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Para vencer hay que convencer. La afirmación anterior vale para la competencia entre empresas y para la lucha política. Hoy me refiero al conflicto catalán, al enfrentamiento entre los independentistas catalanes y, por otra parte, el Gobierno de España y los grupos políticos y sectores ... de la población que no quieren la ruptura. Pues bien, son muchos los que señalan que la batalla de la comunicación la están ganando los primeros.
Desde antiguo, en la guerra son clave tres elementos: 1. Recursos materiales (armamento-tecnología y recursos económicos); 2. Recursos humanos (personas formadas y líderes que sepan dirigir y planificar una estrategia) y 3. La comunicación. Por comunicar debe entenderse elaborar una idea y transmitir un mensaje que convenza a propios y extraños de que se tiene la razón. Esta comunicación es la base de la propaganda. Para ganar la competición, en primer lugar, hay convencer e ilusionar a nuestros partidarios para que defiendan ‘nuestra justa causa’. En segundo término es preciso persuadir a los posibles apoyos del exterior de que la razón, la justicia, la historia y la verdad es nuestra. Por último, hay que desprestigiar al contrincante.
La propaganda política y las relaciones exteriores son fundamentales en toda confrontación. La lucha se da en el frente y en la retaguardia, con armas y con ideas. Si se pierde la batalla de la comunicación, la guerra está perdida.
La mentira es un arma, explica Guy Durandin. Manipulando la verdad se trata de persuadir a los propios y debilitar al contrario. Los viejos griegos ya subrayaron el poder de la palabra para convencer, para lograr los propios objetivos (Aristóteles criticó a los sofistas por utilizar la retórica para manipular las emociones).
En el conflicto catalán, la estrategia de comunicación por parte de los independentistas es extraordinaria, y muy eficaz. Desde hace años, apoyándose en medios de comunicación, en el sistema educativo y en diversas asociaciones sociales y culturales, han venido construyendo un relato, una ‘verdad histórica’ (se ha dicho que la historia la escriben los que tienen el poder; pues bien, en este caso los que han controlado el sistema educativo-cultural han transmitido su interpretación del pasado y del presente). Esa ‘razón justa’ se la ha envuelto con un precioso manto retórico que suscita enormes emociones: héroes históricos, banderas, canciones patrióticas, manifestaciones, concentraciones, marchas, velas encendidas, ceremonias con rasgos religiosos que conmueven, que excitan… Y, algo fundamental: términos con connotaciones positivas de grandes y nobles ideales que suscitan la unión y el sacrificio de todos por una causa sagrada: ‘pueblo’, ‘tradición’, ‘cultura’, ‘libertad’, ‘democracia’, ‘patria’… Todos los nacionalistas han sido maestros en el arte de construir leyendas, estereotipos y prejuicios, y también en la técnica de elaborar falacias.
Al mismo tiempo, de forma muy inteligente, los dirigentes del secesionismo han transmitido, con insistencia y también de forma eficaz, el mensaje de que los contrarios, los otros, España, carecen de razón y de legitimidad. Como indica el manual de la lucha propagandística, han comunicado que todos los males provienen del exterior, de los españoles, y que cuando se logre la libertad-independencia se habrá conquistado el paraíso y la felicidad.
Se ha repetido que en todas las guerras lo primero que muere es la verdad. Eso también ha ocurrido en la situación que nos ocupa. Álex Grijelmo, en un artículo titulado ‘Respeten las palabras’, se ha referido a que en el conflicto catalán los independentistas han subvertido el significado de palabras como ‘democracia’, ‘ley’, ‘presos políticos’, ‘actitud totalitaria’. Grijelmo denunció la manipulación, el ‘vaciamiento de la verdad de las palabras para volverlas falsas’, y explicó: «Las palabras forman el alma del diálogo, designan la realidad, construyen la convivencia. Si nos fallan las palabras, todo se derrumba».
Junto al cambio del significado de las palabras se encuentra la mentira más burda: la manipulación de fotografías (en ocasiones cambiándolas el contexto), la invención de sucesos, la falsificación de cifras… Así, el periódico ‘Le Monde’ advirtió de que se han difundido «imágenes engañosas» sobre los sucesos del 1 de octubre y de que por las redes sociales han circulado impactantes imágenes que han sido «manipuladas».
¿Qué respuesta deben dar los no nacionalistas? Según mi criterio, en primer lugar, es necesario dedicar esfuerzos para contrarrestar la propaganda que desarrollan los secesionistas basándose en, entre otros, los siguientes ejes: 1. Desvelar las mentiras, aportando datos. 2. Subrayar el valor de la solidaridad y la igualdad entre territorios y pueblos. 3. Llamar la atención de las ventajas de la unión y de las consecuencias negativas de la separación. En segundo lugar, es fundamental elaborar y difundir ideas-proyectos ilusionantes para una convivencia de personas con sensibilidades, orígenes y formas de pensar diferentes. En definitiva, a un relato, a una idea, se la combate con otro discurso (que debe comenzar por poner en evidencia las inconsistencias del contrario y que debe ser ilusionante como se está viendo a los humanos nos mueven mucho las emociones–), pero, por supuesto, además, es preciso hacer propuestas de cambios, de actuaciones que influyan en la vida cotidiana de los ciudadanos.
Concluyo. En mi opinión, en el conflicto catalán hay que convencer a los catalanes que simpatizan con el nacionalismo de que el amor a las raíces y la defensa de la propia cultura no deben implicar la ruptura de la convivencia. Hay que persuadir a los catalanes no nacionalistas de que deben defender sus ideas y su proyecto vital. Los medios de comunicación están obligados a ser fieles a la verdad. Las autoridades españolas tienen la responsabilidad de dedicar esfuerzos a, como hemos dicho, la elaboración de una propuesta y, además, a ocuparse de la opinión publicada. Por último, todos los ciudadanos tenemos la obligación de contribuir a la convivencia del conjunto social.
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