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El inminente arranque de la costera del bocarte ha devuelto el trajín a los puertos pesqueros de Cantabria, que se desperezan después de un largo ... invierno. «Empezamos el año como siempre, con incertidumbre, porque la mar es así: no sabemos lo que nos va a venir», advierte Sergio Valle, presidente de la Cofradía de Colindres. Por no saber, ni siquiera han recibido notificación de cómo se va a gestionar la campaña de la anchoa en el Cantábrico, que de un año a otro ha perdido tres millones de kilos de cuota. «Ése no es el problema: hay que gestionarlo bien para que sea más productivo, buscar un poco más anchoa de calidad, que venga mejor a los conserveros, que es lo que se paga. Eso es lo idóneo: pescar menos y ganar más».
Si el tiempo no se pone tonto, la mayor parte de la flota pesquera saldrá al mar este lunes. «Hay que probar los aparejos, tantear al personal, buscar zonas de pesca para ir detectando pescado: sardina, verdel, chicharro o anchoa, para el día que se abra», explica Valle.
123 barcos
conforman la flota pesquera cántabra. Hace diez años eran 133.
700 tripulantes
están enrolados en los barcos con base en los puertos de la región.
Las tres costeras principales para los barcos de Cantabria son la de verdel (entre marzo y abril, aunque ya está abierta para los de cerco), la del bocarte (marzo a mayo) y la del bonito (de junio a octubre). La del bocarte es la más importante en facturación: la media de capturas de la última década es de 7,6 millones de kilos –7.600 toneladas, si se prefiere–, con un rendimiento también medio de casi 13 millones de euros. Le siguen la de bonito, con 2,9 millones de kilos y 11,4 millones de euros, y la de verdel, con 5,4 millones de kilos de capturas y una facturación de 5,7 millones.
Quizás para evaluar la salud económica del sector –muy heterogéneo, como luego se verá–, habría que atender a los números totales y a su evolución. En 2024, el total de kilos pescados por la flota, sin distinguir especies, fue de 24,7 millones, por los que se pagaron 51,7 millones de euros. Diez años antes, en 2015, las capturas totalizaron 34,2 millones de kilos en la báscula, que se tradujeron en 43,5 millones de euros. Visto así, parece que los deseos del patrón mayor de Colindres se hacen realidad, porque el pescado se paga ahora mucho mejor en la lonja. Lo que sucede es que el pescado sube, pero también los insumos: sube el gasoil, suben los aceites... Y la mano de obra. Y todo. Más que fijarse en los números hay que centrarse en un concepto, la rentabilidad, que depende de diversos factores, como las dichosas cuotas que marcan lo que se puede pescar, los costes de salir a faenar, lo que se paga por el pescado y las capturas que se hacen.
Las tripulaciones no tienen sueldo fijo: cuanto más pesquen, más ganan
Bocarte, verdel y bonito son las principales: la de la anchoa es la que factura más dinero
Se estima que cada puesto de trabajo en la mar genera otros cuatro en tierra
La flota pesquera de Cantabria contaba con 123 barcos en 2024, y ya se ha apuntado antes que se trata de un conjunto variado de embarcaciones, encuadrado en tres tipos diferentes. La denominada flota de altura está integrada por sólo cuatro barcos, los más grandes. Suelen faenar al sur de Irlanda y frente a la costa francesa y capturan especies como la merluza, el rape o la cigala. Hay medio centenar de barcos en la flota de bajura, que trabaja en toda la zona del Cantábrico, más cerca de la costa, y se dedican, principalmente, al bocarte, el verdel y el bonito. Las embarcaciones de menor porte componen la flota artesanal, la más numerosa, con unos 70 barcos, con el verdel y el bonito como capturas principales, aunque también pesquen, por ejemplo, rape y merluza.
La rentabilidad de cada uno de estos segmentos es muy diferente, y así, mientras la flota de altura se ha mantenido bastante estable y la de bajura ha venido cosechando unos resultados bastante satisfactorios durante los últimos años, la artesanal ha pasado tiempos muy complicados.
Pedro Pardo Miguel, 'Flechero', presidente de la Asociación de Pescadores Costeros y Artesanales de Cantabria (Apecac), dice que en las 44 costeras de verdel que lleva encima las ha visto de todos los colores, desde cuando iban a 'pesca olímpica' y se cargaban los barcos hasta cuando completaban la cuota en horas «y a las nueve y media ya estabas en casa». «Los últimos cuatro años están siendo muy malas, no entra pescado y cuesta mucho pescarlo. El año pasado sólo se pescó el 57% de lo que nos correspondía».
