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El nacionalismo genuino surge en Europa, en el siglo XIX, en forma de movimientos de resistencia contra la dominación Imperial. Nuestro ejemplo más preclaro fue el levantamiento patriótico de los españoles contra Napoleón; una visión un tanto simplista del asunto, pero esto es harina ... de otro costal.
En un movimiento simultáneo, durante la Ilustración, la guerra civil de la burguesía contra la aristocracia aprovechó para disfrazarse de patriotismo nacionalista, por la fuerza de arrastre que tiene el populismo. Con ello se producía, ya entonces, una primera degradación del concepto original.
Ya en pleno siglo XX, los verdaderos movimientos nacionalistas surgen en el llamado tercer mundo, en forma de movimientos descolonizadores contra el imperialismo europeo. De nuevo se incurre en una simplificación pues, visto lo visto, es posible argumentar que los imperios fueron más constructivos que el caos de los inmaduros Estados-nación, a la hora de promover la paz y proveer un cierto grado de prosperidad.
Llegamos así al Siglo XXI donde, con el fin de robar el poder a los partidos institucionales, los movimientos populistas se califican a sí mismos de nacionalistas. Cosa que ocurre también en el caso más extremo de los movimientos separatistas. Aunque en este último caso, más bien se trataría de todo lo contrario; es decir, deberíamos calificarlos de antinacionalistas dado que rompen la unidad nacional.
Pero en ambos casos, el nombre más apropiado para estos movimientos sería el de pseudo-nacionalismo. En efecto, se trata de un nacionalismo impostado. Los populistas fabrican una realidad virtual según la cual el país ha sido secuestrado por unas élites dirigentes que lo prostituyen para enriquecerse e incrementar su poder, sin límites. En el caso del separatismo todavía dan un paso más y adoptan la pose de haberse convertido en una colonia del Estado central. En ambos casos, los patriotas deberán llevar a cabo la sagrada misión de rescatar el país de las garras del mal. La realidad es que ni el país ha sido secuestrado ni es concebible que su territorio más próspero sea una colonia, pero las engañosas apariencias convenientemente filtradas y sesgadas sirven para hacer verosímil la dichosa ficción.
Yo mismo he denunciado más de una vez el riesgo de que las oligarquías económicas establezcan su reales y ejerzan una influencia desmedida en la legislación y la toma de decisiones de los gobiernos; lo cual desvirtúa el sistema, que se supone debe tener el interés general como primera prioridad. Pero el efecto de esta intervención es el debilitamiento de los gobiernos, la desregulación; es decir, lo contrario de la dominación y el avasallamiento de las gentes que, a juzgar por las quejas de los separatistas, parece que anduvieran por las calles cargadas de cadenas gritando ¡libertad!
Es precisamente esta dejación de funciones por parte de los gobiernos lo que crea una atmósfera favorable al resurgir de los populismos, que aprovechan para actuar con la mayor impunidad en la creencia de que sus desmanes no serán castigados por un gobierno tan debilitado. Claro que siempre puede aparecer un artículo 155 que les despierta rudamente de sus sueños más húmedos.
La impostura de este nacionalismo se hace patente al comprobar que se trata de un movimiento de arriba-abajo. El nacionalismo genuino es un movimiento de liberación que surge del pueblo, contra la arbitrariedad de un poder despótico que termina por traspasar una línea roja, lo cual hace que salten todos los controles y desemboque en rebelión. El pseudo-nacionalismo catalán (por poner el ejemplo que ahora nos quita el sueño pero que es extensible a todos los demás) ha sido un diseño de las élites dirigentes para crear una conciencia falsamente nacionalista, entre una población que estaba en otro lugar, con otros afanes, muy ajenos a las preocupaciones identitarias. No hay más que leer el documento que diseña el proceso de introducción del nacionalismo en todos los ámbitos catalanes, publicado en 1990 bajo el título de ‘Programa 2000’. Citó algunos epígrafes ilustrativos:
– Configuración de la personalidad catalana.
– Divulgación de su historia y el hecho nacional.
– Memorial de agravios.
– Creación de asociaciones que organicen campañas de sensibilización colectiva.
– Exigir el conocimiento de la lengua y la cultura. Catalanización de la enseñanza.
– Cuerpo de inspectores para vigilar el cumplimiento del plan.
– Personalidades de ideología nacionalista en todos los órganos rectores.
– Potenciar los órganos de comunicación que promuevan la perspectiva y conciencia catalana.
Programa ejemplar que hoy desarrollan los nacionalistas de USA, Inglaterra, Francia, Bélgica, Alemania, Austria, Hungría, Polonia. En ninguno de estos lugares el nacionalismo ha surgido por generación espontánea. Ha sido inducido por movimientos populares, hasta cristalizar en el pseudo-nacionalismo del que vengo hablando.
Ahora bien, seguir insistiendo en que ha habido un evidente adoctrinamiento en Cataluña, no sólo no sirve de nada sino que es contraproducente (aparte de que «el que esté libre de pecado que tire La primera piedra»). Una realidad incontrovertible que hoy representan dos millones de catalanes y que irá en aumento a medida que vayan creciendo los alevines. Una realidad con la que debe contar cualquier intento de componer este entuerto.
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