Secciones
Servicios
Destacamos
Al pisar la estación de autobuses de Vilnius, capital de Lituania, vi que había líneas hasta el enclave ruso de Kaliningrad, a unas dos horas ... de viaje, en la costa del mar Báltico. Esta ‘Ciudad de Kalinin’ (Mijail Kalinin fue el jefe de estado nominal de la URSS entre 1938 y 1946, aunque quien cortaba el bacalao era Stalin) fue otrora un importante puerto prusiano, de nombre Königsberg (‘Monte del Rey’). Pero el Ejército Rojo limpió la ciudad de alemanes y hoy es un territorio estratégico para Moscú, encasquetado entre Lituania y Polonia: una gran base naval donde, a diferencia del golfo de Finlandia, las aguas no se congelan en invierno, y por tanto la intimidación a los vecinos es ‘full time’.
Königsberg era una dinámica ciudad comercial e intelectual, con su Universidad Albertina. Allí vivieron en el siglo XVIII el filósofo ilustrado Immanuel Kant; su principal antagonista prerromántico, Johann Georg Hamann; y los matemáticos Christian Goldbach y Leonhard Euler. La Conjetura de Goldbach, que este escribió en una carta a Euler en 1742, aún no ha sido demostrada: que todo número par mayor que 2 puede expresarse como la suma de dos números primos. Como todos los primos menos el 2 son impares, tiene sentido pensar que sumando primos podemos formar todos los pares (por ejemplo, 8= 3+5). Pero no se sabe a ciencia cierta.
Euler se hizo famoso por, entre otras cosas, crear la teoría de grafos (objetos matemáticos formados por puntos y por las líneas que los unen). Lo consiguió al resolver en 1736 un desafío intelectual. Los brazos del río Pregel distribuían Königsberg en una isla central, Kneiphof, unida por puentes a las riberas opuestas al norte, sur y este, a su vez conectadas entre sí. En total, había siete puentes, y la cuestión era si se podía recorrer toda la ciudad pasando solo una vez por cada uno y volviendo al punto de partida. Euler demostró que no se podía, y por qué no.
Hay problemas en política que son como la Conjetura de Goldbach: la idea parece posible, aunque sin demostrar. Otros son como el de los Puentes de Königsberg: su análisis prueba que la operación es imposible.
Pedro Sánchez, afectado por una ‘pimargallitis’ aguda que se le está cronificando, nos dice por un lado que «España es una nación de naciones», como si con varios elefantes de Cabárceno pudiéramos construir el Super-elefante, y por otro que España es un «estado» en el que coexisten varias naciones, a saber: España, Cataluña, País Vasco y Galicia… «al menos». Si esto segundo es válido, entonces España ya no sería nación de naciones, sino una nación grande al lado de otras más pequeñas, que Sánchez admite honradamente no saber cuántas son en definitiva. Como si un hindú nos hubiera confesado creer en varios dioses, pero fuese incapaz de enumerarlos.
La lógica de la argumentación conduciría a afirmar que España es «un Estado formado por varias naciones, entre ellas la española». Esta distinción silvestre entre España-Estado y España-Nación automáticamente descalifica a todos aquellos (una mayoría) que, en Cataluña, País Vasco y Galicia, se sienten tan españoles como catalanes, vascos o gallegos, e incluso más. El vasco que se siente de la nación española quedará sin embargo adjudicado en exclusiva a la nación vasca por decreto-ley de la nueva corrección política. ¿Habrá que consultar en Ferraz a qué nación pertenece uno? ¿Volverá a haber expedientes de limpieza de sangre como en la época de la Inquisición?
España-Nación, como conciencia política de sus ciudadanos, ha encogido a lo largo de estos 40 años de democracia al entregarse la educación y la cultura a los partidos nacionalistas de ciertos territorios. Pero no solo es esto. No conviene personalizar en Sánchez, como si fuera extravío de un solo hombre.
Pedro Sánchez nació en 1972: es un producto cultural de la Transición y especialmente del felipismo ambiente, que coincidió con su despertar al mundo (de los 10 a los 24 años). Su anarquía intelectual es síntoma del gran fracaso pedagógico de toda una época, que no ha sabido transmitir una idea coherente de España. Ya Unamuno se quejaba en su día de que se quisiera hacer la ‘República española’ en vez de la ‘España republicana’, haciendo sustantivo el adjetivo. Más que promoverse la España democrática, aquí se ha postulado la democracia que convenía a cada prejuicio con el correspondiente adjetivo. Y así otros sustantivos opcionales han aprovechado el vacío. De esto son responsables los que han tenido el poder y leían a Azaña, figura trágica y mal precedente. No se puede ser a la vez la nación madre y la nación hermana, como si España fuera a incluir ahora Argentina y Uruguay. Quizá Sánchez está representando simplemente el personaje del huevo parlante Humpty Dumpty, que decía a la Alicia de Lewis Carroll: «Cuando yo uso una palabra, significa lo que yo elijo que signifique, ni más ni menos». Pero no parece practicable editar todas las semanas un ‘Diccionario Sánchez-Español’ diferente. Convertir un cuento surrealista en un programa político presenta sus dificultades.
José Ortega y Gasset manejó, porque no hay más remedio, dos conceptos complementarios de nación: la sociedad común que recibimos y la que proyectamos. Recibida la deficiente España castellanizada, Ortega buscaba recomponerla como una España autonómica y europea. Esta era una optimista Conjetura de Goldbach, pero han resultado los Puentes de Königsberg: es justo esa España autonómica y europea la que se quiere declarar oficialmente extinta, imposible, «multinacional». Ya en Valencia y Andalucía alzan su mano las nacionalidades históricas: el «yotambienismo» y el «último, chirri». El día en que España sea solo «el estado español», como si dijéramos «el autobús de la línea 1», la desintegración será inminente.
Nuestros próceres parroquiales, entretenidos con sus guerras cántabras (ahora mismo hay como doce), no parecen muy conscientes de que, si la nación España se desmaterializa, pronto la Cantabria autónoma será tan vestigio arqueológico como la antigua Cantabria que con entusiasmo algunos recrean disfrazados de Corocotas. Si tuvieran tanto interés por la Cantabria actual como por la pretérita, el próximo año saldrían vestidos de senadores romanos, ya que la región anda necesitada sobre todo de comunicaciones y mercado europeo. Pero acaso se hagan pronto senadores hispanos y disuelvan España en sus naciones componentes, como un número de Goldbach en sus primos constituyentes. No solo se hace el primo siendo número.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias seleccionadas
Ana del Castillo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.