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La pescadera Asun Puente, ayer, en el negocio que regente en el Mercado de la Esperanza , en Santander. Alberto Aja
«Repartimos a domicilio, hay que reinventarse»
Asun Puente | Pescadera del Mercado de la Esperanza

«Repartimos a domicilio, hay que reinventarse»

En primera línea ·

Sin clientela presencial, los pedidos son ahora la manera de aguantar el «golpe». La vendedora espera que el mercado recupere «su ambiente» cuando «todo termine»

Laura Fonquernie

Santander

Viernes, 17 de abril 2020, 07:06

Las restricciones son claras y las salidas de casa están reducidas a las imprescindibles, entre ellas ir a la compra. Eso sí, se hace en establecimientos cercanos a casa y nada de bajar todos los días. Mientras dure el estado de alarma en cada salida toca llenar el carro para toda la semana. Quizá algunos clientes ya compraban antes en fruterías, carnicerías y tiendas de alimentación del barrio. O igual no, y preferían subirse a un autobús para acercarse a un establecimiento más lejano, pero donde venden esas hamburguesas que tanto gustan a su familia. O conocen a una pescadera de toda la vida y saben, perfectamente, la buena calidad de sus productos.

En el Mercado de la Esperanza, de Santander, había un poco de todo. En pasado, sí. Porque la imagen de estas semanas poco se parece a la de hace un mes y medio. Una situación que ha obligado a los negocios a «reinventarnos». Para Asun Puente, pescadera que regenta su propio negocio desde hace 23 años, esa ha sido la clave. ¿Y cómo lo han hecho? Con repartos a domicilio. El mercado es una «institución» en la ciudad y, como tal, recibe las visitas diarias de vecinos del centro y de puntos «del extrarradio». Clientes que, ahora, por responsabilidad, «no puede venir a comprar». Sin las ventas presenciales, era el momento de buscar una alternativa, y eso hicieron. «Si la gente no sale, tenemos que ir nosotros», explica Asun. Además, desplazarse lejos de casa también puede suponer «que te pare la policía y te multen».

Aunque el ritmo de ventas ha bajado igualmente, al menos los pedidos les permiten aguantar el golpe. «Estamos un poco a la baja, pero nos arreglamos bien», dice optimista. Al puesto apenas se acerca gente, pero el teléfono suena durante todo el día. La primera llamada a las 08.00 horas. «Así nos lo encargan y nos dicen cómo quieren que se lo preparamos». Es decirlo y el sonido del teléfono interrumpe la entrevista. «¿Ves? Llaman para otro pedido», cuenta Asun Puente mientras atiende al cliente al otro lado del móvil.

«La gente no venía, hacía falta una alternativa. Por eso ahora, llaman, dicen qué quieren y a partir de las 12.30 se lo llevamos»

las entregas

Ella le explica los productos frescos del día y en unos minutos cierran otra venta. Como si estuvieran allí mismo viendo el puesto. Luego lo prepara todo y se organiza con su marido para el reparto. «Juntamos varios pedidos y lo entregamos a partir de las 12.30 h». Algo que «antes no pasaba», no imaginaban el camino que ha adoptado el negocio, pero tampoco les queda otra.

El sistema surgió porque al principio del estado de alarma «no venía nadie». Fue entonces cuando decidieron implementarlo desde la Asociación de Comerciantes del Mercado de la Esperanza y tras publicitarlo y darlo a conocer a los vecinos, lo cierto es que funciona bien. «La respuesta de la gente ha sido muy buena». Al final la iniciativa permite a «clientes de toda la vida y que nos conocen» seguir disfrutando de los mismos productos el tiempo que dure el confinamiento.

Pero algo ha cambiado. Quizá lo más significativo del lugar, el hecho de ir hasta allí, moverse entre los pasillos que separan un puesto de otro, ver los productos y comprarlos. «A la gente le gusta venir, verlo, esto es una institución», indica la pescadera. Y eso, estos días no está. Falta ese bullicio tan característico del mercado.

El trasiego de compradores entrando y saliendo ha dejado paso a un silencio poco habitual. De fondo sólo se escuchan las conversaciones que los vendedores mantienen entre ellos y los pasos, tímidos, de algún cliente.

«Los días empiezan a pesar»

También ha cesado el uso de billetes y monedas. «Antes en la plaza corría el dinero en efectivo y ahora la gente es reticente a utilizarlo». Ocurre tanto en las ventas presenciales como en los repartos, donde muchos vecinos muestran su preferencia por el pago con tarjeta. Unas circunstancias excepcionales que han cambiado de lleno «el ambiente» del mercado.

«En el plano personal lo estoy llevando mal, hace un mes que no veo a mi nieto y nosotros somos una familia muy unida»

distancia

La estampa tardará en volver, aún quedan semanas de cuarentena. ¿Y qué pasará después? «Quiero pensar que la gente volverá a salir, que recuperará la costumbre y vendrá otra vez», resume Puente, aunque la pescadera es consciente de que permanecerá el modelo de ventas a domicilio. «Quizá quede el sistema; habrá vecinos que seguirán preguntando por el reparto a domicilio, y a nosotros nos viene bien», señala. Y es que para la pescadera hay ya una cosa clara: «Esta situación sentará un precedente» en el modelo de negocio.

Después de un mes, el comercio aguanta y es en el plano personal donde «empiezan a pesar los días», reconoce. Afortunadamente «en casa todos estamos bien», pero estar tanto tiempo alejada de la familia es duro. Asun Puente tiene un nieto al que hace un mes que no ve, «estamos muy unidos y en ese sentido lo llevo mal». El único contacto es cuando sale a la calle, «voy del trabajo a casa y al revés, así que sólo les veo al pasar». Las ventanas y terrazas se han convertido en el saludo más cercano.

Sobre el virus, ella no está especialmente preocupada por contagiarse: «No me muevo de mi puesto», dice, pero su marido sí porque es quien hace los repartos.

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