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Foto: Javier Cotera | Vídeo: Héctor Díaz

El resistir de los albarqueros

Cultura declarará Bien de Interés Inmaterial un oficio que puede desaparecer en una Cantabria cada vez menos rural y en un que hacer que hace años que «no da para vivir»

Pilar Chato

Santander

Viernes, 18 de agosto 2017

Rafael Cossío realizó su primer par de albarcas con 16 años. Hoy tiene 71, y en este tiempo las albarcas han sido siempre más un hobby que un oficio. Su vida laboral ha estado en la mina, en Reocín y en El Soplao, y solo después de jubilado dedica todo su tiempo a un oficio antaño común en el campo y hoy en manos de unos pocos artesanos que trabajan por encargo para fiestas populares, regalos o recuerdos. San Cipriano, San Blas, el Día de Campoo, alguna chimenea sobre la que reposar.

En su taller en La Viesca el ambiente es de tertulia, hoy están preocupados por las avispas asiáticas que atacan a las colmenas cercanas. En las estanterías, bien ordenados, varios pares terminados, alguno en proceso y un par antiguo que sirve de inspiración. Son de ‘El Lijero’ un pastor de Entrambasaguas (Campoo), experto en este oficio. Hay herramientas y hay madera. En el ‘porche’, la zona de trabajo y alguna viruta. Una bolsa de Carolina Herrera cuelga de la entrada. De diseñadora a artesano, en un diálogo invisible.

Cossío ha puesto pares de albarcas hasta en Estados Unidos y en los pies de unos cuantos famosos, incluido el Rey Juan Carlos, Benedicto XVI o Mercesdes Milá.

Javier Cotera

Los hermanos Fermín y Dani llegan al taller de Rafael a ajustar unas albarcas ya hechas y a encargar otras. Saben lo que quieren y lo que valen. Son nietos de Manuel Díaz, ‘El Carambita’, de Ucieda, 28 años de pastor en los que el tiempo le dio para fabricar muchos pares de albarcas.

Y es que antes eran pocos los que se dedicaban solo a ello, en su mayoría ésta era una tarea mas, agregada a las labores del campo.

-¿Cuánto cuesta un par?, preguntamos.

-150, responde Rafael Cosío

«150», susurran los hermanos con cara de que es mucho menos de lo que pueden pensar quienes no entienden de esto. Y ellos saben. Pero hoy quedan pocos artesanos. «Esto no da para vivir (…) está muy a lo justo a punto de desaparecer», advierte con resignación Cossío, quien apostilla: «Albarqueros que hacen agujeros hay varios, pero que hagan albarcas bien, con los dedos de una mano se cuentan ... y sobraría alguno».

Pedro Pablo Cosío, otro joven albarquero de Puentenansa, los cifra en algo más de una veintena. Ninguno vive de ello. Todos tiene otro oficio.

Ahora la Consejería de Cultura acaba de iniciar un expediente para declarar el oficio Bien de Interés Cultural Etnográfico Inmaterial, habla del reforzamiento de la identidad y de la protección de un oficio de gran relevancia en el pasado. Las consecuencias directas están por verse, pero desde la Asociación para la defensa de los Interés de Cantabria (ADIC) confían en que sirva para «protegerlo, fomentarlo y ayudarlo». El BIC puede hacerlo prioritario en convocatorias de ayudas.

Amparo López, directora del Museo Etnográfico, está convencida de que ésta es una forma de protegerlo, y el consejero de Cultura, Ramón Ruiz, asegura que el «desarraigo» de este tipo de bienes inmateriales, «frágiles, compuestos de saberes que en su mayoría se han visto abandonados», exigía salvaguardarlos.

Más ayudas

Tanto Rafael Cossío, como Augusto Rodríguez, de la Asociación Cultural Artesanos de Cantabria, creen que está bien la declaración de BIC, pero dicen que «hacen falta subvenciones», fomentar su conocimiento en los colegios, cuidarlo. O desaparecerá.

Imagen. Augusto Rodriguez muestra el proceso de cosreuir 'la casa' de la Albarca

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Imagen. Augusto Rodriguez muestra el proceso de cosreuir 'la casa' de la Albarca Javier Cotera

En el mismo sentido, Pedro Pablo Cosío apunta, resignado, que este viejo oficio «va como va, para atrás». ¿Y dentro de 20 años? Duda. «Posiblemente sí, alguno habrá, alguno mas saldrá. Pero pasará como al 90% de los artesanos. Los tiempos cambian y las cosas cambian y lo que antes era necesidad, ahora ya no..», reflexiona este joven albarquero que aprendió de uno de los grandes: Amado Gómez, de Carmona, fallecido en 2007, uno de los pocos que sí se dedicaba en exclusiva a este oficio.

Pedro Madrazo, gerente de ADIC, cree que dentro de 20 años, no solo las albarcas sino muchas artesanías relacionadas con las materias primas desaparecerán si no se protegen. Él plantea las opciones de las escuelas taller para que el oficio no se pierda. Porque cuando un objeto pierde su fin último, o no se puede vivir de ello, el riesgo de desaparecer se dispara. Aún así, Madrazo recuerda que en Cabuérniga y el Nansa todavía se pueden ver albaracas a las puertas de las casas con los tarugos manchados de barro. Y eso es vida.

«Reivindicamos a todos los artesanos de Cantabria, que están un poco abandonados. Recorremos muchos kilómetros y no hay ni para gasolina. A ver si ahora de verdad se implica un poco el Gobierno, como con los bolos o las marzas». Augusto Rodríguez reclama mientras hace saltar virutas de un trozo de arce con el que muestra la fase inicial de la albarca. Él era albañil, y hace cinco años, de la mano de Enrique, de Celis, aprendió un oficio que cuida de que no se pierda. Salta otra astilla y empuja el barreño para construir la ‘casa’ y la azuela para vaciar bajo la ‘capilla’, el lugar donde entrará el pie. Con escarpín en unos modelos, con zapatilla en otros. Jadea. Este oficio requiere maña y algo de fuerza.

Rafael Cossío tiene este dibujo en su taller. cada una de las partes de una albarca Javier Cotera

27 centímetros, un 42

En la fase final toca decorar cada pieza. Las antiguas, dedicadas al trabajo, eran más sobrias. Ahora, hasta se hacen personalizadas. El líder del PSOE, Pablo Zuloaga, acaba de encargar unas a Rafael Cossío con el escudo de Bezana y una profesora de ingles le pidió el Big Ben a Augusto Rodríguez. 27 centímetros un 42. ‘El Carambita’ lograba hacerlas idénticas, hasta del mismo peso.

Tallar una albarca puede llevar entre 20 y 30 horas. Todo se hace a mano. De cada trozo de madera surge uno de estos zuecos, al que solo se agregan los tarugos, tres piezas de madera sobre las que se camina. «Yo no les pongo goma, me gusta el sonido sobre el suelo». Rodríguez usa avellano, avellano que corta en la menguante de enero. Avellano que descansa colgado en el techo de su taller en Cartes. Al fondo, una huerta y sobre la pared, un calendario con una foto antigua de un pasiego con almadreñas (como le dicen allí) y las herramientas, con sus protectores de cuero, que ha construido otro artesano: Manolo, también de Celis. Y todo tiene que ver con las manos, y con la transmisión de saberes «que no se pierdan estas cosucas nuestras», dice.

Bienes de Interés Cultural Inmaterial

  • Declarados Las Marzas, el juego de bolos, la música y el tañido del rabel, las danzas tradicionales

  • Incoados las mascaradas rurales de invierno, el oficio de elaboración de albarcas

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