24,7 millones de kilos
fueron las capturas totales de la flota cántabra en 2024.
51,6 millones de euros
se pagaron por toda la pesca de los barcos cántabros el año pasado.
Del verdel depende que puedan salvar la primavera, pero para eso los peces tienen que entrar. 'Flechero' se lamenta de que los arrastreros grandes que van al sur de Irlanda hacen capturas de cientos de toneladas, y eso es pescado que ya no baja. Cuando toca bonito, necesitan que se arrime, porque la categoría de sus barcos no les permite salir muy afuera a buscarlo. «Si el verdel viene flojo y el bonito no baja al sur, estamos muy mal. Pero cada año es un año distinto, y esperamos que éste sea el bueno».
Sea como sea, la flota sigue mermando con cada año que pasa, aunque el ritmo de caída se ha ralentizado muchísimo. Sólo hay que pensar que la actividad, en 1985, antes de entrar en Europa, mantenía a 2.570 tripulantes enrolados en 380 embarcaciones. Hoy son apenas 700 trabajadores y un centenar largo de barcos. ¿Será porque se gana poco en el mar?
A diferencia de otros empleos convencionales, a bordo no hay sueldo fijo: cuanto más se pesque, más se gana. El reparto, más o menos, se hace así: imaginemos que un barco con 17 tripulantes ha obtenido 100.000 euros con lo que llevaba en la bodega. De ahí hay que restar los gastos de Seguridad Social, víveres, algún aparejo o herramienta... De lo que ha quedado se hacen dos mitades: una es para el armador, el dueño del barco; la otra mitad se divide entre 19 partes. ¿Por qué 19 y no 17? Porque el patrón se lleva tres, y los demás marineros, una. En un barco de cerco –los de bajura–, se pueden cobrar entre 20.000 y 30.000 euros –en algunos podrán llegar a los 40.000, con suerte–. Hay que tener presente, además, que los contratos de la tripulación son de nueve meses trabajando y tres cobrando el paro, un periodo que se toma como de vacaciones.
Miguel Fernández, patrón mayor de la Cofradía de Pescadores de Santoña, con 45 años en la mar, asegura que el oficio es ahora menos duro que hace décadas. «La gente lleva los barcos preparados, que están bien: parecen chalés». Las mejoras en medios y maquinaria también se notan, aunque el pescado no se meta solo a la bodega. «En lo que ha empeorado es en que ahora tenemos más políticos, que parece que sólo saben poner reglas. Antes había más libertad; ahora estamos con cuotas, cupos, diferencias, títulos y todos los papeles que hay que llevar. Todo lo que corresponde a la Administración ha empeorado: ahora tienes que ir a un sitio a que te hagan los papeles, así que pago al funcionario que me los pide y pago al que me los rellena».
43,5 millones
se pagaron hace diez años por toda la pesca, 34,2 millones de kilos.
12,9 millones
es la facturación media de la costera de bocarte, la más rentable, en los diez últimos años.
«Un trabajador va a una fábrica, pide trabajo y al día siguiente ya está ahí. Aquí no: tiene que ir a la escuela náutica, quince días para sacar el título básico de marinero competente, y tiene que haber curso; después, pasar el reconocimiento médico... total, que para cuando quiera embarcar ha pasado un mes y medio o dos, así que ya empezamos con trabas por ahí. Con los barcos todo son papeles, despachos, títulos... ¡si es que están quitando las ganas a la gente de comprar un barco!».
«Los pescadores no son unos pedigüeños que estén todo el día reclamando cosas: lo único que nos piden es poder trabajar, poder pescar, poder salir a la mar», reconoce María Jesús Susinos, consejera de Desarrollo Rural, Ganadería, Pesca y Alimentación. Como el resto del sector primario, la pesca sufre para asegurar el relevo generacional. «Lo que se les debe asegurar es esa rentabilidad para garantizar la subsistencia de la actividad pesquera, tan fundamental en nuestra Comunidad».
La flota de Cantabria se ha vuelto a poner en danza tras casi tres meses de hibernación. Tripulantes, patrones y armadores se dejan ver a pie de puerto con la misión de poner a punto las embarcaciones para salir de nuevo a faenar. Se vuelcan en pintar la cubierta, sustituir piezas, engrasar el motor, guardar las artes... Todo tiene que estar listo para este lunes, cuando prácticamente la mitad de los barcos soltarán amarres para ir en busca de sardina, chicharro o verdel. Para la costera del bocarte habrá que esperar hasta el 1 de marzo -al caer en sábado saldrán el lunes, día 3-, aunque el sector está pendiente de la publicación de la resolución oficial de apertura de la campaña. Aún no se ha emitido, a la espera de alcanzar un acuerdo en todo el Cantábrico de cómo se gestionarán las capturas de este especie con una cuota de 28.700 toneladas para este año. Lo que es casi seguro es que la anchoa, que ya se ha podido atisbar en las abras, se adelantará, como ha ocurrido en los últimos años, al verdel, del que, por el momento, no hay rastro.
