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Los vecinos del barrio de La Palmera, en Barreda, siguen con la mirada atenta a las obras de la autovía A-67 que se ejecutan a escasos cien metros de sus casas. Primero, la construcción del gran muro de hormigón que separa las viviendas ... del talud sobre el que se levanta el tercer carril en construcción de la autovía, y luego el argayo que se produjo hace doce días en este mismo sitio dejando al aire la carretera y que obligó a cortar el tráfico durante varias jornadas. Todo ello es motivo de desvelo para estos residentes, que insisten en que «se quedó en un susto pero podía haber ocurrido una tragedia».
Manuel Ortiz, presidente de la Asociación Vecinal El Salvador de Barreda, reconoce que han pasado «unos días muy malos porque los trabajos se han prolongado durante las 24 horas del día ya que había que reabrir al tráfico la autopista cuanto antes». «Han sido días complicados para los vecinos, lo primero por el susto, al ver ese desprendimiento de tierras, y luego por la incomodidad de los trabajos de reparación del argayo, trabajando día y noche, con los camiones cargando hasta 40 toneladas de piedra y roca sacadas de debajo de la autovía, pasando por la carretera que va a nuestras casas y que se encuentra reventada, además de las vibraciones que suponen estas obras», relata.
Las obras comenzaron en Barreda, a la altura de La Palmera y El Salvador, barrios construidos a mediados del siglo pasado para acoger a obreros de la empresa Sniace. En la calle más afectada por los trabajos, que se está «reventando» por el desfile de entrada y salida de camiones -es el único acceso a las obras-, vive Manuel Ortiz. Insiste en que no eran partidarios de la obra, pero que colaboran en su ejecución para que «acabe cuanto antes», porque «es inútil tratar de oponerse a ella».
Manolo Ortiz | Asociación de Vecinos
El dirigente vecinal, que vive en el barrio El Salvador desde hace 71 años, señala que lo tienen «asimilado» y que soportan las obras con «mucha paciencia», aunque apunta que en mejores condiciones que cuando se hizo la autovía, hace más de tres décadas. «Esta vez -explica- se ha levantado acta notarial del estado de las viviendas. No queremos que nos pase lo mismo que entonces, que todo fueron promesas pero lo único que sacamos fue la cesión del terreno para hacer el parque, la reparación de la calle y que pusieran semáforos. La vibración de los camiones hizo que se abriesen grietas en las casas y en algunas parece que ahora se repite la situación aunque habrá que esperar a que finalicen los trabajos».
«No nos queda otro remedio que convivir con las obras. Ahora se cumple un año desde que empezaran por lo que aún nos quedan dos años de molestias, y mientras tanto esperemos no tener más sustos como el del argayo», señala con resignación. El dirigente vecinal lamenta el «alto precio» que los vecinos tienen que pagar mientras se construye el tercer carril de la autovía «encima de nuestras casas».
«Las calles están reventadas y a ello se unen los ruidos, el polvo y las vibraciones, porque las casas vibran y se puede ver como un jarrón se mueve sobre la mesa cuanto trabajan con las máquinas», señala. Según Ortiz, los vecinos están deseando que avancen las obras y «no les queda más que ir asimilando las molestias» aunque insiste en que han pasado «unos días muy malos tras el argayo, sobre todo por el ruido durante las noches, se ha hecho largo y pesado». El dirigente vecinal confía en que los responsables del Ministerio de Fomento en Cantabria cumplan «su palabra» de que «todo va a quedar como estaba o mejor», ya que «sobre el muro que se ha levantado para habilitar el tercer carril colocarán pantallas acústicas», atendiendo una vieja reivindicación.
Mientras tanto, dice que «no queda otra que seguir aguantando». «Cuando te sientas en el sofá y hace sol -confiesa- ves como flotan las partículas de polvo que entran por la ventana y cuando llueve esto se convierte en un patatal. Menos mal que me hacen caso y lo limpian con una manguera».
A unos doscientos metros, en el barrio La Palmera, entre casetas prefabricadas y el desfile de camiones, se encuentran las 18 viviendas más afectadas, divididas en tres bloques. La peor parte se la lleva el número 17, donde uno de sus moradores dice que su habitación está a solo seis metros del muro. «A veces tengo que trabajar por la noche y no puedo dormir. A las ocho de la mañana empieza la fiesta y no termina hasta por la tarde. He ido con mis ojeras a protestar y la contestación es que las obras es lo que tienen». Reconocen que Fomento les planteó la posibilidad de expropiar el bloque, pero para eso «teníamos que ponernos de acuerdo todos y no hubo interés porque nos iban a pagar una miseria». Entre las molestias que padecen a diario destaca también el tener que dejar el coche alejado «para que los camiones puedan maniobrar».
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