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Alas víctimas de un conflicto poco les importa quién tiene razón cuando para reivindicarla se les perjudica desproporcionadamente. El Gobierno Sánchez y los trabajadores de Navantia ponen sus lentejas por encima de su conciencia, sin indigestión moral alguna. Cuando se plantea ... dejar de vender armas a Arabia Saudí las víctimas no son los muertos de guerra en Yemen, sino quienes temen perder su empleo en España. Falso dilema. Otros clientes podrían encargar barcos que no lancen bombas contra niños, auténticas víctimas de esta infamia.
Aquí asistimos, perplejos, a la desorbitada cruzada de los maestros por un desacuerdo laboral. Se niegan a cumplir su horario porque necesitan más tiempo –sin alumnos– para preparar clases y actividades. Al parecer, no bastan los días no lectivos pero sí laborables de julio, Navidad, semana santa y otros periodos bimestrales.
Toda reivindicación laboral es rotundamente legítima, no así los medios para alcanzarla. Al justificado derecho de huelga, manifestación y pataleo algunos colegios han añadido castigar a los alumnos sin visitas culturales, graduaciones y excursiones, incluso dentro del horario escolar. Limitarse a la huelga –se comprende– exige un sacrificio económico. Los médicos de urgencia también protestaron recientemente contra su jornada laboral tomando la tensión a la gente en la calle.
Aplicando represalias contra los niños –convertidos en víctimas del conflicto– poca simpatía y solidaridad inspirará la causa docente entre los ciudadanos, que ya consideran a los maestros privilegiados en remuneraciones y vacaciones. Ellos, a su vez, reiteran hostilidad contra las familias cuando éstas reclaman sincronizar, en lo posible, calendarios escolares y laborales.
Muchos ciudadanos que apoyaron sus mareas verdes con entusiasmada convicción sienten que los defensores de la educación pública ahora solo se defienden a sí mismos.
El fin solo puede ser ético si también lo son los medios y sus consecuencias. Cuando los controladores aéreos hicieron rehenes a los ciudadanos en los aeropuertos también creyeron tener la sartén por el mango. Pero solo cotizaron un mayúsculo desprecio colectivo. Utilizando a los niños como escudo los actuales maestros quizá puedan vencer, destrozando su propia reputación y el prestigio de nuestra escuela pública.
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