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Confieso que he creído en el paradigma del ‘desarrollo sostenible’ hasta hace poco. Se trataba de negociar equilibrios entre crecimiento económico, equidad social ... y cuidado medioambiental. Esa negociación sería ayudada por la ciencia básica y por los tecnólogos y tecnócratas que la trasladarían a resultados políticos prácticos. Y todos felices y a comer perdices, que ya no se iban a extinguir.
Pero ahora no creo en ello, sin que quiera decir que me he afiliado a otra creencia. Estoy en esa cosa tan intrigante que inventaron los franceses después de la baguette: la duda metódica. Leo un contundente libro de dos historiadores de la ciencia, precisamente franceses, Christophe Bonneuil (del CNRS, el CSIC de nuestros vecinos del norte) y Jean-Baptiste Fressoz (de la afamada École des Hautes Études en Sciences Sociales, EHESS). Se titulaba en el original, si lo llevamos directamente a español, ‘El acontecimiento Antropoceno’, pero en inglés el editor lo ha pasado a ‘El shock del Antropoceno’, lo que significa que los lectores de Francia buscan acontecimientos y los angloparlantes, catástrofes: dos matices del morbo.
Bonneuil y Fressoz desafían el concepto de ‘desarrollo sostenible’ que ha presidido la política europea desde la década de 1980. El Antropoceno es la conversión del ser humano en una fuerza geológica que altera la estabilidad climática que durante 11.500 años tuvo el Holoceno. Si para fin de siglo la temperatura media sube 3,7º la Tierra vivirá su momento más cálido en 15 millones de años. Pero no solo se modifica el clima, sino los suelos, la cantidad y distribución de las especies, las condiciones del océano. El problema con el Antropoceno es que ya hemos entrado en él, resulta irreversible y hasta impredecible. El ideal tecnocrático no es bastante, ya que la dinámica no-lineal de los fenómenos impide predicciones certeras (No-lineal significa que puede haber deslizamientos abruptos a situaciones extremas, y que no siempre sabemos qué consecuencia tendrá una causa, ya que hay muchos procesos de retroalimentación; como dicen los entrenadores, el contrario también juega).
El pasado 25 de octubre el catedrático emérito de la Universidad de Cantabria Antonio Cendrero pronunció la lección inaugural de la Real Academia de Ciencias Exactas, Física y Naturales: ‘El debate sobre el Antropoceno’. En suma, vino el geólogo cántabro a señalar que, con independencia de los debates técnicos sobre la inclusión o no de este concepto en la escala cronoestratigráfica internacional, su aceptación formal puede ayudar a tomar conciencia de lo que podemos hacer para evitar riesgos graves para la supervivencia de la humanidad o de la forma actual de vida. El planeta seguirá su marcha, aunque nosotros no estemos, advierte Cendrero, pero percibir que estamos ‘en el asiento del conductor’ favorecerá ciertas decisiones administrativas (las de geomorfología, por ejemplo, para prevenir inundaciones catastróficas, son más fáciles de tomar por las autoridades locales, mientras que las climáticas dependen de la comunidad internacional, «a la que no se puede llamar por teléfono»).
Ya la posición de Cendrero es de un escepticismo propio de la persona acostumbrada a no olvidar que su objeto de estudio tiene 4.500 millones de años y ha visto toros de todas las divisas. Como recuerdan Bonneuil y Fressoz, si la historia de la Tierra es un día, nuestro predecesor Homo habilis ha aparecido en el último minuto. Pero ellos van más allá al considerar el Antropoceno como un acontecimiento político que requiere nuevas narrativas que sustenten decisiones también políticas. Esas decisiones ya no son de ‘desarrollo sostenible’, minimizando los impactos humanos ante una naturaleza recuperada, sino de gestión de la incertidumbre en medio de un mundo nuevo que multiplica las tensiones, y donde historia natural e historia humana deben entenderse de nuevo como firmemente unidas.
Uno de los detalles más interesantes de la obra de estos dos investigadores franceses es el bombardeo de racimo con nuevos conceptos agrupados en torno al Antropoceno, como el Termoceno (la historia política del dióxido de carbono), el Fagoceno o consumición del planeta, el Tanatoceno o ecocidio y así varios más (no haré ‘spoiler’ del libro, lectura interesante para todos los inquietos por el destino de la sociedad).
Toda idea de apocalipsis antropogénico transforma al Homo sapiens en Homo nesciens, y resulta un poco deprimente. Sin embargo, nuestra actual legislación se inspira en el desarrollo sostenible como gestión tecnocrática de la relación sociedad-naturaleza, e incluso la estrategia de cambio climático de Cantabria sigue ese patrón de pensamiento: si aplicamos tales o cuales medidas, volveremos al Holoceno. Pero ¿y si el cambio de era geológica es irreversible ya? Una pregunta, pues, pertinente en una Cantabria con competencias en medio ambiente y territorio, es como el título, suplementado por signos interrogantes, de un libro del sociólogo británico Anthony Giddens: ‘¿La política del cambio climático?’ Allí propone afrontar el problema y gestionar el riesgo. Las conclusiones de todos son en parte convergentes: algo se puede y se debe hacer, y se necesita una nueva cultura política.
El desarrollo sostenible ya no sirve como utopía; nos queda la región de ‘después de lo sostenible’, la metasostenible. La ciencia puede estudiar y ayudar, pero carece de respuestas últimas. Más que una ciencia de la sostenibilidad, se requiere un arte de prudencia en la gestión de la insostenibilidad. Estamos a punto de aprobar más y más documentos que servirán para dar ruedas de prensa y engordar currículos, pero no para gerenciar los desafíos del presente. La política siempre tuvo que ver con el teatro, por aquello de la declamación, pero últimamente no tiene que ver con otra cosa. Para mí el mensaje-sorpresa de Bonneuil y Fressoz es que tampoco bastaría con pasar del teatro a la ciencia: se necesita la filosofía, las ‘humanidades ambientales’.
La reflexión última de Cendrero era de un existencialismo puro. Cantabria, paraíso natural industrial, debe reflexionar sobre todo esto. Y acaso comprar muchas camisas hawaianas antes de que suban de precio, si se me permite una observación trascendental.
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Ana del Castillo
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