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En la Plaza Porticada hay decenas de personas dando vueltas en la pista de hielo por estas fechas. Es lo más parecido a un círculo que queda en este lugar emblema del 15-M. Allí está el germen de Podemos, que venía «a cambiar las ... cosas». Y gritaron que sí, que se podía. Un día las calles se vaciaron y pasaron a los escaños con tres diputados. Casi cuatro años después, atrás quedó lo del «no nos representan», porque los morados han copiado lo peor de la 'vieja política' y se han instalado en una galopante guerra interna, en la que los malabares de egos los colocan al borde del precipicio. En este juego de tronos se destripan sin piedad por el control del partido.
El descrédito en el que han caído los representantes de Podemos en Cantabria ha obligado a Madrid a formar una gestora. La respuesta de la secretaria general, Rosana Alonso, y de los diputados Alberto Bolado y José Ramón Blanco ha sido quitar la portavocía a Verónica Ordóñez y no acatar las órdenes. La desaparición del Grupo Parlamentario está muy cerca. Los dos diputados críticos pasarían al Grupo Mixto y su compañera se quedaría como no adscrita con el respaldo de la dirección nacional.
Rosana Alonso. Secretaria general de Podemos
De alcanzar los cielos arropada por los 'padres' de Podemos, al destierro por sus «silencios cómplices», su «inacción» y por mirar para otro lado ante las denuncias de acoso presentadas contra su íntimo amigo José Ramón Blanco. Ese es el periplo de Rosana Alonso en la breve y rocambolesca trayectoria de Podemos en Cantabria. Al menos así justifica Madrid su inhabilitación en la carrera para ser candidata a la presidencia y para acabar con su liderazgo imponiendo una gestora. El argumento es que no se entiende que «una mujer que se declara feminista no haya actuado con contundencia». En cambio, ella cree que es un «golpe de estado» para darla con la puerta en las narices.
Alonso fue pionera en el partido en Cantabria y la primera conexión directa con Madrid. Participó en la primera asamblea de 2014 y acudió a la presentación del partido de Juan Carlos Monedero y Jesús Montero. Este último fue su valedor en las primarias de Santander, aunque no fue suficiente para derrotar a Juan Manuel Brun.
La carrera de esta maestra, que ha trabajado en asociaciones en pro de niños autistas y en la ONG Milpa, ha ido paralela siempre a la de Blanco. Nunca tuvo intención de ser secretaria general ni tampoco candidata a la presidencia regional. Estaba muy cómoda en el Congreso de los Diputados, pero las purgas internas le fueron obligando a adquirir responsabilidades para frenar a Verónica Ordóñez.
Cuando tomó posesión del cargo hace ocho meses hasta sus enemigos destacaban de ella que era una «que podía conciliar a las distintas sensibilidades». Sin embargo, no ha sido así. Como líder, no ha actuado con contundencia para exigir la baja a Blanco mientras ella se enzarzaba con Madrid. Un pulso que la ha hecho crecerse ante la adversidad y no ha dudado en cantar las cuarenta a Pablo Iglesias en el grupo de Telegram que comparten, promover con sus afines la suspensión de militancia a Verónica Ordóñez y la retirada de su portavocía del Grupo Parlamentario, declararse en rebeldía y promete plantar batalla hasta el duelo final, aunque suponga poner fin al partido.
José Ramón Blanco. Diputado regional de Podemos
Nunca pensó este experimentado cazador que él mismo se daría un tiro en el pie que acabaría con su carrera política en Podemos. El que fuera el primer 'jefe', auspiciado por el errejonismo, terminó, ironías de la vida, cazado por dos compañeras –Verónica Ordóñez y Lidia Alegría– y una extrabajadora, que le denunciaron a nivel interno por acoso laboral. Rehén de sus peores instintos, se le escuchaba en unas grabaciones insultándolas, amenazándolas y vejándolas con expresiones tan fuera de tono como «hija de puta», «te voy a escupir en la cara» y «no te quiero ver más con ella en la puta vida».
Ese fue el principio del fin político para este joyero que aspiraba a volver a ser el candidato de la lista autonómica con el respaldo de la dirección regional. En un principio, amagó con dimitir para no dañar al partido. Una intención de la que se retractó. Cambió su renuncia al escaño por una baja médica que le duró poco más de una semana, pero no comunicó el alta y se ausentó del Parlamento casi dos meses, hasta que la Seguridad Social avisó de lo que ocurría.
De sangre caliente y con un fuerte carácter, como él mismo se define, Blanco fue pionero en utilizar las artimañas y los 'golpes estalinistas' que ahora denuncia recibir para eliminar al abogado Juan Manuel Brun de la carrera por la Secretaría General. Y no lo hizo solo. Estaba acompañado por los otros dos diputados –entonces eran todos aliados– y muchos de los miembros que ahora integran la dirección regional. Pero esa unidad pronto se resquebrajó y sus compañeros organizaron, a falta de unas horas para el inicio de la campaña de las generales del 20D, una operación para derrocarlo.
