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Daniel Pedriza
«No lo piensas, sólo entras para salvarlos»

«No lo piensas, sólo entras para salvarlos»

El Diario acompaña durante su guardia al equipo de socorristas de la playa de Valdearenas (Liencres), una de las más accidentadas de la región

Javier Gangoiti

Santander

Domingo, 8 de septiembre 2019, 07:57

«Sí, ya me acuerdo. Una vez tuve que salvar a dos niños que estaban aprendiendo a hacer surf. En el momento ni lo piensas. Entras en el agua, tienes que cogerlos, ves que se complica la situación con la fuerza del agua, viendo que uno está pasándolo peor... Sólo entras para salvarlos. Tensión». Cada vez que es preguntado por sus rescates en la playa de Valdearenas, en Liencres (Piélagos), Yahn Sebastián Gutiérrez, de 25 años, tiene que detenerse un segundo para recordarlos al detalle. Ahora que él y sus compañeros afrontan la recta final de la temporada de baño, El Diario los ha acompañado durante su turno de guardia en esta playa, una de las más accidentadas de Cantabria. Y a todos les pasa: los auxilios son apenas un segundo de los veranos que llevan jugándose el tipo como socorristas de la Cruz Roja. Aún así, según rastrean, es como si los volvieran a rescatar.

«Sí. Eran pequeños, no tendrían más de ocho o nueve años, hermanos. Estaban todavía de prácticas, sobre esas tablas de iniciación, de corcho, pero de repente les cogió la corriente. Ese día estaba el mar revuelto y se dieron cuenta de que no podían salir del agua. Recuerdo que les vi pasarlo mal y entré lo más rápido que pude». Gutiérrez vuelve a la entrevista y dice algo que repetirán todos los demás. «En Valdearenas siempre hay acción». Luego vuelve para sí: «Su familia seguía el rescate desde la orilla. Cuando llegamos hasta los niños, comprobé que uno tenía más problemas, así que fui a por él y lo remolqué sobre mi espalda para llevarlos hasta tierra. Recuerdo lo agradecida que estaba la familia y lo bien que me hizo sentir. Esa es la mejor parte».

La peor es cuando no pueden salvarle la vida a alguien. «A veces nos enfrentamos a situaciones complejas para las que nos entrenamos, todos los días. Lo malo es que, a pesar de hacer todo lo posible, a veces las circunstancias son adversas», declara, antes de agregar algo importante: «También para eso estamos preparados, para las adversidades».

«Ver lo agradecidas que están las familias te hace sentir muy bien. Esa es la mejor parte»

Yhan Sebastián Gutiérrez

Termina y la emisora que le cuelga al hombro empieza a avanzar el color de las banderas en otras playas. Cruje con frases cortas, ininteligibles, seguidas del nombre de un arenal distinto en cada turno. Ese ruido inconfundible que anuncia y sigue a cada cambio. Ellos lo entienden perfectamente.

Entonces se reúnen: «¿Verde?». Por ahora verde. Quizá amarilla, más tarde, si las corrientes no acompañan, lo que ocurre con frecuencia tanto aquí como en Canallave, su hermana y vecina más rebelde. Porque Valdearenas no es sólo un gran patio de recreo en las faldas de un Parque Natural. Pocas orillas atestiguan más contratiempos que ésta en la comunidad autónoma. Por tamaño, por afluencia y por las condiciones que se dan en sus casi tres kilómetros de longitud.

Daniel Pedriza

Luxaciones, cortes... y el pez escorpión

Como coordinador del servicio de playas de la Cruz Roja, David Peinado acumula ya la suficiente experiencia como para saber que Valdearenas es uno de los arenales con más acción. «Por las condiciones acuáticas y por su tamaño, Valdearenas y Canallave son dos de las que entrañan más dificultades técnicas para el trabajo de los socorristas. No así para el de los sanitarios. «Es mucho más masiva la playa de El Sardinero y aquí, además, los bañistas se concentran sobre todo en el primer tercio de playa». De ahí, Peinado pasa a enumerar las incidencias más habituales: «Cortes con rocas, luxaciones, golpes... Ah, y las picaduras de pez escorpión», un pequeño animal escondido bajo la arena que inyecta un veneno –no peligroso, si no eres alérgico– en cada picadura.

