Secciones
Servicios
Destacamos
Los ocho los testigos que desfilaron ayer por la Audiencia Provincial de Cantabria coincidieron en que Tomás Maestre Ramírez, de 29 años y nacionalidad ecuatoriana, y Rebeca Alexandra Cadete Santana, dominicana que entonces tenía 26 años, mantuvieron desde el principio una relación «tóxica». Lo que ... ninguno de ellos esperó jamás es que él fuera a asestarla hasta veinte cuchilladas en Laredo la noche del 3 de enero de 2019, en el que se convirtió en el primer crimen machista de ese año en toda España.
«Empezamos a discutir, hubo un forcejeo y cuando quise darme cuenta le había dado dos puñaladas. Perdí la cabeza, estaba ido», declaró ayer Maestre en el juicio contra él, que se celebra con jurado y en el que se enfrenta a 28 años de cárcel que pide el fiscal.
Su relato y el de los demás testigos sirvió para reconstruir todo lo sucedido en aquella fatídica noche, que terminó con él entregándose voluntariamente a la Policía para confesar acto seguido el crimen.
Horas antes, la pareja se vio aquella misma noche en el bar La Zona, donde ella trabajaba de camarera y él, de forma ocasional, como pinchadiscos. No se dirigieron la palabra, pues habían discutido recientemente para poner fin a su relación «de forma definitiva». «Esta vez sí sabía que era un punto y final para siempre», afirmó Maestre al respecto. Sus riñas y reconciliaciones eran recurrentes.
Ella abandonó el local «gritando» sus últimas conquistas amorosas con otros hombres, «con intención de que él lo oyera, para hacer daño», relató una de las testigos, empleada también de La Zona. Él apenas lo pensó. Corrió a la cocina, tomó un cuchillo, «lo escondí en la manga y me fui a su casa. La peor idea que tuve fue coger ese cuchillo. Sabía que no era algo correcto llevar un arma porque posiblemente podía acabar mal», confesó el asesino confeso.
Las primeras veces que Tomás llamó al portal en la Plaza Rosario Ochandiano, ni Rebeca ni sus dos compañeras de piso hicieron caso. Pero la insistencia con el timbre obligó a su expareja a terminar claudicando para abrir la puerta. «Yo sólo quería coger mi ordenador, que todavía estaba en su piso», reveló él. Aunque su discurso entró en contradicción con el que aportaron las dos testigos de los hechos en ese inmueble: «El ordenador estaba en la casa, eso es cierto; pero él no subía por el ordenador. Él iba a lo que iba», sentenciaron ellas.
En el primer forcejeo él la asestó lo menos dos puñaladas, hasta que partió el cuchillo. Entonces acudió a la cocina del piso para coger otro. Por su nerviosismo, la manera en que era incapaz de atender a razones y su cerrazón, las dos chicas vieron que iban a ser incapaces de frenarle.
Sólo lo intentaron una vez: «Le cogí del brazo cuando tenía el arma en la mano, pero nos amenazó a las dos y nos encerramos en la habitación sabiendo que nos iba a hacer daño también a nosotras si no nos apartábamos. Nos lo dijo».
Con la puerta cerrada, al otro lado de la habitación, las dos compañeras de piso escucharon todo lo que sucedía al otro lado del pasillo y llamaron a la Guardia Civil.
Tomás la había apuñalado repetidas veces, tal y como atestiguó la médico que la atendió en los primeros instantes tras el suceso, cuando el cuerpo, ya sin vida, yacía sobre el suelo de la habitación boca abajo. «Fue un forcejeo, discutimos y no fui consciente de que la apuñalaba porque no estaba siendo consciente de nada de lo que hacía», argumentó el autor de los hechos. El cuerpo presentó al final una veintena de puñaladas.
«Lamento lo que pasó. Lo lamento por ella y por la familia», afirmó como primeras palabras Tomás Maestre al inicio de su declaración; pero ese ánimo de reparación del daño, esgrimido por la defensa desde los primeros compases de la vista, quedó anulado completamente cuando declaró la madre de la fallecida. «El muy hijo de puta me la mató. Era una chica buena y no merecía morir así». «Ha dejado una hija huérfana que tenía entonces 8 años y ahora tiene 10», logró articular la mujer entre sollozos.
La acusación particular fue concisa con la pregunta: «¿Ha recibido usted alguna palabra de perdón por parte de Tomás, lamentando lo sucedido?». «No, nunca», sentenció la madre. Tomás se cubrió el rostro con las manos, quizá recordando una frase que repitió al principio: «Esa noche me jodí la vida».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.