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Tres señoras descansan sentadas al fresco en una calurosa mañana de martes en Cayón. Al ver llegar a la cartera, una de ellas le dice: « ... Luego pasas por aquí, ¿verdad?». Ella responde:«¡Claro!, dame un segundo que ahora vuelvo». Termina con el portal correspondiente, y regresa donde conversan las vecinas. Entrega la correspondencia y se despide: «¡Que tengan un buen día!». «¡Gracias guapa!», oye mientras se aleja. Otra jornada más. Siempre hay cartas o paquetes que entregar, incluso en estos tiempos en los que cada vez nos comunicamos menos por este sistema. La labor de los carteros es todavía muy necesaria y en los pueblos se vuelve más cercana y personal. «Conoces a los vecinos y ellos te conocen a ti», coinciden cuatro carteros de pueblo que cuentan su experiencia a El Diario Montañés.
Todavía se envían cartas y paquetes a domicilios de todas las localidades. Desde la primavera los repartidores de Correos han realizado 3.100 entregas en la puerta de las viviendas de diferentes pueblos de Cantabria, muchos de ellos de reducido tamaño y con escasa población.
¿Cuál es hoy la labor de un cartero? No es tan distinta de la de antaño, sobre todo en los pueblos. A veces «cumplimos casi una labor social», en especial con gente más mayor. Ni la digitalización de los procedimientos ni la eclosión de empresas de paquetería, mensajería y reparto que representan una dura competencia han acabado con la figura del cartero, que se ha adaptado a unos tiempos en los que su misión principal no es entregar correspondencia, sino todo tipo de envíos. Como servicio público, Correos debe acercarse a cualquier rincón de Cantabria. La carta llega aunque uno sea el único habitante de su aldea.
Aser Rebanal | Cartero en Boo de Piélagos
Siempre vinculado al mundo postal y antes de entrar como repartidor en Correos, Aser Rebanal trabajó en la también empresa de mensajería Unipost hasta su desaparición. No solo eso. También fue repartidor y encargado en la delegación de Amazon en Cantabria. Algo importante cambió para él en 2020 cuando, tras obtener su plaza, comenzaron sus labores como empleado fijo en este organismo público. El organismo de reparto compite con otros servicios de mensajería: «Se nota muchísimo que el correo tradicional está descendiendo año tras año y llegará a un punto donde acabé siendo residual. La paquetería también se ve afectada por otras empresas del mismo sector, que cuentan con una flota más grande de repartidores entre sus filas. Con eso es imposible competir», expone Rebanal mientras sostiene su carpeta de color azul. Dentro figuran los nombres y domicilios de cada uno de los clientes que tiene en Boo de Piélagos.
Tras trabajar durante años como repartidor en Santander, su ubicación actual es mucho más apartada. De una ciudad a un pueblo. ¿Hay diferencias, en cuanto al sector postal se refiere, entre ambos? Las hay: «Un pueblo te permite tener una cercanía que en la ciudad es imposible de encontrar. La correspondencia se entrega a gente de todo tipo, no solo a gente mayor», explica el joven. Aunque, conocer a todo el mundo puede traer problemas : «Imagínate que te pasa algo con algún vecino, tanto profesional como personal. Yo voy con mi coche. Puedo tener problemas en ese sentido, e incluso que me puedan pinchar las ruedas del coche», afirma entre risas. Eso sí, que quede claro que a él eso no le ha sucedido: «Si haces tu trabajo bien, todo el mundo te va a entender». Y es que es una labor que él mismo disfruta: «Repartir me produce una sensación de libertad y felicidad increíble».
Con respecto a la inmediatez con la que se exige todo en esta época, explica cómo se adapta en su trabajo: «Ciertas notificaciones o los paquetes 'premiums' se entregan a la mayor brevedad posible. Esto tiene preferencia siempre, ya que hay envíos que tienen que llegar en el día. En esto lo bueno es que las zonas rurales tienen sus ventajas. Tú sabes más que de sobra que te va a dar tiempo a entregarlo todo, puesto que el volumen de pedidos es bastante menor».
Héctor Cosío | Cartero en Alfoz de Lloredo
De Canarias a Alfoz de Lloredo. Cosío es natural de Cantabria, y se adentró en Correos, como trabajador eventual, en el año 2012. Fue en el 2016 cuando obtuvo su plaza fija, y decidió trasladarse a las islas. Tras regresar a la región montañesa, le fue asignada el área de reparto del barrio de Caborredondo, cerca de Santillana del Mar, donde trabaja integrado como un vecino más de todos los pueblos de esta zona que él recorre en su ruta diaria: «Esto es como ser uno más de una gran familia», cuenta Cosío mientras se toma un café en el restaurante Las Sopeñas.
Con sobrada experiencia en núcleos muy poblados, Cosío afirma que existe una diferencia entre esos lugares con respecto a los entornos más rurales: «En un pueblo no eres un número, eres una persona más. En las ciudades, o pueblos de mayor tamaño, pese a que las secciones se respetan, pueden cambiarte de ubicaciones. En los entornos rurales tu recorrido se mantiene. Es tu zona y es tu gente, y además tienes un contacto directo con ellos, y se te reconoce como parte del pueblo», detalla.
A pesar de que el envío de correo está yendo a la baja, esta labor prosigue su camino, en especial en las zonas más perjudicadas por la despoblación. «De la misma forma que a un ciudadano que reside en el Paseo del General Dávila en Santander tiene que llegarle su pedido en un plazo máximo, también tiene que llegarle a alguien que vive por esta área, por ejemplo, o en municipios menos poblados. Es un derecho que está amparado por la Constitución». De hecho, a esa batalla se ha entregado este servicio postal desde hace unos años: «Somos los encargados de vertebrar la España vaciada. Cualquier plataforma que quiera llegar a los pueblos nos necesita. Somos necesarios, y en ese sentido, cumplimos un servicio social muy importante contra la despoblación en el mundo rural».
