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Hay libros que nunca vuelven a sus estanterías. Alguien les toma prestados con la bienaventurada intención de devolverlos pero, en un ataque de inexplicable indolencia, ... acaban haciéndose un hueco en esa otra biblioteca ajena, amueblando una custodia permanentemente provisional. Así, los libros renuncian a ser patrimonio colectivo, dejan de ser leídos. En afortunadas providencias se aparecen en los mercadillos de viejo con la última fecha del caducado préstamo impresa en tinta azul. Probablemente quien se lo queda nunca renuncia a la aspiración de devolverlo, y de cuando en cuando le sobreviene un leve remordimiento, lo suficientemente efímero como para no ponerle remedio.
Ahora, la biblioteca de Bezana anima a que retornen esos libros exiliados por lectores perezosos con la iniciativa ‘Quitapesares’. Quien se retrase en la devolución no tendrá que pagar multa. Obtendrá el indulto a cambio de un kilo de lentejas, destinadas al Banco de Alimentos. Algunas pedagogías contemporáneas combaten con extraordinario ardor la disciplina del castigo y la recompensa, aunque suele funcionar como señuelo para crear costumbre. La dinámica del ‘Quitapesares’ prescinde de la reprobación, convertida en indulgente penitencia, una doble recompensa emocional: sentirse bien por hacer lo correcto y por donar alimentos. Somos lo que hacemos, defendía Aristóteles. La excelencia no es un acto sino un hábito. Nos hacemos justos realizando actos de justicia. La ética tampoco se predica con palabra, sino con hechos. Con esta filosofía de crear hábito en Los Corrales experimentan un curioso estímulo: el ‘pasaporte cultural’. Ir a exposiciones, teatro o conciertos subirá las notas de los estudiantes.
Hace tres décadas, en el instituto Santa Clara para aprobar Música con la profesora Elena había que asistir a los conciertos clásicos que regularmente programaba los jueves la Fundación Botín, y certificar la asistencia con un sello en el programa que ponía el conserje de la institución. Éramos tan infelices que creíamos conseguir un aprobado de regalo, solo por soportar el recital. Contra todo pronóstico y pretensión, semana a semana, tanta perseverancia fue venciendo nuestra natural resistencia adolescente. Aquel peculiar magisterio obró un prodigio. Cada jueves se convirtió en un recreo.
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