Secciones
Servicios
Destacamos
Dicen que cada uno de nosotros tiene que crear sus propios recuerdos para, algún día, poder regresar a la melancólica alegría de la patria de ... su infancia. Ahora los adultos inflamos a los niños a provechosos cursos de aprendizajes, destrezas y estimulaciones creativas y emprendedoras, como si nunca hubiesen sido capaces de inventar un mundo de la nada y hasta del aburrimiento con sus propios recursos, sin monitores. Antes, la inexistencia de ludotecas y cursillos nos incitó incluso al desafío de leer, aunque solo fuese en ausencia de otras tentaciones.
En Santander han organizado incluso un 'Verano Teenager', siempre defendiendo lo español. Campus que –según su mentor– «recrea la pandilla de verano de toda la vida». Un éxito. Hay hasta lista de espera. Al parecer, ahora los niños necesitan una experiencia artificial de amistad, previo pago de matrícula.
La memoria de todas las infancias cabe en un verano. Un puñado de tardes azules evoca la palpitante efervescencia de los días sin horas, de vacación familiar y amigos. De un existir cotidiano que no necesitaba nada extraordinario para provocar alegría. Alguna romería, un libro de aventuras o una excitante escapada en bicicleta. Tareas de huerta y siega, bañarnos en el río y vigilar algún nido. Nos entreteníamos con un palo. Trepábamos a los árboles y, en equilibrio sobre una rama, recitábamos versos de Gloria Fuertes a los pájaros. Nos susurrábamos confidencias, corríamos y reíamos con impetuoso júbilo.
Ni siquiera la lluvia quebraba nuestro ánimo, cada chaparrón podía ser un refresco o la oportunidad de alguna alternativa como explorar armarios o álbumes de fotos. Aquellos días azules eran enormes. Por mucho que madrugásemos siempre habían amanecido antes. Hasta las estrellas despertaban más radiantes mientras, tumbados sobre la hierba, jugábamos a bautizarlas con nombres imaginados.
Ajenos a sinsabores, refugiados en aquella tierna ingenuidad, cuántas veces viajamos con la imaginación a puertos que soñamos conquistar y que, cuando los pantalones se nos quedaron cortos, se estrellaron contra el invierno.
Cuando agonizaba agosto siempre suspiraba un aliento más frío, por el temor de que aquel verano despidiese el último recreo de nuestra infancia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La explicación al estruendo que sobresaltó a Valladolid en la noche del lunes
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.