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El trayecto en coche desde el centro comercial Bahía de Santander hasta Valle Real dura apenas cuatro minutos. La distancia de poco más de ... tres kilómetros es importante en cuanto al territorio se refiere porque convierte al primero en parte de Santander mientras el segundo pasa a estar en el municipio de Camargo. Lo cierto es que es un detalle que poco ha importado, pero que ahora es clave porque el confinamiento de municipios prorrogado este martes hasta el próximo 2 de diciembre, impide a los santanderinos visitar el centro. Y esa restricción a la movilidad ha aislado a Valle Real que sólo recibe la visita de vecinos de Camargo. Algo que afecta a las cajas de los negocios del centro.
Con la hostelería también cerrada, la escasez de gente se nota nada más entrar. La estampa impresiona hasta el punto de que, entre los propios comerciantes se han mandado fotos de los pasillos vacíos. «Estamos aislados». Este martes, sobre las 10.30 horas de la mañana, Silvia Rey, propietaria de la tienda Rey Piel, aprovechaba la ausencia de clientes para limpiar el espacio algo que, en cualquier otro momento, «no podría hacer», reconocía. La empresaria lleva 23 años instalada allí y cuenta que «siempre hay ambiente». Pero desde el anuncio del confinamiento de municipios el pasado 4 de noviembre la «afluencia ha bajado un 70%».
Cualquier otro día, en una hora podían pasar por la tienda 20 personas, ahora ese es el número de visitas que recibe en todo el día. La situación es «horrible, no hay nadie», define. La percepción la comparten el resto de comercios. «Valle Real es un centro al que viene mucha gente de Santander, Castro o Laredo», explica Susana Fernández, propietaria de D-Uñas. Visitas que, de momento, no pueden recibir. La situación es de «descontento absoluto» porque se sienten «abandonados». Como si les hubieran «cerrado, pero sin ayudas», comenta indignada. Están obligados a ir, pero «no hay gente» a quien atender ni ventas que hacer. Para los comerciantes lo ideal sería que «dejen a los clientes venir» pero como parece que no puede ser, al menos «recibir ayudas» mientras se alarguen estas restricciones.
A esto se suma otro problema que aumenta el enfado y es que el domingo deben abrir sus puertas. Según el calendario, tras perder el Jueves Santo por el confinamiento, el 22 de noviembre pasó a ser uno de los diez domingos y festivos anuales en los que les corresponde abrir, pero la medida es un «sinsentido» porque ha perdido su razón de ser. «Es absurdo abrir», insiste Fernández, la situación en el centro está «fatal» y subir la persiana sólo añade gastos. Y es que además tampoco les permiten «reducir el horario de actividad», añade, porque a partir de las 20.00 horas por allí no camina ni un alma.
«Yo no lo entiendo», coincide Marian Díaz, propietaria de la tienda Calzedonia, sobre la obligación de abrir el domingo. En cualquier otro momento, sería una jornada que la gente «aprovecha para desplazarse, pero ahora no es posible». Con lo que no les beneficia en nada. «Eso es lo que más mosquea». En cuanto a la situación, aunque es delicada -la afluencia ha caído un 70%- Díaz se muestra más optimista porque al menos «estoy abierta», dice. Está más preocupada con el futuro. Se pregunta qué va a pasar en febrero si no mejora la crisis sanitaria y ya no hay ERTE.
Si no hay gente, no hay facturación y las ventas han caído en torno a un «70 u 80%», calcula Álvaro Gómez, dueño de Zap-In. El comercio está en un punto «desastroso e insostenible». El empresario comprende que el traslado del festivo se hizo antes de saber en qué situación estaría la región, pero «ahora mismo no tiene sentido». Y reconoce que preferiría «no abrir porque no va a servir de nada y es para no vender», señala. Por eso la petición de nuevo es «trasladarlo». Eso sí, mantiene el «ánimo» de ir hacia delante poco a poco.
En la peluquería Macavi, también están indignados con la obligación de abrir el domingo porque «no tiene sentido», subraya Ana Ruiz, una de las trabajadoras. «Es absurdo» y más aún si el mensaje es que «nos quedemos en casa», comenta. Allí comparten la idea de «quitarlo» o pasarlo a otra semana, pero no dejarlo donde está. La jornada será de absoluta tranquilidad, un día de pérdidas que luego «no lo puedes paliar con una semana de beneficios», añade. El negocio abre sólo para atender a vecinos de Camargo y no es sostenible con las «altas rentas» a las que deben hacer frente.
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