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Los reencuentros más esperados

Familias. La alegría estalla cuando cientos de abuelos, hijos y nietos vuelven a verse tras semanas de confinamiento en que una fría videollamada les ha privado de los besos y abrazos que ahora tratan de reprimir, a veces sin éxito

José Carlos Rojo

Santander

Domingo, 17 de mayo 2020, 07:22

Familia Santiuste Andechega

«Te quedas con las ganas de darles un mordisco en los papos, pero no se puede»

Las videollamadas hicieron más fácil la espera: «Te ves todos los días y al final es algo que te queda. No es como si hubieras estado hablando sólo por teléfono; parece que ha pasado menos tiempo», explica Patricia Andechega, madre de Darío, de 12 años, y de Alba, de 8. Los tres viven junto al padre, Darío Santiuste, en Gama. Y tan pronto como se permitió el reencuentro familiar corrieron a Treto donde tienen la casa los abuelos, María García y Carlos Solar.

«Al principio de verse fue todo un poco raro porque sobre todo los niños no sabían qué hacer. Tenían impulsos de darse abrazos y besos, pero, claro, en principio no se puede porque es ahí donde puedes contagiarte así que nos reprimimos. Y por eso también tal vez fue más emotivo». Después, transcurridos varios minutos, el ambiente se relajó y todo resultó más fácil, «lo malo es que algún abrazo sí que se dieron, pero es que era muy difícil en ese momento reprimirlo», afirma la madre.

«La videollamada nos ha hecho estar un poquito más cerca, pero vernos de nuevo en persona ha sido emocionante»

La familia tiene un contacto muy estrecho. Antes de la llegada del Covid-19 se veían todos los días. «Por eso para nosotros ha sido quizá algo más difícil todas estas semanas que hemos pasado de confinamiento. Menos mal que el abuelo es joven y se relaciona bien con la tecnología, con lo que nos ha sido fácil hablar a diario con videollamada», cuenta Andechega.

Los abuelos, Carlos Solar y María García, describen el reencuentro como uno de los días más felices que recordarán. «Fue toda una sensación el tenerles de nuevo tan cerca después de tanto tiempo de haberlos visto en la distancia y de haber deseado darles un mordisco en los papos. Lo malo es que cuando los tuvimos cerca tampoco pudimos hacerlo porque no es lo más conveniente; pero te quedas con las ganas», revela el abuelo. Tal fue la emoción derrochada en ese instante que el pequeño Darío llegó a preferir ese instante a celebrar su propio cumpleaños. «Me ha tocado celebrarlo encerrado, pero si me dices qué prefiero, creo que tenía muchas más ganas de ver a los abuelos», confiesa.

Familia Batuecas Díaz

«Me apena pensar en los abuelos que se fueron y ya no abrazarán a sus nietos»

Las semanas que duró el confinamiento, la abuela de la familia, Maribel Setién, las pasó sola en casa. «El encierro lo he llevado bien, pero por las noches me acordaba de los hijos y los nietos, y pensaba en cuándo podría volver a abrazarlos. Esa incertidumbre me hizo sufrir mucho», recuerda, y se emociona.

Pasado lo peor de la pandemia y en medio de esta 'desescalada' que ya permite los reencuentros familiares, recuerda también a todos los que, con menos suerte que ella, no podrán reencontrarse con los suyos. «Tengo la sensación agridulce de pensar lo bien que estoy yo al poder estar con mis nietas; pero, por otro lado, no puedo evitar recordar a todos esos abuelos que ya no están aquí y que se fueron sin poder abrazarlos por última vez». El confinamiento y todas estas semanas de espera han quitado capas a los sentimientos hasta dejarlos en carne viva.

«En los primeros minutos la sensación es rara, no hay abrazos ni besos, pero luego todo se relaja y algún abrazo se escapa»

Su hija Nerea Díaz vive en Treto con su marido, Íñigo Batuecas, y sus dos hijas: Gabriela, de 11 años y Martina, de 8. «Las niñas estaban emocionadas al ver a la abuela porque por costumbre están con ella todos los días. Mi madre fue profesora de inglés, les ha dado clase siempre y además ha cuidado de ellas cuando mi marido y yo trabajábamos», cuenta la madre.

Así que llegado el día la situación fue sorprendente. «Es curioso porque al principio de verse no supieron muy bien qué hacer». Al inicio estuvieron muy presentes las restricciones, los sentimientos reprimidos:nada de besos ni de abrazos... «pero al final, cuando pasa el tiempo y llevas unos minutos, se te olvida y algún abrazo se escapa», confiesa la madre.

Ese momento será recordado siempre por la abuela. «Fue una emoción enorme, el colofón feliz a una espera que se me había hecho eterna. Tuve que contenerme para no tocarlas el pelo, las manos, para no besarlas...», se confiesa la abuela. «Ahora, el anhelo que me queda es poder abrazar a mis otros nietos, que están fuera. El día en que pueda me quedaré tranquila».

