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En plena transición del verde a los pardos mesetarios se alza en el límite entre Cantabria y Burgos, casi al pie del Puerto del Escudo, un monumento intempestivo y extratemporáneo. Incrustada en lo alto de un pequeño páramo y escoltada por una hilera de árboles y maleza que custodian un terreno otrora sagrado, se erige la Pirámide de los Italianos. Así bautizó la costumbre al panteón de unos 20 metros de altura situado a las afueras del enorme municipio –al menos para su escasa población– de Valle de Valdebezana, que permanece herido por el tiempo pero orgulloso en medio de la nada. Su hormigón forrado de caliza y desnudo en algunas zonas por el abandono acogió durante décadas los restos de 384 soldados italianos (372, según otras fuentes) del Corpo Truppe Volontarie muertos en la Batalla de Santander.
El mínimo tamaño de los nichos alumbró la historia de que los restos de los soldados fueron troceados para que cupieran en aquellos pequeños huecos. Pero es solo una leyenda urbana. Tampoco son osarios, como la cronología de los acontecimientos y su tamaño invitaría a pensar. En realidad, el panteón acogió exactamente una docena de cuerpos: los de los oficiales, sepultados en la cripta. El resto se enterró en el perímetro y los vanos interiores, cubiertos con placas ya desaparecidas, indicaban solo los nombres de los soldados y el lugar exacto de su tumba.
El lugar ha inspirado relatos de espíritus e investigaciones parapsicológicas, pero la historia real de la pirámide es ya de por sí suficientemente truculenta. Arranca en 1937, cuando España se desangraba en plena Guerra Civil. Tras el fracaso del golpe de Estado, pronto se estabilizaron las zonas republicana y nacional. Una de ellas, la septentrional, aislada del resto del territorio constitucional con unas líneas de trincheras consolidadas al norte de las provincias de Palencia y Burgos. El frente se mantuvo sólido durante seis meses, hasta que en marzo el ejército franquista lanzó la ofensiva del norte, que comenzó con la ruptura del Cinturón de Hierro y la toma del Bilbao el 19 de junio. El siguiente objetivo era Cantabria, pero el ataque republicano en Brunete demoró los planes y la Batalla de Santander –así se conoce porque aquella era la denominación oficial de la provincia– arrancó el 13 de agosto con una doble acometida por el este y el sur.
Al día siguiente se desató la Batalla de El Escudo, en la que las divisiones 23 de Marzo, Littorio y Fiamme Nere derrotaron tras cuatro jornadas de combate a la 55ª División Montañesa de Choque, formada por 22 batallones. En su avance hacia Santander, donde el las tropas transalpinas y las Brigadas de Navarra entraron 26 de agosto, el cuerpo de voluntarios fue enterrando a sus muertos en cementerios provisionales.
Cuando el 21 de octubre finalizó este capítulo de la guerra, el ministro de exteriores italiano, el conde Galeazzo Ciano –yerno de Mossolini–, acordó con el gobierno de Franco la construcción del mausoleo para trasladar los cuerpos de cerca de 400 soldados y doce oficiales, esos a los que se daría sepultura en la cripta del panteón.
Se diseñó una pirámide de inspiración azteca con rasgos futuristas e incluso de un primitivo brutalismo que comenzó a construirse en 1938 con prisioneros de guerra como mano de obra y bajo el mando del arquitecto Pietro Giovanni Bergaminio. Coronada con una enorme M –tal vez en homenaje al Duce, aunque también que puede ser un simple indicativo de 'moritorio' (cementerio en italiano)–, en febrero de 1939 el régimen asumió de primera mano las obras del panteón, que se inauguró el 26 de agosto de 1939, segundo aniversario de la caída de Santander, con la visita del propio Ciano.
Durante décadas, los veteranos del cuerpo de voluntarios costearon el mantenimiento de la necrópolis, que se convirtió en lugar de peregrinación hasta que en 1975, aún en pleno franquismo, el gobierno italiano retiró los restos y la zona se desacralizó. Con el acuerdo de las familias, repatrió 268 de los cuerpos y trasladó los demás a la iglesia de San Antonio de Padua, en Zaragoza.
No fue una decisión casual, sino fruto un siniestro epílogo. El 19 de mayo de 1971 once excombatientes y familiares murieron al despeñarse el autobús en el que viajaban por una avería en los frenos en lo que desde entonces se conoce como Curva de los Italianos. En el portaequipajes viajaba una vieja bandera de la Brigada Littorio. La tragedia impulsó el traslado de los huesos y el abandono sumió entonces al monumento en la ruina. Ya en plena democracia se eliminaron los símbolos fascistas y en 2023 la Junta de Castilla y León inició los trámites para declarar la pirámide Bien de Interés Cultural, pero las piedras no entienden de trámites administrativos.
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