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Las banderas del arcoíris que ondearon desde la rotonda de Puertochico hasta el Ayuntamiento pusieron el color a Santander este sábado en el gris día veraniego que tuvimos. Pero que ni eso, ni la música de la batucada que les acompañaba, haga pensar que se ... trataba de una fiesta. Ni tampoco un desfile. Fue una manifestación. Un grito lleno de orgullo de la comunidad LGTBIQ+, pese a que todavía hay quienes se lo niegan. «¿¡Es que no os da vergüenza?!», espetó un grupo de chavales de en torno a 15 años al paso de los manifestantes a la altura de las obras de la antigua sede del Banco Santander. Un comentario que demuestra que convocatorias como la de este sábado todavía son necesarias y que fue devuelto con un grito unido más fuerte:«¡Basta ya de homofobia estructural!».
Raquel Díaz este sábado asistió a la manifestación de Santander. Y no podía creer que tanta gente −la Policía calcula que hubo más de 600 participantes− se congregaran públicamente en la misma ciudad que ella abandonó al cumplir su mayoría de edad porque «sentía que aquí iba a tener una vida difícil». Pero sí, es Santander muchos años y reivindicaciones después. «Estoy alucinando del apoyo que hay», reconocía Raquel mientras caminaba entre pancartas con uno de sus hijos de la mano y el otro encaramado de su otro brazo. «Ellos obviamente lo llevan con toda la normalidad del mundo, simplemente tienen dos madres, es lo que han conocido y no querrían tener otra familia», dice.
La reacción de Raquel es compartida. «Hace unas décadas en Santander no pensabas que verías a niños con la bandera del orgullo y chavales trans en una manifestación así». Lo dice en un descanso de alzar la voz por el megáfono Ana Gutiérrez, secretaria de la Asociación de Lesbianas, Gais, Bisexuales, Trans e Intersexuales de Cantabria (Alega), que convoca la jornada. Y lo dice con conocimiento de causa porque «vengo a esta manifestación desde que tenía 11 años (ahora tiene 24)» y recuerda que «lo de antes era el festival del solsticio y el colectivo sólo tenía una mesa informativa con condones y poco más». Y además, ese «triste puesto» informativo estaba «en la calle del Sol, escondido».
No como ahora, que invaden la arteria principal de la capital cántabra. «Si me dicen en mi juventud que íbamos a tomar el Paseo Pereda para lanzar este mensaje no lo creo», dice Pedro Alonso agarrado de su marido. Un gesto que todavía a más de uno le llama la atención en Santander. «Cuando me ven de la mano de una chica nos mira todo el mundo». Lo cuenta durante la manifestación María Alciturri, que se identifica como persona bisexual no binaria y que también ha tenido que escuchar a lo largo de su vida cómo le llamaban «bollera de mierda» y ver cómo golpeaban a un amigo suyo con una botella de cristal al grito de «¡maricón!».
Así que aunque el movimiento LGTBIQ+ ha ido conquistando espacios a base de lucha, y no sin víctimas por el camino, todavía queda. Y la marcha de este sábado es un pequeño paso más en una batalla con muchos frentes por librar. Así se dejó ver en el manifiesto que leyeron representantes de Alega en la plaza de la Casa Consistorial en el que reclamaron, entre otros asuntos, promover en los colegios una educación más diversa, una ley trans justa y que no esté «recortada», y que desaparezcan los mensajes de odio en la política. Quieren una «Cantabria libre y diversa». Así lo reivindicaron antes de dar el Premio Aleguita 2024 a la librería de cultura crítica La Vorágine por su apoyo al colectivo. Y recuerden: «¡No desfilamos, nos manifestamos»; «¡Esto no es una fiesta es la resistencia!».
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