emisora, que si las brazas, que si aquí, que si allí... «No veo nada, macho. Ni la puta escama», se escucha con voz de radio. De eso va esto. Buscar, echar y ver qué pasa.

Manuel Pellón, en la cabina, marca el rumbo del Carmen Dos.

Primer intento. La calma a bordo es historia. Pellón se encarga de dos aparejos, Mamadou de otros dos y Fidel, de otro. El subir y bajar de los anzuelos produce un tintineo, como de campanillas, mezclado con el zumbido del hilo deslizándose. «Y así es, 'p'arriba y p'abajo'. Sube y baja, como jugar a los marcianitos», repite el marinero con una sonrisa de salitre. Parece fácil, pero hay que saber. Nada. «Subid». A otro sitio. Ven que el Pedro Flechero está levantando algo de pescado. «Tira a ver». Tercer intento. Las dos primeras piezas se retuercen, colean, en el cajón. Otro, dos más... «Mira como levanta». Poco, pero algo entra.

«Tensa un poco», «levanta, que ya está»... Algún trabón de anzuelos y algún que otro juramento con acento de Santoña. «Gajes del oficio». Como en cualquier trabajo, la tensión del momento. Porque cuando entra verdel hay que aprovecharlo. No se puede fallar. El jornal está en juego.

Fidel Haya traslada el pescado a las cajas, en las que irá a la lonja.

El tiempo vuela entre intento e intento. Un poco más allá, algo más lejos... Nada, no da para más. Echan agua en los cajones para refrescar a los peces, que boquean y dejan, poco a poco, de retorcerse. A veces, junto al verdel, entra «algún chicharro, algún mazote, hasta alguna lubina». Hoy nada. Fidel coge dos o tres ejemplares y da una clase práctica para distinguir machos de hembras. «Las huevas de verdel son lo mejor que hay. Los marineros, para llevarnos a casa, siempre cogemos hembras».

Lo que se ofrece es acompañar a la tripulación en una jornada real de trabajo, no es un paseo ni un sucedáneo

En los últimos intentos no levantan nada. Pellón pone rumbo a puerto aunque sigue pendiente por si, de camino, se puede ampliar la captura. Hay un momento de relajación, para coger el cuchillo, abrir una barra de pan y preparar el bocadillo. Es un instante de relajación. Breve. Más allá de un último intento con sube y baja de anzuelos (nada de nada), los marineros trasladan los peces de los cajones a las cajas. En total, diez. En un cálculo rápido, cien kilos. Poca cosa, aunque comentan que hay otros barcos que se vuelven de vacío. Le pegan un manguerazo a la cubierta para retirar la mezcla de escamas y agua roja, y comienzan a retirar las artes. La vuelta sirve para dejar el barco despejado. Es el fin de la costera. Lo siguiente será otra cosa. Tijeras, cortes, llave inglesa para desmontar...

Queda, en la experiencia, la vista cercana de monte, del Faro del Caballo, del fuerte de Santoña... Precioso. Fidel dice que cada día le gusta más y bromea con Mamadou. «Dice que es mejor lo suyo. Allí tienen leones y eso, pero como esto...». Al cabo de un rato se abrazan y se dicen que ha sido un placer compartir costera. Luego, el marinero se santigua cuando el Carmen Dos pasa frente al monumento a la Virgen del Puerto. Queda descargar. Y ellos tirarán después para la lonja. «Esto serán unos 350 euros. No salen las cuentas. Ni para el gasoil», dice Pellón. Y uno entiende la idea de llevar turistas.

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