Nunca acabó de digerir el golpe en la mesa de sus compañeros, que le obligaron a dejar el control del partido. A partir de ahí, él y sus afines se enfrentaron a todos los líderes que fueron saliendo hasta que, a la mínima oportunidad que tuvo, intentó recuperar el bastón de mando por la persona interpuesta de Rosana Alonso. Lo consiguió, aunque por el camino perdió a algunos de sus grandes apoyos iniciales como Óscar Manteca o Marcos Martínez, que abandonaron «asqueados» el partido y han fundado Cantabristas.
Verónica Ordóñez. Diputada regional de Podemos
A pesar de la fragilidad que ahora suele mostrar, derivada del «acoso» al que la sometió José Ramón Blanco y que la ha llevado a necesitar «tratamiento psicológico», Verónica Ordóñez ha estado en el germen de todas las guerras de Podemos para hacerse con el control del partido. Atrincherada siempre en las barricadas del partido, ha movilizado al ejército morado contra todos sus secretarios generales: el propio Blanco, Julio Revuelta, que llegó a decir que dimitía por su culpa, y ahora Rosana Alonso. La excepción fue Alberto Gavín, un coordinador de su plena confianza que se retiró de primera línea hastiado del juego sucio.
Su puesto de portavoz parlamentaria y su fuerte carácter la han puesto en el ojo del huracán desde los orígenes de Podemos. Siempre ha sido la cabecilla del denominado 'Frente castreño', como en el argot de la formación morada calificaban al sector crítico con la cúpula regional cuando la imagen del partido ya comenzaba a resquebrajarse.
Nunca ha pensado en tirar la toalla. Ni por el «acoso» que el Comité de Salud de Podemos dice que ha recibido, ni cuando estaba «completamente derrota emocionalmente», según apuntan sus correligionarios. Todo lo contrario. Lejos de apartarse, intentó convertirse en la cabeza de lista para optar a la Presidencia de Cantabria en una pugna contra Rosana Alonso.
Sus críticos, que se cuentan por docenas en Podemos, la definen como una «persona ambiciosa», «dispuesta a todo por el poder» y que siempre ha tenido como último fin «tomar el control del partido». Algo que finalmente ha intentado. Según repetían los días previos varios diputados de todos los partidos, está dispuesta a perseguir su objetivo hasta el final. «O gano yo o me lo llevo por delante», aseguran que les ha dicho, tajante, a miembros de la Mesa del Parlamento y algún otro diputado.
Lo que nadie pone en duda es su capacidad de trabajo. Quitando su ausencia del debate de Presupuestos, donde se cogió la baja para no sentarse con Blanco, no ha descuidado sus obligaciones en estos meses. Eso se lo reconocen todos sus rivales: «Es la mejor política de todos ellos».
Alberto Bolado. Diputado regional de Podemos
«Hasta un ciego lo ve». La frase con la que Alberto Bolado, invidente, ironizó varias veces en el Parlamento viene como anillo al dedo para describir a un hombre que sólo ha sido fiel a sí mismo y no le ha importado cambiar de bando sin complejos en las sucesivas batallas internas. Ha pasado de diseñar codo con codo con Verónica Ordóñez la operación para derrocar a José Ramón Blanco –«Podemos no debe tolerar sus prácticas nepotistas y autoritarias», repetía sin cesar– en la segunda gran crisis de Podemos, a ser el primero en saltar del barco y hasta aliarse con su antiguo enemigo, al que ahora defiende con la boca pequeña porque se han aliado para desactivar a su compañera y quitarle la portavocía.
Ha ejercido de 'agente doble', ha sabido pigmentar su piel como un camaleón en función de sus propios intereses, y ha manejado la información y las estrategias como en un partida de Risk.
Todo, eso sí, desde un segundo plano, entre bambalinas, hasta que el viernes se quitó del todo la careta, dio un paso al frente y se proclamó portavoz. En el PSOE, donde aprendió casi todo de la política en la cima de Juventudes Socialistas, no ha extrañado lo más mínimo. Se dio de baja por «la rigidez, la falta de democracia interna y la cada vez mayor cercanía ideológica con el PP», como él mismo escribe en su biografía del Parlamento.
Quienes coincidieron con él dentro de las filas socialistas dicen que no dejó muchos amigos. «Es malo», decía hace unos días una veterana dirigente que convivió con él.
Este abogado, que hasta ahora compaginaba el trabajo en su despacho profesional con su labor como diputado autonómico y miembro de la Mesa del Parlamento regional, no ha descuidado sus labores en la Cámara a pesar de la crisis. Supo ver lo que se le venía encima y hace dos veranos que ya anunció que dejaría la política activa después de las próximas elecciones del 26-M. «No es bueno perpetuarse, mi ciclo ha finalizado», señaló en un vídeo que remitió a los Círculos del partido. Y, de momento, aunque le arrebate la portavocía a Ordóñez, mantiene su palabra de no repetir.
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