Familia Revuelta Hoz

«Esta familia sabe lo que es la distancia por trabajo, pero esto ha sido más difícil»

La familia Revuelta Hoz es tan grande que no ha podido reencontrarse al completo tras el confinamiento. «El hijo pequeño lo tengo en Suiza, con eso te lo digo todo», resume el abuelo, Guillermo Revuelta. Vive junto a su mujer, María del Carmen Hoz, en un chalet en Puente Arce y allí recibieron esta pasada semana a buena parte de la descendencia. Están acostumbrados a verse cada fin de semana y por eso este encierro de semanas ha sido más que duro para una familia que permanece muy unida.

«Estoy lleno de alegría por haber podido ver a los 'nietucos'. Lo que deseo es que esto pase cuanto antes porque necesitamos ya tener perspectivas de futuro», advierte. Confiesa que, en su caso, ha sido un tiempo difícil pues «aunque esta familia está acostumbrada a la separación porque hemos viajado mucho, esto ha sido muy diferente». «En este caso estás en casa, pero no puedes verte. Estás en Cantabria, pero no puedes acercarte a dar un beso a los nietos. Es algo que me ha resultado muy complicado», resume el abuelo.

«Venimos a ver a los abuelos, pero no nos vamos a acercar mucho porque hay que protegerlos»

Felices por poder volver a verse, todos posan para la foto que ilustra este reportaje en el salón de su hogar. De un lado el matrimonio de Manuel Ruiz y Silvia Revuelta, con sus dos hijos: Arturo, de 13 años y Rodrigo, de 9. De otro, Carmen Revuelta con su hija, Candela Martín, de 14 años.

«Aunque hemos utilizado las videollamadas todo lo que hemos podido, al final no puedes reprimir la emoción de volver a verte en carne y hueso. Esto es algo que recuerdas porque después de todas estas semanas, volver a verlos te hace muy feliz», explica Silvia. Y de fondo continúan pesando las restricciones propias de quien tiene que protegerse de los contagios.

«Estamos muy contentos porque llevábamos mucho tiempo sin vernos y es una alegría tremenda, pero es bastante incómodo no poder abrazar ni dar besos», explica Candela. «Mi madre y yo estábamos planteándonos venir a ver a los abuelos con mascarilla y guantes, pero nos hemos obligado a no acercarnos mucho porque hay que protegerlos».

Familia González Arenal

«Empecé a llorar y es que fue tal la sorpresa que la recordaremos siempre»

El matrimonio González Arenal parece tocado por la mala suerte en esta pandemia. Amador González Gundín vive desde hace años con un importante problema de corazón:«Lo he pasado bastante mal aunque ahora estoy mejor». Es, con todas las letras, un perfil de riesgo para el Covid-19. Y ella, Marta Arenal, es sanitaria en el servicio del 061. Permanecer juntos, tal y como está la situación, era incluso temerario.

«Tan pronto como los niños terminaron el colegio el 13 de marzo, ella me dijo que nos íbamos los cuatro a la casa de Ampuero y que ella se quedaba sola. Al menos hasta que pasase todo esto», cuenta él. Así lo hicieron. Dejaron su domicilio habitual de Santander y acudieron al caserón familiar en el pueblo.

«Mis hijos me recordaban las cifras de contagios en el personal sanitario y yo les decía que mamá iba a estar bien porque es fuerte»

Marta se comunicaba con ellos como lo han hecho todas las familias en este confinamiento, a través de la fría pantalla de un dispositivo móvil. En torno a ella se reunían cada tarde también sus tres hijos: Marcelo, de 14 años; Manuel, de 12, y Carmen, de 6. «Lo hemos pasado mal sobre todo al principio porque la echábamos mucho de menos», cuentan. «Mis hijos me recordaban todos los días las cifras de contagios entre el personal sanitario y yo siempre les decía que mamá iba a estar bien porque era muy fuerte,pero por dentro pensaba que era desgarrador».

El trabajo ha sido tan vertiginoso en estas semanas de estado de alarma que a Marta apenas le quedaba tiempo para escaparse a ver a la familia; pero un día sucedió. Acompañada por otros técnicos del 061, logró encontrar unos minutos tras finalizar una guardia para dar una sorpresa a su marido e hijos.

«Salimos a aplaudir a la calle y de pronto escuchamos el sonido de una ambulancia. Era ella. Yo empecé a llorar porque me emociono con facilidad, pero es que fue tal la sorpresa que lo recordaremos siempre».

Marta se acercó a los cuatro, pero no pudo abrazarlos. A su marido ni siquiera le tocó. Al menos les queda haber estado cerca aunque fuera unos minutos, a la espera de que todo esto pase y recuperen la vida que tenían antes.

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