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Entramos en el tercer año de convivencia con el covid y como toda relación, hay pilares que se resquebrajan y certezas que no son tal. «Vivimos un dilema entre la precaución y seguir con nuestras costumbres, y a nivel sociedad debemos renunciar a algo», dice ... Jesús Artal (Zaragoza, 1959), jefe de Psiquiatría del Hospital Valdecilla, que en plena ola desbocada por Ómicron, advierte de que la ola realmente peligrosa está en la salud mental, una marea que se está cebando desde primavera con niños y adolescentes, y sobre todo con los casos de suicidio: «Desde abril ha aumentado la demanda ambulatoria y la lista de espera en consultas un 30%», dice el especialista, que avanza que para 2022 estará en marcha un «programa para potenciar la hospitalización de día de niños y adolescentes».
–Estos días vemos colas para comprar antígenos en farmacias y aglomeraciones para brindar en Peña Herbosa. ¿Cómo es posible que convivan estas dos imágenes en un mismo momento?
–Es muy llamativo, sí. Estamos en un dilema porque tenemos que elegir entre seguridad o seguir con nuestras costumbres, y a nivel sociedad tenemos que renunciar a algo. La mayor parte de la población tenemos un equilibrio entre estas dos necesidades, pero hay grupos extremos: por un lado están los que no toman precauciones y ponen en riesgo al resto, y en el otro extremo están aquellas personas demasiado atenazadas por el temor. Esas imágenes lo que demuestran es la mezcla de sentimientos contradictorios y cómo somos las personas: parece que no queremos renunciar a lo característico de nuestra esencia (estar en la calle, hacer compras, celebrar las fiestas) y, al mismo tiempo, tenemos miedo y tomamos precauciones.
–Se culpabiliza al que sale de fiesta, pero también se señala al precavido, ¿cree que estamos polarizándonos?
–Un mecanismo de defensa que tenemos las personas es buscar culpables y solemos buscarlos fuera, porque nos libera del sentimiento de culpa. La información que tenemos sobre los contagios o las vacunas o las probabilidades de contagiarnos los que estamos vacunados y los que no genera incertidumbres que algunos utilizan para acusar al otro. Se está demonizando mucho a las personas que no se han vacunado, a las que no toman precauciones, y efectivamente nos ponen en riesgo a todos, pero a veces se da una caza legislativa y de la propia sociedad que, si lo piensas, es algo excesiva. En cuanto a los que se protegen demasiado, los ponemos un poco en solfa porque parece que exageran, ya que de alguna manera, a los que tenemos un nivel de precaución medio y queremos compaginar todo –trabajar, divertirnos, cuidarnos– nos hacen sentir más inseguros. Los excesivamente preocupados nos ponen nerviosos porque, de tener razón, lo estaríamos haciendo mal y por eso preferimos pensar que no la tienen.
–En lo que no hay debate es en que se han disparado los cuadros de ansiedad y depresión, ¿sigue la misma tendencia?
–Las patologías muy graves como la esquizofrenia, el trastorno bipolar o las depresiones graves que tienen que ingresar no han aumentado. Lo que sí está aumentando y está constatado con los datos en asistencia a salud mental en Cantabria es que, desde el pasado mes de abril, ha aumentado la demanda ambulatoria, es decir, que ha habido un incremento mes a mes de la demanda de ayuda y de listas de espera en las consultas de un 30%. Además, hay conductas que también han aumentado con respecto al año 2020, pocas en número pero muy dramáticas, como es el suicidio. En España y en Cantabria, según los datos provisionales, ha crecido al menos un 10% con respecto a 2019: en España hubo 3.675 suicidios y en 2020, 3.941, es decir, que 11 personas al día se quitan la vida.
–¿Y cómo están las cifras de suicidio en Cantabria?
–En Cantabria, que partíamos con una tasa de suicidio de las más bajas de España, lo cual era muy llamativo sobre todo en comparación con las otras comunidades del norte del país, hemos aumentado en 10 personas, de las 26 que hubo en 2019. Es un golpe duro y es muy preocupante.
–¿Qué está fallando en el sistema de salud para que estemos en estas cifras?
–Lo que aumenta son, sobre todo, los suicidios no avisados. A personas que no tenían patologías previas les ha sobrevenido un cúmulo de circunstancias y se han visto en situaciones dramáticas, ya sean sociales, familiares o económicas, que les han llevado al suicidio. Estos suicidios no hablan tanto de un fracaso del sistema sanitario, porque podemos intervenir cuando es un enfermo y tiene estos síntomas, cuando comunica la intención o ha habido un intento, sino que estaríamos hablando de un fracaso por no haber llegado a la prevención. Aspiramos a un sistema sanitario que evite cualquier muerte, pero esto tiene que ver más con la estructura social, con que hay muchas personas que se quedan fuera bien porque les ha ido mal la vida o porque se les han juntado, como está pasado en la pandemia, problemas de salud, fallecimiento de personas queridas, pérdida de trabajo, y no les da tiempo a contactar porque o bien no quieren o no han pensado en esa posibilidad.
–La cuarentena ha pasado de 10 a 7 días por motivos económicos, pero también «por motivos de salud mental». ¿Ve un cambio en el hecho de que lo incluyan como argumento?