Como encargado de llevar las cartas y los paquetes a Lloredo, ya es una figura conocida entre la vecindad. Tanto es así que su integración y la confianza con la gente le han deparado todo tipo de anécdotas: «Viendo peregrinos todos los días, decidí hacer el Camino de Santiago. Cuando lo comenté, toda la gente del pueblo empezó a pedirme que les trajese a cada uno 'souvenirs' o recuerdos del viaje. Nos conocemos todos, y eso se disfruta muchísimo».
Mª Paz Ruiz | Cartera en Valdáliga
Roiz y Treceño —dos localidades del municipio de Valdáliga— no amanecerían de la misma manera si Paz Ruiz no entregase las cartas en los diferentes buzones y domicilios desperdigados por estos pueblos. Dieciséis años acercando a personas todo tipo de mensajes y envíos.
Natural de San Vicente de la Barquera, Ruiz comenzó su andadura como trabajadora en un obrador de las populares corbatas de Unquera. El negocio fue difícil de conciliar, y tras la llegada de su tercer hijo, decidió dar un giro a su vida. Comenzó en Correos como eventual en diferentes puntos de Cantabria como Astillero o Torrelavega. Una vez que consiguió su plaza fija, en la toma de decisión sobre el destino escogió Valdáliga: «Había una plaza en mi localidad, pero decidí venirme aquí», relata.
Testigo de grandes cambios, la solicitud de pedidos ha sido la más afectada: «Principalmente, paquetería». Dos años como fija, los mismos que lleva en Valdáliga, donde conoce a todo el mundo: «Si un vecino no se encuentra en ese momento en casa y le veo por la calle, se lo doy en ese instante, porque yo ya sé quién es y puedo sin problema dárselo en otro momento». Y es que aquí la conoce todo el mundo: «Conozco muchas cosas de los vecinos, y ellos de mí. Eso sería imposible que pudiese ocurrir en un pueblo más grande. Aquí es un trato más personal. Piensa que hay sitios donde solo llegan el cartero y el médico, y para de contar», cuenta entre risas justo después de saludar a uno de sus clientes. «Sin ir más lejos, una señora una vez espero a que yo llegase para que la ayudara a enhebrar una aguja».
La competencia es el pan de cada día. Sin embargo, Mari Paz lo tiene claro: «En estos pueblos tan pequeños tiene más eficacia el cartero que cualquier paquetero, porque este último tiene muchísimo más volumen. Eso dificulta que llegue a muchos pueblos. El cartero va todos los días», relata. «Me da bastante rabia que se haya creado un falso mito de que no somos rápidos. Yo, por ejemplo, llevo al día todos mis paquetes. Pues como yo todo el mundo. Todos hacemos nuestro trabajo».
Antes de despedirse, intenta definir su profesión con un hecho vivido: «Un día de Reyes nadie quería trabajar y había mucho que entregar esa mañana. Dije: '¿Cómo no vamos a entregarlo?' Pues ese es mi trabajo. Pura implicación».
Mª del Carmen Gómez | Cartera en Santa María de Cayón
Bisnieta, nieta e hija de carteros. Lo lleva en la sangre. Diferentes generaciones se dan cita en esta mujer, quien se encarga de la cobertura del valle de Cayón. María del Carmen Gómez lleva viendo trabajar a su padre desde muy pequeña en esta profesión: «Siendo una niña le acompañaba en los repartos. En aquella época no había la tecnología de ahora. Se llevaba un libro donde venían todos los certificados por escrito. Pasados los años, ves cómo este trabajo ha ido evolucionando en todo». Un buen ejemplo del paso del tiempo es la homologación de las direcciones en la mayor parte de las localidades de Cantabria: «Antes tenías de referencia las cortinas de una casa. Todavía hay zonas donde esto ocurre, pero cada vez es más extraño orientarte así. Todo ha cambiado mucho».
Y aunque tan solo lleva seis meses trabajando en Santa María de Cayón, la vinculación con el pueblo y con su gente ya está siendo muy estrecha: «La gente te pregunta si sabes que es lo que pone en la carta que les traes. Incluso llegan a preguntarte si puedes leerles lo que pone», narra entre risas.
Un ejemplo de esa relación tan personal con sus clientes ocurre esa misma mañana. Una señora del pueblo recibe un producto registrado entre los que debe repartir Gómez. «Me ha dicho que tenía que esperarla un poco porque es una vivienda de dos pisos y le iba a costar llegar hasta la puerta. Yo lo hecho, y, además me he acercado hasta lo máximo que podía para facilitárselo. Al llegar, empieza a decirme que se encuentra mal, pero que esté tranquila, que no es el coronavirus, y que todo ese malestar proviene de la primera vacuna contra este virus. Al final, se acaba creando un vínculo, y ya te cuentan todo lo que les pasa. Te ven a menudo, y tú ves todo sobre ellos. Es lo bonito del puerta a puerta».
Un dato reseñable es la formación de Gómez: dos carreras universitarias. Sin embargo, su pasión está en otro lado, en su trabajo diario: «Estoy licenciada en Administración y Dirección de Empresas, y en Ingeniería Electrónica. He trabajado como administrativa también, pero ser cartera me encanta. Para mí es una profesión que te aporta muchísimo, y de la que aprendes día tras día. Estas todo el día en contacto con la gente e intentas dar siempre lo mejor de ti para que así ellos estén contentos con el servicio que les ofreces diariamente».
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Ana del Castillo
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