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Si usted se pregunta cómo es posible que el porcentaje de cántabros pobres haya crecido en 2017 después de que se pusieran en práctica unas ... supuestamente más intensas políticas sociales en el arranque de la legislatura, es porque aún no habrá, quizá, reparado en el concepto de 'regresismo'. Este es bien diferente del 'conservadurismo', que pretende la inmovilidad de los hábitos, y del 'reaccionarismo', que quiere incluso devolverlos a etapas históricas muy anteriores, «troglodíticas», como decía Unamuno. El 'regresismo' es más bien aquello que se presenta nominalmente, estéticamente, como 'progresismo', pero que en sus consecuencias fácticas produce una regresión, un retroceso, un paso atrás, otro adoquín de buenas intenciones en la avenida del infierno político.
Era del todo claro que, con una incipiente recuperación, lo que necesitaba Cantabria en 2015 era fomentar la inversión pública y privada para acelerarla, y no entregarse a gasto corriente de la administración y subvenciones sociales a porrillo. Solo de esa manera se podía sacar a la gente, no de la pobreza sin más, sino del desempleo y la descualificación, y con ello de la pobreza estructural misma. Advertí entonces (por ejemplo, en el artículo 'El cubo de Okun' del 25 de septiembre de aquel año) que el resultado de ciertas políticas sociales irreflexivas sería paradójicamente el aumento de la pobreza, por abandono de la economía razonable, por administrar antipiréticos, pero no antibióticos. Y así ha sido. Mientras España reducía ligeramente su tasa de pobres, y mientras también lo hacían nuestras tres regiones vecinas, en Cantabria el porcentaje de pobres aumentó. He aquí un ejemplo del 'regresismo' práctico, contumacia en el error, temerarios experimentos mal concebidos y peor ejecutados. Como se dice del toro manso y del bravo, del 'regresista' me libre Dios, que del reaccionario ya me libraré yo.
Pero, ¿hay autocrítica tras tamaño desastre? Todo lo contrario: nuestro progresismo regresista reclama, como Groucho en la proverbial locomotora de 'Los hermanos Marx en el Oeste', aún más madera, hasta que acabe por consumirse en llamas todo el convoy de la autonomía de Cantabria. En vez de dar trabajo a quienes no lo tienen, se ha subido el sueldo de quienes lo tienen vitalicio. ¡Vivo ejemplo de solidaridad! Se ha dado determinadas vacaciones a los empleados públicos para favorecer que gastaran esas subidas de emolumentos en turismo en el extranjero o en otras partes de España, justo cuando nuestra hostelería y pequeño comercio necesitaban un impulso interior fuera de temporada veraniega. Más parte de los impuestos de los cántabros se ha gastado en otro lugar. (Quizá exista para esto el superlativo 'solidarísimo'). Por no hablar de que casi todos los interventores municipales de Cantabria se volvieron ateos convencidos, pues constataron que es imposible que exista una vida mejor: superávit presupuestario recurrente, y ningún vecino expoliado tiró ni siquiera un tomate pocho al balcón del ayuntamiento de su pueblo. Dinero que fue a los felices bancos directamente desde el bolsillo de los infelices vecinos.
El aumento de gasto social ha sido diseñado de tal manera que no puede reducir el problema del riesgo de pobreza, porque cronifica y eterniza las situaciones de precariedad, las cuales solo podrían salir adelante con una atención cercana y compromisos mutuos en vivienda, formación profesional e integración laboral, siendo inviable esta última sin un plan económico regional serio. No hay una verdadera lucha contra la pobreza y la exclusión social, solo una demagógica e indiscriminada generación de bolsas de colectivos subvencionados por siempre jamás. La renta social básica no deja de aumentar su presupuesto. Ha pasado de 18 millones en 2015 a 31 millones en 2018, pero solo recientemente ha empezado una leve caída del número de beneficiarios. Se prometió hace un año llevar un proyecto de ley al Parlamento en marzo del actual, pero no se cumplió la promesa. El crecimiento de la RSB no es tanto indicador de sensibilidad social como de ineficacia política: hay que poner cada vez más dinero en sustento público de los hogares, porque los resultados del desarrollo económico son cada vez peores, y después de las estrategias 'regresistas' las situaciones se agravan.
Todos nuestros vecinos autonómicos (Asturias, País Vasco, Castilla y León) tienen un PIB por habitante que, en porcentaje del nivel nacional, era mayor en 2017 de lo que había sido en 2014. Por el contrario, nosotros todavía andamos por un 90% de España frente al 91% de tres años antes. Todo esto procede de unas mismas fuentes: obcecación ideológica ante políticas públicas jamás evaluadas científicamente, priorización de egoísmos de partido sobre solidaridades de región. No se aspira a sacar al pobre de la pobreza, sino a convertirlo en voto cautivo y persona dependiente. Pero esto es casi la definición clásica del caciquismo de la Restauración.
Priorizar salarios públicos y subvenciones públicas ha vuelto más débiles a los que ya lo eran mucho, pues el coste de oportunidad de esas medidas ha sido restringir la inversión productiva y el potencial de creación de empleo. Suele decirse a veces que la mejor política social es una buena política económica. Esto es verdad solo a medias: resulta imprescindible el buen planteamiento económico, pero no es suficiente si no hay también una política social bien diseñada para rectificar los efectos indeseados de la estructura económica. Pero no tener ni uno ni otra es seguramente la situación menos preferible. No es cuestión de más madera, sino de si el tren va realmente hacia donde se supone que tiene que ir. Hay, pues, dos pobrezas: la de los desfavorecidos por la Fortuna, y la de los desfavorecidos por la Prudencia, siendo causa lo segundo de lo primero.
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Ana del Castillo
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