Para muestra, el testimonio de Juncal Sarabia, socorrista como él, y a quien le gusta recordar que la exigencia es necesaria incluso sobrepasado el horario de trabajo, pasadas las 20.00 horas. «Ya se había ido la mitad de los compañeros pero escuchamos un aviso y corrimos a la orilla. Había una pareja y otra persona con problemas, metidos en la corriente, en frente de las rocas». Junto a otro compañero y un bañista, Juncal entró al agua para rescatarlos, «con la mala suerte de que, al volver a la arena», sigue ella, «el compañero sufrió varios cortes en las piernas y las plantas de los pies». Las rocas. Son un obstáculo común entre los heridos del arenal. Los cortes, ya sea por rocas, cristales u otros desechos, suponen una parte muy importante de las atenciones médicas que sus socios de la unidad médica hacen desde la caseta. «Lo importante es que pudimos sacarlos», acentúa.

No siempre les escuchan

Así durante siete días hasta que, al final de cada servicio y cada semana, los agradecimientos se extienden más allá de los usuarios de la playa. «Me llena cuando, después de un trabajo bien hecho, se comparte entre los socorristas y se muestra el apoyo. Aquí se trabaja por parejas y eso te asegura tener un soporte constante, un equipo que te respalda y un compañero que te ayuda», celebra.

A unos metros de ahí, Mario Quevedo iza la bandera en la caseta del aparcamiento. Velará desde ahí un rato más, desde ese fortín que sigue coordinando la paleta de colores de cada puesto de socorristas. No paran. Uniformes, listos. Moto de agua, lista. Quad, calentando motores. El termómetro, rozando los 30 grados, aunque la sensación es mayor. La playa, a reventar. Y, de repente, sin que haya empezado formalmente el servicio, un hombre mayor visita el equipo con ayuda de un familiar. Es un corte, profundo, parece que por un arañazo mientras se bañaba. La unidad médica actúa sobre la herida, mientras él los mira detenidamente. En Valdearenas siempre hay acción.

«En Valdearenas se trabaja por parejas y eso te asegura tenerun soporte constante»

Juncal Sarabia

Lo malo, lamenta el equipo, es que, a veces, algunos usuarios no hacen el caso suficiente a los profesionales de la Cruz Roja –«con la basura, la prohibición del baño con perros, las corrientes y las zonas prohibidas...»–, lo que ocurre con frecuencia, a pesar de que no se cansan de llamar la atención.

Lo más reconfortante

«Como aquella vez en la playa de Usgo». Lorena Crespo, de 25 años, y socorrista desde hace seis, saca a colación otro episodio que requirió toda su celeridad: «Recibimos un aviso de nuestro coordinador para prestar servicio en este arenal un día de gran oleaje. Al llegar, en la lancha nos encontramos con una familia con muchas dificultades para volver a la orilla». Otra vez las corrientes. Lorena saltó de la embarcación y nadó hasta ellos, los remolcó en el agua y los llevó hasta la embarcación en medio de las olas. «La madre tuvo que ser evacuada por el agotamiento», relata ella aunque, por fortuna, «todo salió bien». Esa es la parte que más la reconforta, «saber que el trabajo sirve para ayudar a alguien y, además, hacerlo en equipo».

Daniel Pedriza

Porque, a veces, el apoyo mutuo no se agradece sólo entre los salvadores. Javier González recuerda frente a la orilla un rescate que fue un ejemplo de ello, «el más complicado que he tenido que abordar». Y con detalle: «Una surfista estaba cogiendo olas con su pareja. Ella no tenía mucha experiencia y no sabía dónde estaban las corrientes, y terminó metiéndose en una sin poder salir. Él sí pudo, pero yo noté que ella tenía problemas». Entró de inmediato. «La surfista estaba a 150 metros de la orilla pero, gracias a la gran marea, llegué con facilidad y la alcancé». Lo primero que intentó Javier es tranquilizarla y decirle que subiera a la tabla. Si lograban acceder a la zona de las olas, podrían llegar a la orilla mucho más fácil. «La pobre ya no podía ni remar. Estaba agotada, de modo que agarré la tabla y remolqué a la chica hasta esa zona», revive.

«Saber que estamos ayudando a alguien y hacerlo en equipo reconforta, y mucho»

lorena crespo

De éste y otros momentos de tensión, González ha extraído ya un método para hacer del aprieto una situación más llevadera para todos. «En el trayecto de vuelta siempre me gusta ir hablando con la víctima ya que a ella le ayuda a relajarse y a mí me hace el trabajo más ameno». Al fin lograron alcanzar las ansiadas corrientes para volver a la orilla y, de nuevo, llegó una de las partes más gratificantes, los aplausos. «Como cuando salí de mi primer rescate», retoma, «que la gente nos aplaudía y choqué la mano con mi compañero».

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