–Es lógico que se tomen en cuenta las razones económicas y laborales para volver antes de la cuarentena, pero también es muy importante que se tome en cuenta la salud mental porque estamos en una fase de agotamiento. Primero hubo una fase de pánico y estrés cuando empezó la pandemia; al poco tiempo hubo una fase de resistencia, que demuestra las cualidades del ser humano para adaptarse, pero si se mantiene mucho tiempo, se llega a la fase de agotamiento, que es donde aparecen muchos trastornos psicológicos y de salud, y a estas alturas estamos agotados.
–¿Los sanitarios están agotados?
–Es una percepción subjetiva, pero el estado emocional que percibo es que no estamos agotados, sino aburridos: podemos con ello y sabemos cómo hacerlo, pero hace unos meses ya pudimos con ello, y otra vez pasar por eso... No percibo ni fatalismo ni desesperación ni abandono, y la gente sigue hacia delante y dando respuesta, a pesar de la carga en las UCI. Eso sí, nos preocupa otra vez no poder atender tan bien como quisiéramos a las patologías no covid y eso da un cierto hastío. Tengo la sensación de que pasadas las primeras semanas de 2022 lo vamos a superar, más cansados, pero no sobrepasados. Soy un optimista patológico, quizá mis compañeros piensan lo contrario, pero es mi percepción.
–Otra de las percepciones que hay es que mucha gente no cumple las normas, lo que contribuye a la saturación de los hospitales, ¿diría que es también hastío o más bien desconocimiento?
–Hay noticias e intoxicaciones que causan mucho ruido y nos pueden hacer desconectar, pero la gente conoce los mensajes básicos. Hay personas que niegan lo que pasa, también hay gente que no puede darse el lujo de cumplir las normas, cada persona tiene una situación muy distinta. Yo diría que hay más cansancio que otra cosa, y que si no mantienes la distancia es porque o bien se te olvida o porque piensas que esto está superado y también relajas hasta uso de las mascarillas.
–¿Cree que le hemos perdido el miedo al virus?
–Le habíamos perdido bastante miedo, pero los profesionales, no, porque desde hace muchos meses no le veo la cara a mis compañeros, pero en la sociedad sí se lo habíamos perdido y era lógico porque las vacunaciones iban viento en popa; estábamos a punto de la tercera dosis, se estaba vacunando ya a niños, hasta que ha llegado la nueva variante. Ahora, con Ómicron, no sabemos muy bien cuál va a ser el resultado final, si va ser el problema o una parte de la solución, esto aún no lo sabemos. Hemos vuelto a sentir miedo pero más que a la muerte, a las complicaciones que trae un contagio para ti, para tu familia, para tu trabajo y tu vida corriente, porque ahora una infección quizá no muy grave, o asintomática, te complica la vida.
–¿Cómo gestionamos el bofetón de Ómicron estas Navidades?
–Estábamos acostumbrados a ese mundo perfecto en el que nos sentíamos seguros, y no es así. Esto es un recordatorio de que somos vulnerables y no podemos controlar el presente ni el futuro, pero también una muestra de que nos podemos adaptar. Si 2021 ha sido malo, vamos a pensar que 2022 va a ser bueno. Salvo algunas personas y sectores, no tenemos porqué pensar que esto es una catástrofe.
–A estas alturas de la pandemia, ¿los niños y adolescentes se están llevando la peor parte?
–Después de las personas fallecidas por covid, hay dos fenómenos gravísimos en esta pandemia: uno es la desatención de patologías no covid, ya que ha habido que posponer pruebas diagnósticas y cirugías debido a la sobrecarga del sistema sanitario, y la otra es la gran ola de problemas de salud mental en niños y adolescentes: lo estamos viendo hace meses y desde primavera se han disparado los ingresos, los intentos de suicidio, algún suicidio y los ingresos en urgencias. Hemos llegado a tener en Valdecilla más de doce niños hospitalizados con cabecera de salud mental durante semanas, y esto es algo totalmente anómalo, porque en épocas normales podíamos tener dos o tres o ningún hospitalizado. En Cantabria estamos trabajando en potenciar la hospitalización de día de niños y adolescentes, y estamos ultimando un programa de refuerzo que espero sea una realidad a principios de 2022 porque las consecuencias pueden ser tremendas.
–¿Qué les está afectando tanto?
–Les ha pillado en una época en la que estaban luchando por tener autonomía, más apoyo en las redes extrafamiliares, los referentes los tienen fuera de casa y ha habido una ruptura total en el confinamiento. Lo estamos viendo en el hospital: los grandes protagonistas ahora mismo en problemas de salud mental están siendo los niños y adolescentes.
–Hay una reunión para abordar la vuelta al cole de los menores, su posible retraso, ¿la capacidad de adaptación es infinita?
–Los seres humanos, y los menores en este caso, tenemos gran resistencia a los cambios, pero esto no es infinito y todo tiene un límite, sobre todo en familias que han tenido una suma de aspectos negativos, como fallecimientos, problemas laborales o que viven en una casa que no permite la convivencia continua. Ahí los menores pueden desarrollar muchos problemas. Los niños, hasta que estén vacunados, son un elemento crucial a la hora de hacer protocolos, pero tiene consecuencias volver a privarlos del colegio. La filosofía correcta es la del mal menor, y las decisiones que tienen que tomar mis colegas son auténticos dilemas porque, en este caso, no se elige entre una opción buena o mala, sino que tomarán la mejor medida. Un confinamiento intenso, si tuviera que repetirse, que yo espero que no, tendría consecuencias tremendas para todos, pero desde luego más para niños y adolescentes.
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