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Aunque el nivel del desastre no es comparable con la cifra de muertos contabilizados en Valencia, en Cantabria todavía hay personas que se echan a temblar cuando recuerdan las terribles inundaciones a finales de agosto de 1983, una de las fechas fatídicas cuando en esta ... Comunidad se habla de inundaciones, porque se cobraron cuatro muertos. Ha habido otras muchas muy pasadas por agua en el calendario: el 2002 será inolvidable -para mal- en Piélagos, el 2010 en Molleda (con el junio más lluvioso desde 1977 y más de 80 l/m2 en varios municipios, un episodio de potentes lluvias que ocurre «dos veces cada cincuenta años», según la Aemet) y el 2015 en Ampuero. Y gran parte de los peores episodios que recogen las hemerotecas están relacionados con los ríos, lo cual tiene una explicación: cuando llueve de forma torrencial, los cauces no se desbordan en el interior de la región, cerca de las montañas, sino en las inmediaciones del mar, cuando las aguas acumuladas les desbordan.
Lo sufrieron en Castro Urdiales en 2009 con el río Brazomar. Y lo vieron en 2010 en las inmedicaciones del río Saja, en Caranceja, en Unquera. En Ontoria también se desbordó el río anegándolo todo a su paso en 2016, igual que en Sopeña y Virgen de la Peña. En 2019, decenas de poblaciones se tuvieron que poner a achicar debido a un doble fenómeno: llovió mucho y, además, esas precipitaciones se llevaron por delante la nieve caída días atrás, de modo que crecieron alarmantemente ríos como el Besaya y el Saja, dejando un rastro de destrucción en Somahoz, Santa Olalla, Mazcuerras y Virgen de la Peña. En la capital campurriana, la calamidad de 2019 hubo que atribuirla al Híjar y al Ebro, que sin poder contener todo el agua, anegaron buena parte de la ciudad. El Híjar pasó de 0,59 metros a medianoche a sobrepasar los 2,50 metros a última hora del día siguiente y el Ebro quintuplicó su nivel habitual. Un fenómeno que la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) dijo que ocurre «una vez cada 300 años», en este caso, más atribuible al deshielo que a las lluvias (el 19 de diciembre cayeron 105 l/m2 en Alto Campoo).
4 personas
murieron en las riadas de 1983, tres en Renedo y una en Soto de la Marina
Situaciones así son muy dificiles de olvidar. No lo hace Justino Sánchez, hoy sindicalista de USO que en su juventud, durante 15 años, fue buceador y rescatador acuático. Sánchez, que formó parte de un equipo de rescatadores en 1983, recuerda con precisión las horas, los lugares y a las personas. «Es porque fue un día muy duro: lo tengo todo grabado y lo puedo contar como si hubiera ocurrido ayer». A sus 22 años, Chiqui (así se le conoce) estaba preparado para pasar su jornada laboral en las playas, pero le avisaron de que hacía falta en Renedo de Piélagos, donde había una chica en apuros. «Su casa estaba pegada al arroyo Carrimón y el agua le entró en tromba a la vivienda. Ella estaba en el baño y le dio tiempo a escapar por una ventana y a agarrarse a un árbol frutal». Allí la encontraron él y un compañero. Fue su primera actuación de las varias decenas de esa jornada interminable. «Llovía como nunca lo había visto. Yo iba con un neopreno, pero llegaron efectivos del Ejército para ayudar y venían hasta con el Cetme... Tenían poca idea». Así que, de golpe y porrazo se vio al frente del operativo: su grupo rescató a numerosos vecinos que luego vieron venirse abajo sus casas y participó en la búsqueda de un padre y un hijo a los que se llevó la riada (el chico fue, finalmente, una de las personas que fallecieron y esto tampoco se le olvida). «Todo fue terrible». También recuerda las lágrimas de una mujer en la Cafetería Pas de Renedo de Piélagos. «Estaba vestida de novia porque se había casado ese día, pero le estaban diciendo que la celebración era imposible. Era la imagen de la desolación: con el vestido blanco y llorando totalmente desconsolada».
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