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Un tranquilo paseo por el Pinar de Arna, en Somo, junto a su mascota. Hasta ahí todo suena bien. El susto llega cuando, al bajar ... la mirada hacia el suelo, divisa varias procesionarias. Primero es el sobresalto al verla. Y después, la preocupación porque el animal no se sienta atraído a 'jugar' con ellas. Esto es lo que le ocurrió a una pareja el pasado lunes y que, afortunadamente, no terminó con su mascota en el veterinario con síntomas de asfixia o hinchazón de la cara y la lengua. Las temperaturas anormalmente altas han adelantado el ciclo de esta oruga, «muy peligrosa» especialmente para los perros y los niños. De hecho, los vecinos de Santander ya alertan de su presencia en entorno del conservatorio Ataúlfo Argenta, ubicado en la Finca Altamira, en General Dávila, donde hay un pino «lleno de nidos de oruga procesionaria que bajan al suelo».
La procesionaria del pino es una mariposa cuyo ciclo vital tiene cuatro fases. La primera es la del huevo, después la de la oruga, la crisálida y, finalmente, la de adulto. «Cuando se encuentra en el segundo periodo vive en bolsones de seda que se encuentran en las copas de los árboles», explica Jorge Garzón, técnico en Gestión del Patrimonio Natural y coordinador de la Red Natura 2000 en Valles Pasiegos. Durante el día se queda en el interior de la bolsa, que la protege del frío y por la tarde sale a comer. Es entonces cuando daña el pino, puesto que se alimenta de sus hojas. Es esa precisamente la fase en la que se debería encontrar en este momento del año. «Realmente es época de bolsas, pero todo se altera con el tiempo. Las orugas adaptan su ciclo a las condiciones meteorológicas que les permiten alimentarse mejor». Por eso, teniendo en cuenta el otoño y el invierno que vive la región, «más similares a la primavera», las procesionarias, que están en los refugios, encuentran condiciones más favorables para salir y alimentarse», añade.
Aunque Garzón pide mantener la calma. «No hay ninguna plaga ni ninguna explosión exacerbada. No es algo extraordinario ni mucho menos. No es la primera vez que ocurre», aclara.
Prueba de ello es que, en la Clínica Veterinaria Boovet, en Boo de Piélagos, por el momento no han recibido animales afectados por esta especie. Aunque sí están preparados para atender casos antes de lo previsto. «El buen tiempo hace que se reproduzcan antes», asegura Raquel López, veterinaria de la clínica. En Torrelavega, hasta la fecha, tampoco han detectado ningún caso. «Los pies que vigilamos están controlados con trampas y endoterapia. En enero tenemos programada una inspección de los pies inventariados. Puede que por el tiempo se haya adelantado el ciclo pero para eso están las trampas instaladas. Si en la revisión de enero se detecta alguna más actuaremos», informa José Luis Urraca, concejal de Medio Ambiente. Y desde la Consejería de Medio Ambiente informan de que no han recibido ninguna comunicación respecto a la especie.
Reacciones alérgicas, irritación de oídos, nariz y garganta, hinchazón de cara y lengua e incluso síntomas de asfixia en los perros. Estas son las consecuencias más comunes que provoca el contacto con las procesionarias. «Para los animales puede ser letal», explica Raquel López. «Las orugas tienen unos pelillos que al entrar en contacto con cualquier parte del cuerpo lo que hacen es necrosar. La toxina que tienen es muy potente. Por eso es importante actuar con muchísima urgencia».
Generalmente, los animales que más peligro corren son los perros. «Como les hace gracia las intentan coger con la boca. La lengua se necrosa y se hincha. Pueden llegar a perderla. Además si ingieren algún pelo de la oruga, todo el aparato digestivo puede sufrir. Es una urgencia de verdad», subraya la veterinaria.
La incidencia en los humanos es diferente. Pero no deja de ser molesta y conllevar ciertos riesgos, sobre todo en los niños. Produce reacciones alérgicas y urticaria local que puede generalizarse. En los más pequeños la reacción más común es la dermatitis irritativa que también produce urticaria, picor e hinchazón en la zona que ha estado en contacto con la oruga. «Los niños se sienten más atraídos porque creen que pueden jugar con ellas y es muy peligroso», zanja López.
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