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La disposición de las fiestas de la Constitución y de la Inmaculada de este año han dejado una semana tontorrona, con chavales yendo a clase un día sí y otro no, todo tipo de combinaciones de puentes para algunos y hasta nueve jornadas de ... descanso que han empalmado los más afortunados. Eso ha influido para que la llegada de turistas a Santander y a toda Cantabria se haya repartido más y se estén dejando notar menos, aunque basta que asome un poco el sol para que todos se lancen a la calle: aquí el que viene está avisado y sabe que hay que aprovechar antes del próximo chaparrón.
Es lo que ayer hacían Loli Corroto y sus hijas María y Alba Royano, llegadas el martes desde Madrid para visitar a otra hija que trabaja en Santander, y que aprovechaban el buen tiempo para dar una vuelta: «Venimos a pasear, a disfrutar de la comida y, si sigue así, del buen tiempo, que ya nos lo conocemos: salimos a la calle con capas como cebollas».
Su plan, hasta el domingo, es sencillo: los días laborables, como trabaja la otra hija, se quedan en Santander, «para disfrutar de la gente, de la calle, de los edificios y de su contraste con la bahía... y de comer, que es más barato comparado con Madrid». Todo sería perfecto si, además, encontrasen sitio para aparcar - «eso es lo peor, es una crueldad»-. En las fiestas, aprovechan para salir por la región: hoy tienen intención de acercarse hasta Bárcena Mayor. «A Gerra solemos ir bastante, también a Santoña... Santander es nuestra base», explican.
La base de Luis Miguel Morilla, Griselda Novillo y sus hijos, Andrés y Luis, está algo más lejos, en Bilbao. Desde allí, con una semana por delante, van visitando otras ciudades, y ayer tocó Santander: sentados en un banco de los Jardines de Pereda consultaban el mapa de la ciudad. «Nuestro plan es dar un paseo por el casco histórico y echar la tarde en la península de La Magdalena: vamos a entrar en el Palacio y a ver los pingüinos con los niños».
¿Y cómo es que no los llevan a Cabárceno si les gustan los bichos? «Fuimos hace diez años o así, y el parque nos pareció precioso, y la cantidad de animales y la variedad, pero se nos hizo muy pesado lo de estar constatemente montando en el coche, arrancando, caminar tres minutos, volver a parar, ver otro animal, volver a montarte en el coche... A lo largo del día se nos hizo cansado. Además, venimos a pasar el día aquí y por la tarde-noche volveremos a Bilbao».
Sentados en una terraza frente a la bahía, Begoña Hernández y Paolo Di Nunzio contemplaban el ir y venir de las pedreñeras mientras tomaban algo. «Este es el plan: disfrutar de la bahía, el mar, las montañas que se veían nevadas estos días... La tranquilidad de una ciudad pequeña, tomando el aperitivo junto al mar, con el solecito que nos está haciendo, la amabilidad de la gente...», indicaban. Vinieron de Madrid el viernes, donde viven. Ella es de allí y tiene familia en Santander; él es de Roma y se deja convencer para venir. «Estamos acostumbrados a una ciudad grande, donde todo va con prisas; aquí todo va con una sonrisa. El otro día tuvimos que hacer un papeleo y fueron superamables y en dos horas lo tuvimos todo hecho. Hemos paseado por el Sardinero, subido al Faro, por La Magdalena... Y hemos hecho compras: en la ciudad lo tienes todo a mano y es más fácil hacer las compras aquí que en Madrid».
Desde La Rioja han viajado Pilar Oca y Francisco Castrejana. «Buscábamos un sitio que estuviese cerca y nos atrae que tenga mar: a la gente de interior nos gusta mucho». Ayer dedicaron la jornada a pasear por la ciudad -«el martes había niebla cerrada y frío en La Rioja, y llegamos aquí con este sol...»-. Su idea para los próximos días es admirar el arte rupestre. «Nos gusta mucho y tenemos planeado visitar alguna cueva que no conozcamos, como Covalanas», anuncian. ¿Y el turismo gastronómico? «A mí me parece que hay mucha gastropollez -opina ella-. Al final es difícil encontrar un sitio en el que comas cosas normales y a un precio normal, aunque ahora todo está caro».
Con hambre han llegado Peter Heckendorn y Kate Immergluck, dos jóvenes estadounidenses de apellido complicado. Él ha viajado desde Boston a Madrid, y allí se ha encontrado con ella, que está trabajando unos meses como auxiliar de conversación en un instituto bilingüe en Cádiz. Peter guardaba buenos recuerdos de sus estancias en Somo siendo un chaval (ahora tiene 23 años), de la playa y de los partidos de fútbol, y a Kate también le pareció buena idea. Cogieron el tren y se plantaron en Santander ayer al mediodía y en ayunas. Su objetivo, después de repostar, era ver el Palacio de La Magdalena y, después, las piscinas naturales de Somo.
-Quizás estén un poco frías, ¿no?
-Antes vivíamos en Alaska.
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