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La iniciativa del presidente de la CEOE de Cantabria, Vidal de la Peña, de elaborar un plan que guíe el desarrollo regional, fije objetivos y ... medios para lograrlos, ha desatado un duro debate entre el presidente empresarial y el del Gobierno regional, Miguel Ángel Revilla. Por si al enfrentamiento entre el líder la patronal y el del gobierno le faltara picante, el apoyo –claro y directo– del ministro Íñigo dela Serna a la iniciativa de Vidal de la Peña, ha proporcionado raciones mexicanas de chile y guindilla. Y, al margen de la lectura meramente política que se esconde tras la redacción de ese plan, los cántabros de a pie debemos interesarnos por el fondo de la cuestión, que no es otro que la necesidad, o no, de elaborar un plan y sobre quién debe hacerlo.
Quienes tenemos más edad que memoria, no podemos por menos que ver el asunto con escepticismo y distanciamiento. En los últimos años del franquismo conocí, de primera mano, un rimbombante plan de desarrollo para la entonces provincia de Santander, organizado por el sindicato vertical, con la participación de las diferentes ramas sindicales y multitud de expertos. Las diferentes ponencias y sus respectivas conclusiones se plasmaron en una serie de libros –aun recuerdo las cubiertas de un tono verde apagado– que tan sólo sirvieron para que los participantes cobraran por sus aportaciones y se talaran unas docenas de árboles para alimentar a la industria papelera.
En los años siguientes se elaboraron informes, planes desde diferentes organismos y siempre con el mismo resultado: la nada. Esta tendencia de quienes gobiernan a organizar la vida de empresarios, trabajadores y personas en general, está condenada al fracaso. Es más, recuerda a aquellos planes quinquenales del comunismo en la antigua URSS, que tuvieron como colofón el sufrimiento de millones de europeos y el hundimiento de la economía comunista. Asunto este del fracaso del comunismo que debería estar entre los temas centrales de la memoria histórica. De igual manera, se han demostrado estériles los planes internacionales, desde aquel descacharrante informe del Club de Roma, en los años sesenta, según el cual desde el año 2000 debería haberse terminado el petróleo en el mundo.
Parece más práctico y eficaz sentar bases que permitan el desarrollo personal y que de esa manera se impulsen nuevas formas de economía. No es ocioso tener en cuenta que algunos de los avances que han transformado nuestro mundo se gestaron en unos garajes de California, con unos jóvenes de clase media como protagonistas. O que en España, el gran gigante mundial que es Inditex, nació de la iniciativa de un matrimonio gallego sin fortuna personal para financiar su proyecto. Creo que esa pugna entre el ejecutivo cántabro y la CEOE resulta estéril, pero conviene poner de relieve que si tan importante es tener un plan de desarrollo regional, no se entiende que aun no esté encuentre redactado y en marcha. Porque por la sede de Puertochico han pasado gobiernos de casi todos los colores y aun estamos a la espera del deseado plan.
Cantabria, como el conjunto de la economía española, lo que necesita es aligerar las ataduras de tanta regulación inútil y permitir que la iniciativa personal y la empresa privada puedan poner en marcha sus planes. Otra medida que ya ha funcionado en otros países es la rebaja de la carga fiscal, para que el dinero que ahora gestiona –entre regular y mal– el estado sea administrado por los particulares y de esa manera el tejido empresarial pueda crecer.
Si el Gobierno de Cantabria considera que es imprescindible un plan de desarrollo regional, perfecto. Si la CEOE quiere hacer otro ¿dónde está el problema? Cuando estén redactados, se comparan y hasta es posible hacer un tercero, síntesis de ambos. Es más, no resultaría superfluo que otros sectores de la economía lleven a cabo estudios de sus parcelas económicas, para que aporten más opiniones que permitan trazar esos planes…, que más pronto que tarde pasarán a engrosar la larga lista de estudios olvidados. ¿Quién recuerda ahora el famoso ‘Plan Bahía’ que se exhibió en la estación marítima de Santander? ¿Cuántos informes y planes se han publicitado en las cuatro últimas décadas?
Si hasta ahora, en Cantabria, las políticas de iniciativa pública no han tenido éxito, es evidente que se precisa un cambio de rumbo. Así, parece adecuado apostar por más sector privado y menos público, para eliminar pesados instrumentos de control, burocracias ineficientes y desahogar al sector privado de tanta carga impositiva. Basta con realizar un recorrido por el elefantiásico crecimiento de sedes gubernamentales en Cantabria, para tener un punto de reflexión de hacia donde navega nuestra autonomía. Los resultados de esa política son evidentes: decrece la población, el PIB avanza menos que la media nacional, la emigración de jóvenes talentos se acelera…
No será un plan de desarrollo la varita mágica que invierta esta situación. Por el contrario, la mejor manera de acelerar la aparición de nuevas industrias y de salvar el sector primario puede residir en la reducción del gasto público, la desregulación y alimentar un entorno que facilite las actividades capaces de generar riqueza.
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