Asegura que el Gobierno trata de despejarles el camino, peleando por mejores cuotas –esta misma semana ha participado en una conferencia sectorial con el ministro Planas, a quien ha pedido que interceda por los pescadores en Europa–, convocando ayudas –para modernizar los barcos, mejorar las infraestructuras de las cofradías y apoyar a los jóvenes armadores en la compra de su primera embarcación–, y facilitando la formación de profesionales, con la puesta en marcha del Centro de Formación Náutico-Pesquera de Laredo como gran hito reciente.
Subraya Susinos que «cada puesto en la mar genera cuatro puestos de trabajo en tierra» por la prestación de servicios de talleres, pintores, mecánicos, etc., que precisan. «Además, el sector contribuye de una manera muy importante al empleo femenino, tanto en tareas como la reparación de redes como en las líneas de las fábricas de conservas: en Cantabria tenemos unas 60 empresas, que dan trabajo a unas 1.200 mujeres durante todo el año, y en plena temporada de costera pueden llegar a 2.000. Para el Gobierno de Cantabria se trata de un sector fundamental y estratégico, tanto desde el punto de vista económico como social: no podemos dejarlo caer».
Marinero
Por Vicente Cortabitarte
«Ahora el ir a la mar está mal visto entre los jóvenes, pero este trabajo no es tan malo como se cree» señala Ibai Zaldumbide, el marinero más joven del puerto de San Vicente de la Barquera. Su incorporación el pasado año, con sus apenas 17 años, en la tripulación del pesquero Mar Gloria, es casi un milagro entre los jóvenes barquereños, algo que hasta no hace mucho era lo habitual, especialmente entre los hijos de los marineros que no querían proseguir sus estudios.
Ahora, con una flota que poco a poco se va reduciendo, el relevo generacional se logra cubrir gracias a la emigración. Ibai es uno de esos pocos jóvenes que sigue apostando por este oficio. «Yo no me veo como algunos de mis amigos de camarero o de ayudante de cocina, prefiero trabajar al aire libre», señala este joven que continúa con la tradición que se pierde en los orígenes de su saga familiar, tanto por parte paterna como materna.
«Al principio no lo tenía claro, pero cada vez este trabajo me gusta más», reconoce este joven barquereño tras su primer año de experiencia, que le ha permitido conocer todas las costeras. «Aún no sé si éste será mi oficio definitivo, estaré un tiempo hasta que ahorre un dinero y después tengo claro que estudiaré, no sé si algo relacionado con la mar, para ser patrón de altura como mi padre, u otra cosa».
«Al principio sufrí algún pequeño mareo, pero nada importante, y en algún momento de grandes marejadas pasé miedo, pero creo que ha sido algo normal», relata de sus experiencias en este primer año, pero sobre todo lo que quiere resaltar es el espíritu de compañerismo que ha sentido por parte del resto de la tripulación. «En todo momento me han ayudado para coger experiencia, me he sentido uno más del equipo del barco».
Patrón del Nuevo Salvador Padre
Por José ahumada
Adrián Fernández asegura que su gran pasión es la cocina, pero la mar... es otra cosa. «Fui a Masterchef. Estuve en Bilbao y pasé las clasificatorias. Me rechazaron al final, cuando estaba a punto de ir al programa: creo que fue porque en la entrevista dije que yo la mar no la dejaría». Con 34 años, que no son tantos, ya ha pasado la mitad de la vida trabajando a bordo. «Mi familia siempre ha ido a ello, y yo de pequeño también fui con mi padre y me gustó. Siempre me ha gustado». Tanto, que a los 17 ya empezó de firme, y hoy es patrón y armador del Nuevo Salvador Padre, un brioso pesquero de 16 metros y puente de proa con el que se quedó tras comprar sus respectivas partes a su padre y a su tío. Por cierto, Salvador, que da nombre al barco, era su abuelo, así que ya se ve que el oficio en casa viene de largo.
«La vida que llevamos depende de la costera: ahora, con la del rape, que es de invierno, salimos dos o tres días, hasta cinco, y volvemos a descansar dos». Otras veces las salidas son más cortas. O más largas: cuando toca bonito son nueve días fuera de casa durante los tres meses de verano... Un ritmo un poco raro para un hombre casado y con un chaval de 16 meses con el que querría pasar más tiempo, pero es lo que hay. «Entre semana lo veo poco: cuando llego, igual a las ocho de la tarde. Pero estoy con él todo el rato el fin de semana».
