Secciones
Servicios
Destacamos
Todos usan verbos en presente. Jaime es. Jaime está leyendo. Jaime dice. Jaime representa. En la forma en que los amigos de Jaime Blanco hablan de él hay un componente de rebelión, como si quisieran impedir que se fuera del todo. Cuando este jueves ... este periódico les preguntó cómo era el hombre que había detrás de la basta figura política, todos aludían a la última conversación que habían tenido con el dirigente socialista. Todos empezaban por ahí. En la palabra se fraguaron los vínculos de Jaime Blanco, y después de una carrera política y vital a su lado -con mociones de censura, elecciones y regeneraciones, incluidas-, siguen usando el presente para reanudar la conversación que dejaron a medias, ya fuera por teléfono o en una cena pendiente, como la que mantiene en vilo al pintor Roberto Orallo.
Se conocieron a finales de los 70 en la Galería Sur donde Orallo exponía sus pinturas. Manolo Arce ejercía de anfitrión, y desde entonces, los tres matrimonios (Blanco, Arce y Orallo) fueron asiduos al restaurante El Riojano donde se fraguó una amistad que este jueves convulsionó: «Voy a echar de menos hablar con él», lamenta el pintor. «Venía a todas mis exposiciones y tenía un gran conocimiento de la cultura», dice, como si esa sensibilidad apuntara maneras de quién era Jaime Blanco fuera de las siglas. No era un político al uso, según afirman precisamente los políticos amigos que este jueves admitían estar «en shock», a pesar de conocer que estaba muy enfermo: «Desde hace muchos años hacemos en Santoña una comida de antiguos parlamentarios. Nos juntamos el pasado agosto, pero ya no le vi bien», admite Maximino Valle. El que fuera senador socialista por Cantabria titubea cuando trata de definir cómo era su amigo: «Hemos compartido muchas horas de escaño, sí, pero era más que un compañero de partido: éramos amigos». Y solo arranca cuando retoma el verbo en presente para: «Es un monstruo», dice, «el mejor político que ha pasado por Cantabria con diferencia». ¿No deja enemigos? Valle así lo sentencia, igual que Pepe Guerrero: «No tenía enemigos personales en política porque hablaba con todo el mundo y aplicaba después el sentido común», dice el exdiputado, quien entró en el PSOE porque Jaime Blanco le «abrió la puerta» del partido en 1990 al firmar el pacto de integración del PTE: «Compartimos éxitos y fracasos y nos distanciamos y reconciliamos», sabiendo que hoy en día esta es una extravagancia cuando la política atraviesa un momento de vetos y equis: «No guardaba rencor y sabía perfectamente limitar los escenarios al ámbito correspondiente», afirma Guerrero, que en lo personal guarda un lugar eminente para Blanco: «Él me tendió la mano y me ofreció toda su ayuda», y recurre al presente para definir a su amigo: «Es alguien insustituible en el socialismo de Cantabria, una forma de hacer política que ya no se va a volver a repetir».
También en presente lo recuerda Jesús Manuel Zaballa: «Más que compañeros de partido. Con el paso del tiempo, lo he sentido como un padre más», dice. Se conocieron en los 80: «Como tantos en el partido, yo era crítico con la dirección. Hasta que le conocí en persona, por mediación del secretario general de Castro, y desde entonces he sido leal a él».
Miguel Ángel Palacio, otro histórico de aquel PSOE, le recuerda «en lo personal», como alguien «inteligente, afable, cariñoso y respetuoso con sus adversarios», y alude a su papel crucial en la redacción de la Constitución y del Estatuto: «Aquí estábamos convencidos de que Cantabria debía de ser una comunidad autónoma, pero no en Madrid dirigentes como Felipe González o Alfonso Guerra. Él les hizo cambiar de opinión».
Rosa Inés García y Jaime Blanco compartían siglas, lecturas, una hija y una vida en común como matrimonio. El PSOE de Cantabria era el escenario vital de dos carreras en el partido que él mismo fundó. Sus cargos discurrieron bajo el mismo signo del puño y la rosa; él como presidente de Cantabria, como senador o diputado; ella como diputada parlamentaria o concejala del Ayuntamiento de Santander. «Se intercambiaban hasta los libros», recuerda Zaballa. «Dejó a medias el último libro de Leonardo Padura, 'Como polvo en el viento', se lo intercambiaba con Rosa, pero no lo llegó a acabar», dice. Me convenció para que lo leyera la última vez que hablamos», dice, y alude al encuentro en su domicilio: «Estábamos charlando y, de repente, como presa de una lucidez, dijo unas palabras sobre Rosa en un tono muy elogioso», y le cita de memoria: «(Rosa) Me ha hecho muy feliz, qué bien se ha portado conmigo y qué feliz me ha hecho», dijo: «Yo también la quiero mucho, cuánto nos hemos querido».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.