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El hombre no había llegado a la luna cuando Colindres aprobó las normas urbanísticas que hoy siguen vigentes allí. El Muro de Berlín aún estaba en pie cuando Camargo, Laredo y Santoña firmaron los Planes Generales de Urbanismo que continúan en vigor. No existían internet ... ni los teléfonos móviles cuando Suances diseñó el documento urbanístico que, actualmente, se mantiene en pie en el municipio. Y aún faltaban varios años para el atentado de las Torres Gemelas de New York cuando Piélagos, Santander y Castro Urdiales redactaron los documentos que aún siguen dictando el modelo de crecimiento de su territorio.
La costa cántabra, que ha pasado por etapas de auge del ladrillo, por crisis y por estallidos de burbujas inmobiliarias, se enfrenta a un nuevo despertar del sector –empujado por la demanda de segundas residencias turísticas– sin herramientas apropiadas ni adaptadas a las obligaciones de conservación del territorio que se han aprobado en los últimos años. La mayoría de municipios del litoral cuenta con planes urbanísticos desfasados y amables con la construcción, con ordenaciones redactadas hace treinta, cuarenta o cincuenta años que no están adaptadas a la legislación actual y con diseños urbanísticos que funcionan a golpe de modificaciones puntuales, sin una idea estudiada sobre cómo y cuánto deben crecer.
En Colindres manda el plan urbanístico de 1964; Camargo, Laredo y Santoña tienen normas de los años 80; Suances, Piélagos, Santander y Castro Urdiales se rigen por documentos de la década de los 90; y El Astillero y Bezana tienen planes de mínimos que no están adaptados al Plan de Ordenación del Litoral (POL) ni a la Ley del Suelo.
Es decir, en Cantabria no se están cumpliendo las leyes urbanísticas. Esas leyes que dicen que los planes municipales deben adaptar sus instrumentos de planeamiento a lo establecido en la Ley de Ordenación Territorial y Régimen Urbanístico del Suelo de Cantabria en un plazo de cuatro años. Una normativa que se aprobó en 2001. Hace 23 años. La misma ley que da poder al Gobierno de Cantabria para tomar el control del urbanismo municipal si en cinco años desde la aprobación de esa norma los ayuntamiento siguen sin renovarse. De nuevo, han pasado 23 años, y el Ejecutivo nunca ha ejercido esa competencia.
1. San Vicente de la Barquera Plan General de 2015. Tuvo luz verde en la legislatura de Ignacio Diego, una etapa profílica en aprobación de Planes.
2. Comillas Plan General de 2008. Tardó siete años en aprobar el documento, marcado por el plan de protección de su conjunto histórico.
3. Suances Plan General de 1990. Un cuarto de siglo lleva el Ayuntamiento en proceso de elaboración de un nuevo documento, sin éxito.
4. Miengo Plan General de 2015. Fue de los pocos ayuntamientos costeros que elaboró pronto unas nuevas normas para adaptarse al POL de 2004.
5. Piélagos Plan General de 1993. Lleva seis años haciendo uno nuevo y la Crotu se lo acaba de devolver para que incluya informes y modificaciones.
6. Sta.Cruz de Bezana Normas Subsidiarias de 2006. La redacción del PGOU se paralizó en 2015. El Ayuntamiento ha retomado ahora el proceso con la Crotu.
7. Santander Plan General de 1997. El nuevo de 2012 fue anulado por los tribunales en 2016 por incorrecta evaluación ambiental del bitrasvase.
8. Camargo Plan General de 1987. La Consejería de Fomento ha confirmado su intención de dar los primeros pasos para uno nuevo esta legislatura.
9. El Astillero Normas Subsidiarias del año 2000. El Ayuntamiento no está interesado en un Plan, según se confirmó en Pleno, debido al dinero que cuesta.
10. Ribamontán al Mar. Plan General de 2021. Fue otro proceso largo, de más de quince años, desde que se produjo su aprobación inicial en el año 2006.
11. Arnuero Plan General de 2013. Once años de tramitación, con paso incluido por los tribunales, que dieron la razón al Ayuntamiento.
12. Santoña Plan General de 1988. No han existido muchos avances y solo se ha tratado de palabra en el Ayuntamiento la opción de hacer uno nuevo.
13. Laredo Plan General de 1987. Los jueces anularon el Plan General de 2016 por carecer del informe preceptivo de Telecomunicaciones.
14. Castro Urdiales Plan General de 1997. En 2008 y 2012 se intentó aprobar un nuevo PGOU, pero no salió adelante por discrepancias en el Ayuntamiento.
Ya el Tribunal de Cuentas en 2006, en un informe de fiscalización del desarrollo urbanístico costero en Cantabria, detectó que la inmensa mayoría de los planes generales tenían «una considerable antigüedad» y estaban «fundamentalmente orientados a la creación de ciudad y, consecuentemente, alejados de las cada vez más exigentes medidas de protección ambiental». Han pasado 18 años desde que se escribieron esas palabras y hoy siguen siendo igual de válidas.
