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Memoria de una fecha especial. Cuatro historias funden los recuerdos infantiles de sus protagonistas con las vivencias que ellos mismos han transmitido a sus hijos. Todos, en hogares, los que compartían con sus padres y ahora los suyos, en los que la mañana del día ... 6 de enero ha sido siempre todo un acontecimiento.
Encarna Fernández Buscando Sonrisas
Si este reportaje tuviera seis páginas, Encarna Fernández las llenaría con sus recuerdos del día de Reyes. «No entiendo que no se viva de una forma especial», repite la coordinadora de Buscando Sonrisas. El sábado, si cabe, lo fue más. Su hijo Jorge, que tiene 29 y es marino de profesión, pudo estar en casa. Y escribir la carta, porque Jorge y María –Encarna insiste lo que haga falta a sus dos hijos– la siguen escribiendo (y reciben respuesta). Todos los años hay fantasía, pero hay uno que tiene grabado. Pitirolo y Pitirola eran los muñecos de moda cuando cumplió los nueve. Ella, que dice que siempre ha sido austera, sólo pidió uno. Es lo que puso en la carta y no dijo una palabra encima de otra. Sólo uno. Pero al entrar al salón (todos a la vez, claro) estaban los dos. «Me pareció la magia de las magias. Era increíble que alguien me hubiera escuchado sin decir nada». Los Reyes son magos por algo.
Cuenta muchas cosas de esos días con su hermana y su hermano. Cuando era niña. Que iban a la cabalgata y a comer churros a Áliva, «y luego, como bólidos», a la cama. Que, ya entre las sábanas, oían como sus padres se arreglaban para ir de cotillón (entonces había cotillones de Reyes). O que, al día siguiente, se iban todos a comer con los abuelos, porque era el cumple de la abuela y les invitaba. Casi todo lo sigue haciendo ahora con su marido y sus hijos. La carta, dejar leche con cacao y un balde con agua, esparcir hierba, salir a comer... Le encanta Melchor y no tiene reparo en contar que en la cabalgata se volvía loca gritándole. Hasta el punto de que se cayó hace dos o tres años de la emoción y se hizo una avería.
«Fíjate cómo será que un año María, siendo niña, quiso cambiar una cosa de la carta a última hora y estaba preocupada porque los Reyes no iban a enterarse. Su padre se saltó el cordón de la cabalgata y Baltasar la subió a la carroza. Le trajeron lo que había pedido». Magia. Como cuando los Reyes de la calle San Francisco llamaban por su nombre a los dos críos. «Mamá, que nos conocen».
O como cuando ella, estos días, acompaña con Buscando Sonrisas a Sus Majestades a distintas residencias y hospitales. «Es que es pura magia».
Manuel Moxo Cabalgata de Reyes de Santander
Su hermano Antonio es arquitecto gracias al día de Reyes. Cada año, le dejaban una caja nueva del Exin Castillos. Lo demás vino rodado. Antonio era el segundo en entrar al salón. María, la primera. La pequeña les ponía en fila india a las ocho de la mañana. Los cinco hermanos, de menor a mayor. Y luego, Pilar y Luis, sus padres. A Manuel Moxo no le supone ningún esfuerzo recordarlo. Todo lo contrario. Él, que ahora tiene los sesenta cumplidos, era el tercero en entrar. Por delante de Almudena y Javier. Allí se encontraban con la copa de Brandy 103 y de Anís del Mono para los Reyes –lo que se bebía entonces– y con la hierba esparcida para los camellos. También con los zapatos relucientes que habían dejado la noche anterior. Los más nuevos, «los menos usados». «Había que frotarlos a tope». Y, por supuesto, con los regalos. Si tuviera que quedarse con uno (por allí cayó el Scalextric, el Magia Borrás o el Cinexin) él elegiría el Ibertren. «Mi abuelo tenía una habitación entera montada con vías. Yo no llegué a tanto, pero me encantaba». La mejor demostración de lo especial que para él es este día es que ayer por la mañana sus cuatro hijos han entrado al salón de menor a mayor. Como hace medio siglo. «Bueno –bromea–, a mi suegra, que tiene 94, la dejamos entrar la primera con la pequeña».
Moxo, durante 27 años dedicado a la banca, es el presidente de la Asociación para la Organización de la Cabalgata de Santander y, como voluntario, también vice-ecónomo del Obispado. Este día lo vive de puertas adentro y de puertas afuera. El viernes, tras la Cabalgata, tuvo la suerte de acompañar a los Reyes a responder las peticiones de las cartas de los niños de Nuevo Futuro.
«La noche de Reyes era de puro nerviosismo». Es su recuerdo, el personal, más vivo. Las vueltas en la cama y ese temor a que le pillasen despierto. «Me invadían preguntas y no podía dormir». Lo vive aún. «Ahora mis padres no están y uno ya va camino de ser abuelo, con mis cuatro hijos (el mayor, casado y con 27, y la pequeña con 19) deseando continuar con el legado de lo vivido y lo aprendido. Lo celebramos como cuando eran niños pequeños».
