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Imagen de un quebrantahuesos planeando con las alas extendidas, envergadura que puede llegar a medir casi tres metros. :: FCQ
El quebrantahuesos remonta el vuelo

El quebrantahuesos remonta el vuelo

Después de sesenta años ausente, la silueta de esta ave vuelve a ser familiar en Picos y Liébana, zona en la que se ha asentado un puñado de ejemplares

Teodoro San José

Santander

Lunes, 9 de diciembre 2019, 18:29

Enriscado cerca de Bejes, donde ha pasado la noche guarecido en una oquedad de los peñascos de Parijorcao, 'Biziele' aprovecha una corriente térmica para lanzarse al vacío, planear y sobrevolar luego cerca de Tresviso; a medida que gana altura sortea el macizo de Ándara y se desliza luego sobre los puertos de Áliva. Al tiempo que amplía el área de vuelo este ejemplar de quebrantahuesos se cruza con algún congénere que, como él, ha encontrado en este duro territorio un lugar idóneo donde establecerse. Porque él no es nativo de aquí. A 'Biziele' lo han traído desde Aragón. Lo mismo que a 'Covadonga', a 'Mandi', a 'Eva' y a otros 21 ejemplares que, a lo largo de diez años, la Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos (FCQ) ha ido introduciendo en estos parajes en torno a Picos de Europa (Lagos de Covadonga, Fuente Dé, Riaño, desfiladeros de La Hermida, Cares y Sella...) con el fin de que la especie colonice de nuevo un territorio que fue suyo hasta hace seis décadas, cuando el hombre acabó con el último ejemplar que habitaba Liébana y Picos.

Sobre un territorio tan vasto y agreste resulta difícil localizar siquiera visualmente la silueta de algún quebrantahuesos. Pero hay constancia de que 14 ejemplares vuelan de forma habitual por los límites cántabros y comarcas próximas al Parque Nacional –cada uno está marcado en las alas y dotado de un minitransmisor, lo que permite geolocalizarles y llevar un seguimiento de sus movimientos–, e incluso de que cuatro o cinco parecen tener mayor querencia por La Hermida, el alto valle del Deva y Áliva. Todos son oriundos de tierras aragonesas, aunque han hecho suya esta comarca. 'Biziele', como los otros reintroducidos, fue criado en cautividad en Pastriz (Zaragoza), donde tiene su sede la Fundación, que lleva más de quince años trabajando desde Benia de Onís (Asturias) con el fin de que en Picos se den las condiciones que permitan el asentamiento de esta especie y se pueda perpetuar.

'Biziele' planea sobre el inmenso circo de Fuente Dé. Hace varios días que ingirió el último hueso y su naturaleza le incita a buscar alimento. Escudriña el suelo como un escáner. «El quebrantahuesos prospecta el territorio mientras recorre grandes distancias, especialmente sobre grandes praderías, fondos de barrancos y roquedales para hallar restos de animales o actividad de buitres», explica José Carlos González, biólogo técnico de la Fundación. Si da con alguna bandada de buitres en su particular banquete, aguarda con paciencia desde la distancia. Sabe que una vez que los buitres dejen la pieza en esqueleto él es el segundo comensal para servirse. Ahí no tiene competencia. Nadie más come huesos. De ahí que los quebrantahuesos suelen establecerse cerca de zonas donde abunda el ganado en extensivo, como los puertos de Aliva, Brez, Colio, Cabañes...

Y dado que el recurso no es estable, una vez que lo encuentra, lo aprovecha. «Come todo lo que puede. El 90 por ciento de su dieta es de huesos», explica González; «no se alimenta de la médula, como se creía antes, o no sólo de ella, sino del hueso en sí y de lo que está pegado a él. Sintetizan la osteína, es el único animal que lo hace», explica el biólogo. Su método es peculiar. No le importa tragarse huesos de hasta 25 centímetros, los ingiere y una vez en el estómago el pH tan ácido de sus jugos gástricos acaba disolviéndolos hasta facilitar su digestión.

Y si la pieza resulta demasiado grande, es cuando el ave pone en práctica la técnica que le ha dado nombre: toma el hueso con las garras, se sitúa en altura sobre canchaleras y los suelta contra las rocas para que se partan en trozos más pequeños. «Hay rompederos históricos localizados en la zona de Ándara, La Hermida, Colio y hasta en la cima del Naranjo», apunta el biólogo.

Es un comportamiento innato. Como singular es su vuelo. Una vez que se lanza al vacío extiende sus inmensa alas –más de dos metros y medio de envergadura– y se deja llevar. Verlo así provoca sensación de placidez. No gasta energía en vuelo, corta el aire, se desliza majestuoso y explora el territorio. «Optimizan energías, no por azar, al buscar vientos de ladera; puede alcanzar hasta 80 kilómetros por hora y recorrer doscientos kilómetros. Es un planeador que come huesos», le define José Carlos González.

Nidos y parejas

Al tiempo que vuela en busca de comida rastrea zonas que sienta como favorables para el establecimiento de un nido, no sólo para un buen dormidero al abrigo de unas rocas. Esta especie no es gregaria, y dado que el recurso es escaso, el quebrantahuesos es muy territorial y sólo tolera a otros individuos volando cerca. Sin embargo, a 'Biziele' ya se le ha visto esporádicamente volando en compañía de otro; al parecer es un ejemplar divagante, llegado desde Pirineos, al que los técnicos no han tenido ocasión de observar si es macho o hembra, pero el hecho de que vuelen en compañía «es un primer síntoma» de que el macho establecido en Picos está a punto de alcanzar su madurez y de que su desconocida pareja puede ser hembra.

Gran parte de los quebrantahuesos que se ven ahora por Picos se han ido liberando de 2014 para acá. Se les suelta con un año de vida y tardan siete años en ser sexualmente maduros, de modo que aún es pronto para pensar en la formación de parejas; no obstante ya se ha catalogado un emparejamiento: el formado por 'Deva', que se soltó de foma experimental en 2010, y por un macho divagante, 'Casanova', llegado desde Pirineos. El comportamiento observado por los biólogos a esta pareja, la primera estable en varias décadas en Picos, defendiendo 'su' territorio hace concebir esperanzas. El primer quebrantahuesos nativo está cada vez más cerca.

Y 'Biziele', que lleva ya tiempo fijado en Áliva, es otro buen candidato: tiene seis años, es un subadulto prerreproductor y quizá el año que viene... «El comportamiento que le hemos observado junto a otro ejemplar es un buen síntoma, son las primeras pautas, da esperanzas, pero hay que ser cautos».

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