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Una de las mayores dudas a la que se enfrentan quienes participan en esta sección es la opinión que tendrían sus familiares al verse en las páginas de un periódico. La sencillez con la que afrontaron sus vidas les hizo alejarse del protagonismo. Por eso, ... dudan. En cambio, la forma en la que se marcharon obliga a sus allegados a poner justicia. Aunque suene fuerte, no es otra cosa que recordar su figura a través de estas líneas. El covid se ha llevado por delante demasiadas cosas. Una de ellas, las despedidas. En ocasiones precipitadas, y en otras ni siquiera eso. Personas que se han marchado de este mundo sin tener la oportunidad de recibir el último homenaje. Y sus familiares, de recibir el cariño y acompañamiento de los amigos y allegados. Han tenido que restringirse –y en ocasiones, prohibirse– los velatorios para valorar su efecto terapéutico. Molestos en ocasiones, pero sanadores para la aflicción tras la muerte de un ser querido.
Eulogio Fernández Peña era «reservado, familiar y trabajador». Lo repite varias veces durante la conversación su hija Rosa Eva. Ella es profesora de inglés en el Instituto Estelas de Cantabria, en San Mateo, muy cerca de Los Corrales de Buelna. Y lo es, admite, por herencia de su padre. Él la inculcó el amor por los idiomas extranjeros aunque de manera inconsciente, porque él nunca estudió. Eulogio nació en el seno de una familia humilde en 1937, en plena Guerra Civil, en un pueblo de Palencia llamado Grijota, en la carretera hacia Becerril y Paredes de Nava. Era el cuarto de diez hermanos. «No lo pasaron bien. En aquella época nos contaba que hasta gorriones tenían que matar para poder llevarse algo a la boca», cuenta su hija. Tuvo que emigrar, como muchísimos otros en aquellos años, para encontrar un futuro mejor y, sobre todo, un medio de sustento. Lo encontró en los Países Bajos, en una fábrica de neumáticos llamada Vredestein. Un sector al que permanecería unido, sin que lo supiera, a su regreso a Cantabria. Una vez que abandonó Holanda se instaló en Ruerrero. Siempre se consideró cántabro pese a haber nacido en la provincia de Palencia.
«El hecho de que supiera holandés me motivo para ser profesora de lengua extranjera. Me cautivaba, despertó mi vocación», admite su hija. Pero a Eulogio no le gustaba hablar del pasado, prefería centrarse en el presente y el futuro. Se casó con Concha, que aún no ha superado su pérdida, pasados los cuarenta años. Algo tarde para la época, motivado por su estancia en el extranjero. Tuvieron dos hijos, Rosa Eva y José Eulogio, y dos nietos, Martín y Álvaro, que eran su locura.
La experiencia laboral acumulada le permitió incorporarse en la Firestone, actual Bridgestone, de Puente San Miguel fabricando de nuevo neumáticos. Allí se jubiló. Los compañeros le apodaban cariñosamente 'el mudo' por su carácter reservado. Vivía en Torrelavega, en la Nueva Ciudad. Ese carácter introvertido, sin embargo, no le impedía cultivar una intensa vida familiar. «De pequeña recuerdo que todos los domingos íbamos a ver a su madre y su hermano pequeño, mi abuela y mi tío, que vivían en Tanos», recuerda su hija. De su estancia en Holanda adquirió la costumbre de comunicarse por carta, algo que no abandonó ni tras la llegada de la telefonía móvil y sus múltiples posibilidades. «Le gustaba enviar felicitaciones de Navidad e intercambiar lotería con la familia. Ya de mayor me pedía que le ayudase porque no quería perder la tradición. Aún hay por casa postales de cuando trabajaba fuera», añade Rosa Eva.
Aparte de la familia y el trabajo, Eulogio era muy aficionado a la bicicleta. Una pasión que potenció al tener más tiempo libre cuando se jubiló. Pero un día se la robaron del garaje. Coincidió, cuenta su hija, con la boda de esta. «A partir de ahí comenzamos a notar un bajón tremendo. Se entretenía con el tute y al fútbol no le hacía mucho caso, así que se centró en sus nietos. «Hace dos años tuvieron que operar a uno de mis hijos y le tuvimos que dejar el perro. Nunca había tenido animales, pero se encariñó tanto que lo hizo prácticamente suyo. Le daba de comer debajo de la mesa y le consentía mucho», explica.
«Mi padre siempre tuvo miedo a envejecer, a hacerse mayor. Aún así, con sus nietos se hacía el fuerte, intentaba cogerlos en brazos», recuerda emocionada. Los dos últimos años las videollamadas paliaron en parte la falta de fuerza. Eulogio comenzó a experimentar poco a poco un deterioro y acabó ingresando en el Asilo de Torrelavega. Rosa Eva siempre estuvo convencida de que su padre sería longevo: «De no haber sido por el covid, habría sido como su madre, que vivió 97 años».
Lo que no deja de acordarse es de la soledad con la que se fue. Eulogio falleció en el Hospital de Sierrallana a los 83 años de edad. «Siempre estaré agradecida a la doctora Amado. Ella me permitió que entrara a verle. Aunque tuviera que ponerme mascarilla, gorro y bata, al menos puede coger su mano. Le estaré eternamente agradecida», concluye.
Correo electrónico de contacto Si ha perdido a un ser querido y quiere contar su historia, puede escribir al correo: homenaje@eldiariomontanes.es
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