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Lourdes Bermejo inicia la entrevista con un matiz: «Las personas mayores no son un colectivo. Esa palabra iguala, homogeneiza. En España hay más de nueve ... millones, con una franja de edad de más de 35 años». Por tanto, ¿tendrían necesariamente que ver una persona de 65 y una de 90?, se pregunta. Su respuesta es no.
La pandemia ha desplazado la atención hacia las personas mayores, pero con un cariz uniforme, condescendiente. «Son ciudadanos adultos con derechos. Otra cosa son las personas mayores con deterioro cognitivo o más fragilidad. Entonces, hablaremos de ese grupo», precisa Bermejo, muy activa en el debate público, donde combate prejuicios y visiones acomodaticias. Doctora en Ciencias de la Educación, es vicepresidenta en las sociedades española y cántabra de Geriatría y Gerontología, ámbito donde trabaja desde hace más de 30 años. Estos días ha sido, además, un altavoz del sector y de un grupo de edad que no es otra cosa que un grupo de ciudadanos.
-¿Esta crisis sanitaria ha hecho aflorar el edadismo o los prejuicios por razón de edad?
-El edadismo está muy presente. Hay un paternalismo enorme. Casi todo el mundo dice 'nuestros mayores', y no son propiedad de nadie; porque nadie habla de nuestras mujeres, ¿no? Ese paternalismo ya señala que esa persona tiene menos capacidad, y que es otro quien decide por él: un hijo, una hija, los medios, quien sea. Y el paternalismo está muy vinculado al edadismo. Hay un grupo de personas mayores con limitaciones, deterioro o discapacidad, pero para hablar de los mayores hay que hacerlo desde la diversidad y la pluralidad.
-Ha analizado estos días el peso de la soledad o la brecha digital. ¿Es hora de atajar estos vacíos?
-La brecha digital ha ido reduciéndose en los últimos años. Las personas de 65 años en adelante han mejorado mucho la competencia digital. Pero es verdad que el grupo de 80 años en adelante es el que tiene tasas menores de uso de internet. La capacidad para afrontar una situación como esta, o la soledad cotidiana, está muy vinculada a los recursos personales, y también a la percepción del envejecimiento. Quienes lo perciben como algo negativo, y reciben mensajes negativos -'estás mayor para esto', 'no lo hagas a tu edad'-, construyen una mala imagen del envejecimiento como si, a medida que se envejece, se fuera menos competente. Esa percepción negativa está relacionada con la iniciativa, la proactividad, el esfuerzo que se hace para estar, por ejemplo, digitalmente actualizado.
La brecha digital es un factor de exclusión social y el confinamiento lo ha demostrado. La digitalización es una herramienta muy buena para mantener el control de vida, esencial en este momento. No lo hemos trabajado suficientemente. Si hubiéramos hecho más inversión -en equipos, capacitación, motivación-, sobre todo en las personas más mayores o en las que están más solas, la situación no se daría con esta intensidad. Somos seres sociales, necesitamos relacionarnos, y una vida buena, digna y que merezca la pena está muy relacionada con vínculos afectivos y proyectos. Y si la tecnología es un vehículo hay que hacer el esfuerzo.
-¿La crisis anticipa la necesidad de un cambio de modelo para las residencias, de abrir el debate?
-En España, desde hace unos diez años, un grupo de profesionales hemos ido entendiendo que las residencias tienen que ser lugares para vivir; que son agrupaciones de personas que necesitan algún apoyo y conviven, pero han de tener oportunidades para una vida agradable, con proyectos, actividades, relaciones.... La vida tiene que merecer la pena. No se trata sólo de cuidar a las personas para que sobrevivan, sino para que tengan una vida, una vida que hay que alimentar.
Los apoyos para la vida cotidiana o pequeños cuidados ya se proporcionaban en las residencias. Pero otros problemas más complejos de salud han de ser prestados, básicamente, por el servicio de salud que ese ciudadano ha pagado toda su vida. Si se tiene una jubilación, un derecho, ¿por qué pagar a un médico de la residencia si 'en casa' se contaría con el de cabecera? Las residencias son lugares de vida, y, cuando las personas necesiten más cuidados sanitarios, el sistema de salud tendrá que ver la forma en que los presta, llevando a sus profesionales, integrándolos dentro de las instituciones residenciales, prestando unas horas o habilitándolos... Esto ha de ser así siempre, pero, además, en una crisis sanitaria de salud pública, la responsabilidad es de las autoridades sanitarias, no de quienes prestan una atención social. Ante una emergencia como la que vivimos los dos sistemas tienen que dialogar, coordinarse y cohesionarse. Se les achaca a los servicios sociales o a las residencias que no pueden reaccionar, pero es que la solución (información, formación, medios materiales o humanos...) ha de venir de Sanidad.
-La predicción estadística apunta a que la población cántabra envejecerá en los próximos años. ¿Qué adaptación se precisa?
-La sociedad tendrá que articularse y dar servicios y oportunidades de vida a sus ciudadanos. No tiene sentido que, por ejemplo, haya pediatras y no geriatras para atender a quienes lo necesiten. Sea desde Primaria o para la red de residencias. Las Administraciones están para servir a sus ciudadanos. Tendremos que diseñar una sociedad para las personas que vivan en ella y si sus ciudadanos son mayores, dar respuesta a sus necesidades. Es de justicia. La justicia es otro valor importante en esta crisis, y también para repensar la sociedad del futuro. Los recursos tienen que estar repartidos de una forma más equitativa entre los ciudadanos.
-¿Las unidades de geriatría en los centros de salud serían una línea de actuación?
-El desarrollo de la geriatría en España y en Cantabria es una necesidad y esta crisis lo ha acentuado. No todas las personas mayores lo necesitarán, pero sí los más mayores, pluripatológicos o frágiles. Puede hacerse de diversos modos: interconsulta con Primaria; programas comunitarios de psicogeriatría. En cualquier caso, hay que apoyar a los profesionales de las residencias, que es donde viven muchas de las personas mayores más frágiles.
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