Juan Domínguez Exjugador de balonmano
Con un dato es suficiente para entender lo increíble que era el día de Reyes en la casa de los Domínguez, en Pontevedra. Catorce hermanos. «Si vieses el salón cómo estaba...». La noche antes colocaban carteles con sus nombres por el sofá, por la mesa... Para que los Magos lo dejaran todo ordenado. Lo de los calcetines allí, imposible. Menudo lío para los pares completos. «Ten en cuenta que había días que se ponían cuatro lavadoras». Lo cuenta Juan Domínguez, el exjugador de balonmano que se enamoró de Cantabria –y se quedó– tras pasar por el Teka. El cuarto de los catorce. «Para mí era magia». Por todo. «Nunca faltó de nada, pero, lógicamente, siendo tantos, había prioridades y lo entendíamos». Los regalos eran algo exclusivo de cumpleaños y Reyes. Y una cosa más. «Era el único día que estrenabas ropa», recuerda. Juan, que dormía en una litera (arriba) en una habitación con los tres mayores, siempre heredaba. «Íbamos vestidos igual y el mismo modelo me iba llegando según se les iba quedando pequeño a los que venían por delante». Lo recuerda con todo el cariño del mundo, aunque ahora esas historias parezcan imposibles.
No se celebraba Papá Noel. Era Reyes. La carta tenía que estar lista antes del 20 de diciembre. «Mañana último día», les decían. Y todos en fila, los catorce (y sus padres), al buzón. «La echábamos, pero también lo cantábamos de viva voz». Que quedara todo bien registrado. La noche más larga tenían que estar todos en la cama a las diez, sin discusión, y siempre oían ruido. «Pero nadie se atrevía a salir». Hasta las seis o las siete. El primero avisaba al resto.
La imagen de un salón repleto no se le borra. «Siempre había alguna bici, algún patinete, cosas de deporte (balonmano y tenis, sobre todo)...». Paquetes, papeles... Lo que nunca llegó fue el patinete a motor que pidió durante años.
Y sí que ha heredado las costumbres. Con menos (tiene dos hijos, ya mayores), pero igual. El baño apareció alguna vez manchado con «caca de vaca» porque los camellos pasaron por allí a beber agua. Los chavales alucinaron. Ayer les echó de menos. Estaba en Blanes, como entrenador, con la selección cántabra juvenil de balonmano.
Pedro Telechea Cineasta
Dice que ha vivido toda su vida «creyendo más en sueños que en realidades». Pero tiene claro que aquello no fue un sueño. Tan real que, podría, «como en las películas, describirle al que hace los retratos robot de la policía cómo era». La imagen es nítida. La puerta de su habitación se abrió y vio a Melchor desde la cama. Entró, estuvo un rato y se marchó. Tendría unos doce años y nunca se ha puesto a razonar cómo fue posible. Si era (lo dio por hecho) el Melchor de la cabalgata de Torrelavega o qué le dijo exactamente en ese encuentro. El impacto fue tan grande que en su memoria, ahora que ha cumplido 61, tiene la magia de una escena. «Como los que cuentan que han visto un fantasma».
Pedro Telechea es el mayor de tres hermanos y toda la vida ha estado «montando teatros». «Guiñoles, pasajes del terror...». No es difícil pensar que el día de Reyes en su casa tiene liturgias. «Es la quintaesencia de todo eso». Dejar comida y bebida, irse pronto a la cama, no dormir y estar pendiente del ruido, no entrar al salón hasta estar todos juntos... El paquete completo de las ilusiones.
Pero lo del Melchor superó todo. Nunca les preguntó a sus padres si sabían algo. Nunca pidió explicaciones. Al que sí insistía era a su tío. El segundo gran recuerdo del cineasta de las horas mágicas era ir subido a un coche. Uno especial. «Mi tío Santiago, que casualmente es el que me metió el veneno del cine, era el que llevaba la megafonía de la Cabalgata de Torrelavega. Sería música y anuncios... No sé. Pero yo siempre procuraba que me llevara y, siendo un crío, ahí subido en el coche, me sentía alguien importante».
El hilo del cine también está presente en el regalo inolvidable. «Suena a tópico, pero el Cinexin me pareció alucinante. Lo cuidaba como una joya». También los Madelman. Un año llegó el primero, «algo extraordinario», y después, fueron cayendo los complementos (la caseta de explorador, el coche...).
Claro que ha seguido la tradición con sus dos hijos. De hecho, tiene uno en Barcelona y en ocasiones se desplazan allí para vivir el día juntos. Pedro lo cuenta con cariño y deja, casi al final, una frase. «Que los Reyes existen no se discute».
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