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El entusiasmo tiene forma de masa que jalea en el centro histórico de la Ciudad de México. El Palacio Nacional queda al otro lado de los cristales de un coche utilitario en el que viaja el nuevo presidente del país, Andrés Manuel López Obrador ... . Va de copiloto, sonríe y le sonríen los que sacuden el capó. En las fotos, sus bocas abiertas parecen gritar alto. Ninguno se aparta del coche, pero al nuevo presidente de México parece darle igual. Él ha renunciado a la seguridad propia del cargo porque la gente es quien «va a cuidar de él». Lo prometió en su día, y ahora, como presidente electo, ha sido de las primeras medidas que ha anunciado. «No se apaga el fuego con más fuego», y ahora, con este popular gesto, pone la cara a otra forma de ejercer el poder después de tres décadas como político en un país como México.
Violencia «Hay 68 asesinatos al día, en 2016 aumentaron un 22,8%, pero el fuego no se apaga con más fuego»
Corrupción «Control de cobros en 'B', cada año se roban 30.000 millones de dólares de las arcas públicas»
Muro de Trump «Vamos a denunciar en la ONU los ataques contra los Derechos Humanos que se están produciendo»
Riqueza energética «Revisaremos las políticas para retomar el dominio de la nación sobre los recursos naturales»
Petróleo «Tras 40 años no se ha hecho ninguna refinería, hay que modernizarlas y levantar otras dos más»
A López Obrador no le echan para atrás las cifras sobre homicios. Él no niega la violencia, lo que niega es la manera habitual de enfrentarla. En la campaña asesinaron a más de 110 políticos, en un país que suma 68 muertes por violencia a diario, como él mismo dijo en su visita a Santander hace apenas seis meses, cuando invitado a la región por el presidente Miguel Ángel Revilla conoció el pueblo natal de su abuelo, Ampuero, y participó en el Foro de El Diario Montañés. Aquella mañana de septiembre, ante representantes políticos y económicos de Cantabria, López Obrador, el candidato izquierdista, el hombre que aspiraba a presidir el país de habla hispana más grande del mundo, trasladó ideales más que promesas.
En ese atril del hotel Bahía dispuestos por este periódico, su discurso dislocaba los datos que él mismo iba dando: López Obrador no eludía la realidad, la combatía con visiones. Y si de un lado cifraba en 30.000 millones de euros al año las pérdidas de las arcas públicas por culpa de la corrupción, daba a continuación cierta fe como respuesta: «No sólo combatimos la corrupción por un asunto moral, sino para recuperar un dinero fundamental para el desarrollo del país. Sería una fuente de financiación suficiente porque lo que se roba es mucho». Para llevar a cabo el cambio prometido se necesita dinero, y según contó a un auditorio que aún no sabía que estaba ante el próximo presidente de México, financiaría sus programas «liberando los fondos públicos que cada año se pierden por cobros ilegales, sobres en 'B' y pagos que no pasan ningún tipo de control».
¿Y la violencia? Ante el aumento de homicidios en un 22,8% en 2016, López Obrador se agarró al atril santanderino para poner en orden la prioridad de su mandato: «Hay que recuperar los lazos familiares del campo, atender a los jóvenes que no tienen acceso a estudios o trabajo, la coordinación de todos los cuerpos y fuerzas de seguridad para que trabajen juntos, y una dedicación intensa del presidente, sin delegar».
El reto es potenciar las cosechas y luchar por la redistribución de la riqueza y los derechos de los indígenas. «Esta es una oportunidad decisiva. Llevo mucho luchando y lo haré toda mi vida por mis ideales y mis principios», dijo el entonces candidato, después de haberse presentado a dos presidenciales que perdió, no sin polémica, en los años 2006 y 2012.
México es el décimo productor de crudo del mundo, con 2,8 millones de barriles diarios. Muy lejos de los 12 millones diarios que producen Arabia Saudí y EE UU, pero es el primer país exportador de América Latina. La paradoja es que México sigue comprando gasolina, y más de la mitad del consumo diario se adquiere fuera: «Es como si vendiéramos naranjas y pagásemos por el zumo», dijo López Obrador en el Foro de El Diario. ¿Cómo enfrentar semejante desequilibrio? El problema está, dijo, en las infraesctructuras: «En México sólo hay seis refinerías y no se construye ninguna desde hace cuarenta años». El proyecto de López Obrador es modernizar las existentes y levantar otras dos más: «Recuperaremos el dominio de la nación sobre los recursos naturales. Seguramente esto nos lleve a los tribunales y dure toda la legislatura, pero si es la voluntad del pueblo lo haremos», dijo entonces. Ahora, le toca hacer realidad su palabra.
«La fórmula para gobernar México es evitar la corrupción y gobernar con austeridad. No se puede enfrentar la violencia con violencia, el mal con el mal, el fuego no se apaga con más fuego, hay que ofrecer a la gente empleo y estabilidad», dijo. Y tras verbalizar su promesa de «fomentar las relaciones con Cantabria», López Obrador abandonó el caudal de ideales para enfrentar el gran declive moral del muro de Trump: «Es una ofensa. No vamos a permitir esta campaña racista. Nosotros no vamos a pagar ningún muro y vamos a denunciar en la ONU los ataques contra los Derechos Humanos que se están produciendo».
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