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Martes, 12 de julio 2022, 09:04
De día, de noche, con lluvia o con solazo. Santillana del Mar es bonita la mires por donde la mires. Por eso visitarla siempre es un buen plan. Acierta si va a pasear por sus empedrados suelos (con catiuscas o en chanclas), a ver la colegiata o a comer un chuletón de vaca tudanca en cualquiera de sus restaurantes.
Es uno de esos lugares en los que se puede hacer de todo. Ir a la playa, pasear por el pueblo, comer unas rabas, hacer una visita a su rico patrimonio histórico o leer escuchando cantar a los pajaritos. La típica e idílica estampa que todos buscamos para disfrutar del verano está en Comillas.
Liérganes está en el top de los pueblos más bonitos de Cantabria y presume de un porrón de premios, todos por su belleza. Es la reina del baile. Se sitúa a 110 metros de altitud sobre el nivel del mar y por allí pasa el río Miera, ideal para sumergirse en verano y evitar una lipotimia.
Sí, vale, Castro Urdiales es más una ciudad que un pueblo, pero no podía quedarse fuera de este listado de lugares en los que refugiarse en verano. ¿Por qué creen que hay tantos ciudadanos del País Vasco que pasan el periodo estival allí? Porque no pueden resistirse a sus encantos. Y porque tiene las dos 'P': playa y paisaje.
Ahí tienen a dos turistas visitando Bárcena Mayor en invierno. Si es bonita en diciembre, imaginen cómo se pone en verano, con sus balcones floridos y casas montañesas. Es uno de los pueblos que más visitas recibe durante todo el año. Por algo será.
No se queden solo con el detalle de que San Vicente de la Barquera es el lugar donde nació el cantante David Bustamante. Que pueden hacerlo, pero se perderían muchos otros encantos, como la Iglesia de Santa María de los Ángeles, el Castillo, el Convento de San Luis, la Torre del Preboste o los famosos soportales en el centro del municipio donde cada verano huele a langostinos a la plancha. Es imposible pasar de largo. ¡Una mesa para dos, por favor!
En el casco urbano de Cartes, declarada Conjunto Histórico desde 1985, se podía haber rodado una de esas películas románticas protagonizadas por Audrey Hepburn. La imagino ahí, con su paso elegante, fijándose en el verde de los balcones, cuando de pronto le asalta un joven para regalarle una vara de avellano cargada de sabrosísimas rosquillas.
Es el pueblo de Heidi. En el ámbito cinematográfico, claro, en la novela de Johanna Spyri la pequeña de pelo corto y coloretes correteaba por Maienfeld, en los Alpes suizos. Ambos lugares son igual de maravillosos, apartados de la contaminación acústica de las ciudades, alejados de todo. Mogrovejo ese ese lugar donde pueden encontrar paz.
Rodeado de altas cumbres imponentes, preciosas en verano -cuando más brilla su color verde- está el pequeño pueblo de casas de Carmona. Piensen en los más de 40 grados que se esperan en algunas comunidades autónomas. Y ahora imaginen que entran en una de esas viviendas de piedra, tan frescas que dan ganas de tirarse al suelo y posar la espalda contra la fría piedra. Es el refugio perfecto para huir de las altas temperaturas.
Ese momento único en el que el autor de la fotografía apretó el botón de su cámara hace que cualquier cántabro con un poco de orgullo por su tierra sienta un escalofrío. Para bien, de los que ponen la piel de gallina. Una esquina, la del Faro del Caballo en Santoña, que resume cómo es Cantabria, con mar, con montaña, con luz y con cientos de rincones donde perderse para siempre o por unos días, eso lo deciden ustedes.
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