Aunque hay excepciones como San Vicente de la Barquera, Miengo y Ribamontán al Mar, que sí han actualizado sus normas, no hay duda de que la mayoría de planeamientos de la costa cántabra han quedado obsoletos. No sólo porque la concepción de estos instrumentos respondió a un modelo de sociedad y utilización del suelo muy diferente al actual, sino también por no poder responder al nivel de conservación del territorio exigible por la diferente normativa que se ha aprobado a lo largo de su vigencia.
De hecho, si en Cantabria hay un nada desdeñable número de sentencias de demolición no se debe a la legislación urbanística, sino a una incorrecta aprobación de los planes de urbanismo y, por derivación, de las licencias otorgadas al amparo de aquellos, tal y como explican los expertos.
Pero, ¿por qué no se actualizan los planes municipales? En primer lugar, por el coste político y económico. A muchos ayuntamientos no les interesa aprobar unas nuevas normas que puedan molestar a vecinos propietarios de terrenos que pierdan valor, lo que acabaría provocando, después, menos entrada de dinero a las arcas públicas.
Las normas subsidiarias y los planes más antiguos permiten edificabilidades mucho mayores, ya que son planeamientos con visión de explotación masiva del suelo y no adaptados a las leyes proteccionistas más modernas, como el POL.
Un ejemplo para entenderlo mejor. En un Plan General de hace veinte años, una finca urbana de 10.000 metros cuadrados, con escasos servicios y una edificabilidad alta tiene un valor de mercado de 850.000 euros. Esa misma parcela actualizada con el POL estaría obligada a bajar su volumen de viviendas más de la mitad y su precio caería a los 275.000 euros. La fórmula es muy sencilla: cuanto menos sea el valor para el propietario, menor es la recaudación fiscal del Ayuntamiento.
Un Plan General moderno obliga, además, a la construcción de un 30% de edificabilidad residencial en régimen de vivienda social, mucho menos rentable que la libre.
Otra de las razones que explican la obsolescencia urbanística de muchos municipios es el farragoso y complejo proceso administrativo que, muchas veces, acaba con los documentos en los tribunales anulados por los jueces por defectos de forma. Hay ejemplos de sobra en Cantabria. El Plan General de Santander de 2012 acabó en la papelera por una incorrecta evaluación del bitrasvase; el de Laredo de 2016 tuvo que romperse por no incluir un informe de Telecomunicaciones; ese mismo año, los jueces tumbaron el de Cabezón de la Sal por no haber sometido una modificación a exposición pública; y diez años antes el de Colindres fue anulado por «defectos formales».
Los planes urbanísticos tardan años, incluso décadas, en aprobarse, pero un mínimo fallo provoca su nulidad total. Este hecho, unido a que en materia de urbanismo existe el ejercicio de la acción pública, que permite a los ciudadanos impugnar ante los tribunales actuaciones supuestamente ilegales, ha disparado la judicialización del urbanismo en Cantabria.
Es tan evidente esa desproporción en la anulación completa de un plan cuando existe algún defecto formal subsanable que, hace menos de un mes, el Consejo de Ministros aprobó la modificación de la Ley estatal de Suelo y Rehabilitación Urbana, con la que se pretende «dar seguridad jurídica y evitar que los errores de carácter formal que sean subsanables» puedan conllevar la nulidad total de los instrumentos de ordenación territorial y urbanística. El texto se enviará para su debate y tramitación al Congreso de los Diputados.
A este panorama de incumplimientos legales en las normas urbanísticas municipales hay que añadir la inexistencia de un Plan Regional de Ordenación Territorial de Cantabria (PROT) en el que el Gobierno lleva años trabajando sin resultados, pese a que la Ley del 2001 obligaba a aprobarlo de forma inminente. Desde entonces, cada nuevo Gobierno se compromete a sacar adelante, sin éxito, esta herramienta fundamental para promover el desarrollo urbanístico sostenible de la región. ¿Por qué no lo hace? Quizás no le interese al Gobierno, como denuncian algunas voces municipales, perder el control del territorio con un Plan que impida a los responsables urbanísticos de turno dar permisos en función de los intereses del momento. Aunque si los actuales Planes Generales incumplen el POL y otras normas ya aprobadas, habría que preguntarse si es realmente tan importante el PROT si se le va a hacer el mismo caso.
en los tribunalesEn 2006, la anulación del nuevo Plan General de Colindres, que databa de 1999, le obligó a volver a ordenarse con las normas anteriores, aprobadas en 1964. Eso sigue vigente hoy. La última novedad es que el Ayuntamiento adjudicó la redacción del nuevo documento en 2017 a la empresa Omicron Amepro.
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