«Nos vamos defendiendo», responde cuando se le pregunta cómo marcha el negocio. «A base de muchas horas de mar y muchos golpes vamos sacando el jornalín». ¿Golpes? Sí, capaces de desmoralizar a cualquiera, y cuenta, por ejemplo, el rescate que hicieron al Marhvin, otro barco de Santoña que se fue a pique. «Eso siempre es angustioso, pero de todo se sale y todo se va pasando. Siempre hemos tenido mal tiempo, pero vamos mirando los partes y poco a poco vamos capeándolo. No hay más».
Pescador
Por Ana Cobo
En Senegal también era marinero, pero allí pescaba en cayucos», cuenta Mbayedieng Digo, rodeado de compatriotas, y sentado en un lateral del mirador del puerto de Santoña. «Empecé en el barco Madre Consuelo de aquí, en 2002, pero se vendió para Galicia y me fui a trabajar a la embarcación Manuel Padre Segundo de Colindres», explica. No tuvo que ir a pedir empleo. «Me llamaron porque buscan siempre gente con experiencia». Este pescador es uno de los muchos extranjeros que largan las redes a bordo de pesqueros cántabros. Ante la falta de jóvenes que quieran ir a la mar, ellos han cubierto los huecos en las tripulaciones, garantizando la viabilidad de los buques. Los armadores están más que agradecidos a su labor y fidelidad.
«El sector lo veo bien. Es un trabajo duro, pero en el barco que voy yo tengo buenos compañeros». Y, eso, en un espacio tan limitado, es de valorar. La costera que más le pesa es la de bonito, porque «pasamos bastante días fuera, se trabaja más y se descansa menos y, a veces, hay que hacer carnada por las noches». Lo que más tedioso le resulta de la vida en el barco es la espera hasta que el patrón, valiéndose de radares y las sondas, avista el cardumen. «Cada vez hay menos pescado, sobre todo de verdel. Cuando empecé descargábamos más de 60.000 toneladas de verdel. Ahora todo es bonito y anchoa».
Mbayedieng asegura que tiene ganas de salir ya a faenar de nuevo. «Estamos parados desde finales de noviembre». Los medios y la seguridad del barco, cuenta, «han mejorado muchísimo y se puede vivir mejor». Ademas, valora, «volvemos a tierra todos los días. Descargas las capturas en el muelle y puedes dormir en casa. Y los fines de semana no se trabaja». A él le gusta mucho el oficio, aunque «en la mar todo el trabajo es esfuerzo».
Armador y patrón del Ermita Pilar
Por Ana Cobo
El relevo generacional y los elevados costes que requiere un barco –seguro, combustible, Seguridad Social... – son los principales trabas que esboza el armador – y también patrón –, Pablo Argos, cuando se la pregunta por la situación del sector. Este santoñés marca el rumbo del pesquero Ermita Pilar, que heredó de su padre. «Es un oficio con muchos altibajos, un año puedes pescar mucho y otro menos; no hay nada garantizado», describe, aludiendo a que cada temporada que encaran en cubierta es una completa incógnita. A ello añade que en los últimos tiempos los gastos son cada vez más elevados. «No tiene nada que ver el coste de hace diez años con el de ahora. Lo que ocurre es que la subida de los gastos no se equivale con el incremento que ha experimentado el precio del pescado». No obstante, estos últimos años han sido «bastante buenos», reconoce.
Siendo un veinteañero, Argos se enroló escuchando a su vocación. El mar corre por sus venas. Sólo así se explica que 25 años después siga al pie el cañón con la misma energía. Unas ganas que cuesta encontrar en las nuevas generaciones, que dan la espalda al puerto, al motor económico de una villa con una industria eminentemente conservera. En su caso, explica sonriente, tiene un sobrino que está estudiando en la Escuela Náutica de Santander con visos de llevar las riendas del buque familiar. «Es una gran ilusión». Aunque también una excepción.
«Por el muelle no se ve gente joven», sentencia. El Ermita Pilar no ha tenido problemas para encontrar marineros. «En los últimos años mantenemos la misma tripulación y la mayoría son locales». Eso sí, de menos de 30 años solo hay un pescador. Algo que le cuesta entender. «Desde que yo empecé a ahora las condiciones laborales han mejorado mucho y sacas el sueldo del año, estando cuatro meses sin trabajar».
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