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El piloto más longevo del mundo es cántabro: se llama Laureano y cumple 100 años en julio
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Ver para creer

El piloto más longevo del mundo es cántabro: se llama Laureano y cumple 100 años en julio

El santanderino, residente en Murcia, renovó su licencia de vuelo hace cinco meses. «La memoria no me falla, me falla el tren de aterrizaje», bromea

Ana del Castillo

Santander

Domingo, 17 de diciembre 2023

Laureano Ruiz Liaño nació en Santander el 15 de julio de 1924. El próximo verano cumple 100 años. Y lo hace siendo una leyenda. No por alcanzar esa cifra, que tiene su triunfo, sino por ser el piloto más longevo del mundo. «Antes era un estadounidense, pero murió y ahora soy yo el más viejo», cuenta el cántabro con la naturalidad de quien suma un siglo.

Afincado en Murcia desde hace años, atesora más de 23.000 horas de vuelo -en 65 aviones diferentes- y la última vez que subió a un ultraligero fue hace cinco meses, cuando renovó su licencia. Pasó la prueba subiendo a una Tecnam y superó las doce horas de vuelo con la gorra, una boina negra que le encanta llevar.

El nonagenario contesta al otro lado del teléfono a la llamada de este periódico. No hay que hablarle alto. Entiende perfectamente y responde aún mejor. Brillante, directo y con una memoria privilegiada, cuenta que a su edad lo que le falla no es la cabeza, «es el tren de aterrizaje». Tiene dificultades para entrar en el fuselaje de la avioneta, pero una vez arriba, a 6.000 metros de altura, desaparece la edad y solo queda el conocimiento y la libertad del cielo abierto. «Imagina subir una montaña y mirar para abajo. Pues desde el avión también ves la montaña. Volar es una cosa maravillosa», señala con una ilusión intacta.

«Imagina subir una montaña y mirar para abajo. Pues desde el avión también ves la montaña. Volar es una cosa maravillosa»

Laureano Ruiz

Piloto

Uno de sus dos hijos, Luis Ruiz, con quien vive y con quien comparte negocio (trabajos aéreos y enseñanza en el Aeródomo de Los Martínez), explica que lo único que frena a su padre es la movilidad a la hora de subir a la avioneta: «Entra despacio, no es un chaval joven, pero no me quisiera sentar al lado porque pone el avión boca abajo en cuanto puede». Por sus venas fluye el ansia de adrenalina que le ha acompañado a lo largo de su experiencia vital. Y todo gracias a un pin con tres gaviotas sobre fondo azul, la insignia del tercer curso de vuelo sin motor. Lo llevaba pinchado en la chaqueta un amigo y le picó la curiosidad. Así, por un distintivo de metal de tres centímetros de diámetro, aprobó en 1943 el curso. Después llegó la mili, donde ganó conocimientos como piloto privado de avioneta. También hizo la especialidad de acrobacias. Y la de fumigación, de pruebas, de vuelos comerciales... «Incluso de piloto en la compañía Aviaco, y a punto estuvo de entrar en Iberia, pero lo rechazó», relata su hijo. ¿Por qué? Porque Laureano, además de una leyenda, es todo un personaje. «Ha sido siempre un alma libre que no entiende de horarios ni ataduras. No le iba eso de tener que ser puntual a una hora y lugar concreto. Así que lo dejó y montó una empresa de vuelos con empresas». ¿La de la típica avioneta con el anuncio colgando que se ve desde la playa? «Sí, trajo a España la idea de los vuelos con cartel porque lo había visto en Francia».

Así es Laureano, divertido y valiente. Pablo Bermúdez

No hay paciencia que soporte leer todo el currículum de aviación -y las anécdotas acumuladas- de Laureano, pero entre tanta titulación destaca la de instructor en el aeropuerto de La Albericia. Después de la mili, allá por 1947, fundó un club de vuelos sin motor, 'Planeadores Ícaro', y más tarde, en el 50, se convirtió en docente de aviación, mientras que en sus ratos libres empezó a construir aviones pequeños. Así se explica la famosa foto en blanco y negro donde dos jóvenes circulan en moto arrastrando una avioneta por el Paseo de Pereda. El de atrás, el que sostiene el aparato, es Laureano. Le acompaña Pedro Fernández, otro gran aviador, ya fallecido. «Eran unos locos apasionados. Lo construyeron en un piso y lo bajaron por un balcón con la ayuda de la policía para terminar de construirlo en los bajos del Casino», explica Luis.

Laureano y Pedro Fernández, otro gran aviador, por el Paseo de Pereda. DM

Una leyenda entre los suyos

Los que entienden de aviones, desde tierra y aire, conocen a Laureano. Saben que es toda una leyenda. Él y Juan Pombo, Pedro Fernández (el que conduce la moto en la fotografía), Salvador Hedilla, Felipe del Río, Joaquín Cayón Gutiérrez, José Antonio Méndez Parada (primer español en saltar en paracaídas de un avión) o Emilio Herrera Alonso, entre otros, como Juan Ignacio Pombo, hijo del que encabeza la lista y que fue famoso por su vuelo en solitario de Santander a México en 1935 en una avioneta British Klemm Eagle II.

En 1956, Laureano voló en una avioneta Jodel hasta Andorra y aterrizó en la explanada de un camping, solo para saber si se podía. DM

A todos estos personajes, incluyendo a Laureano, los conoce bien César Martínez Ruiloba, agente de rampa en el Seve Ballesteros de Santander e hijo del historiador y consultor aeronáutico, Felipe Benito Martínez. Tanto su padre, ya fallecido, como él han seguido de cerca los pasos de Laureano: «Es historia viva de la aeronáutica de Cantabria y España. Un aviador nato que con sus conocimientos de vuelo y el tacto de sus manos y pies ha sido capaz de volar cualquier aparato sin necesidad de recibir instrucción sobre él», describe César, que enumera algunas de sus mejores hazañas: «Una vez voló del sur al norte con unos mapas de carreteras y, para estar seguros de su dirección, hacían pasadas sobre las estaciones de tren para ver los carteles del nombre del pueblo donde estaba. Otra vez, en 1956, volaron en una Jodel hasta Andorra y aterrizaron en la explanada de un camping, solo para comprobar que lo podían realizar. Sin ayudas a la navegación ni nada, y entre montañas».

Santander, «la más bonita»

Laureano, sentado en el mirado de la Avenida Manuel García Lago, en El Sardinero. DM
Imagen - Laureano, sentado en el mirado de la Avenida Manuel García Lago, en El Sardinero.

Se percibe añoranza en las palabras de Laureano cuando escucha la palabra Santander, su ciudad natal. Hay un capítulo en blanco en el libro que escribe su memoria, porque no recuerda al colegio al que fue, pero la belleza de su tierra «es inolvidable». La última vez que paseó por El Sardinero fue justo antes de la pandemia de covid y le encantaría volver porque: «Es lo más bonito del mundo».

Con paciencia, disfrutando cada imagen que aparece en su mente, probablemente a vista de pájaro, Laureano va nombrando escenarios cántabros que le emocionan, como «la maravillosa costa de mi ciudad, el Desfiladero de la Hermida, Potes, las montañas...». Entonces se pone serio, o lo intenta: «Lo que pasa es que la gente no conoce mucho Santander, se lo pierden porque es la provincia más bonita del mundo». Unos estarán de acuerdo con Laureano y otros no. Para gustos. Pero en lo que nadie puede discrepar es que el cántabro es una leyenda de la aviación. En Santander, en Murcia y en el mundo entero.

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