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La Encuesta de Población Activa (EPA) es, a pesar de sus limitaciones de método, una de las principales herramientas para valorar la marcha del mercado de trabajo y, a través de él, de la economía y del bienestar social. Pero normalmente su publicación da ... lugar en Cantabria a combates político-sindicales y mediáticos de solo un par de asaltos dialécticos, como obligado comentario del día, crítico o triunfalista según convenga. Más raramente es aprovechada para actualizar el retrato socioeconómico de la región. Y este déficit de reflexión puede ser una de las causas por las que la Cantabria oficial se posiciona tan lejos de la realidad que experimenta el común de los montañeses.
Casi la mitad de los cántabros con empleo y con edad de haberse graduado son titulados universitarios. Es un porcentaje muy superior a la media española. Pero eso no quiere decir que todos estén trabajando en puestos que requieren titulación universitaria. En realidad, ese alto porcentaje se debe a que casi un 80% de los empleos de las Administraciones públicas están ocupados por universitarios; a veces porque se requiere, como en Medicina, Enfermería, servicios jurídicos o económicos, profesorado, etcétera; otras veces, porque los titulados universitarios han buscado como salida laboral hacerse administrativos u ordenanzas.
En el sector privado, el porcentaje de empleo con título superior baja al 40%, y aún aquí se da la sobrecualificación. Sorprende la cantidad de titulados que ejercen labores comerciales. Que se entienda: no es malo que toda esta población trabajadora haya pasado por la universidad; mejor todavía si, como bien solía decir el rector Gómez Sal, además la universidad ha pasado por ella. Pero, en cualquier caso, el sobresaliente esfuerzo que el conjunto de la sociedad realiza en la educación superior pública, pagando 9 de cada 10 euros de su coste, no se ve reflejado en una cifra parangonable de empleos propiamente superiores (y sus salarios correspondientes), pese a la alta calidad de la enseñanza recibida. Es cierto, pues, que hay una mayor empleabilidad del universitario, pero la EPA de Cantabria nos indica que, incluso con esta invasión diplomada de espacios que requieren menos cualificación, más del 30% de los parados son titulados universitarios (11.700 de 38.500).
Así hay tres grupos de intensivamente educados: los que tienen empleo acorde, los que tienen el que han podido pillar, y los que no tienen ninguno. Está claro, entonces, que Cantabria experimenta una fuerte necesidad de generar tejido económico que reclame mano de obra de superior preparación. De nuestros casi 120.000 universitarios en el mercado laboral, un 10% no halla sitio. La transformación del sistema productivo hacia empresas tecnológicas y de servicios avanzados es una necesidad generacional y vital, no solo económica.
Además, la ocupación sobrecualificada de este estrato hace que otros colectivos, como los que han terminado estudios secundarios, salgan desplazados y eleven en su caso esta alienación hasta un 16%: de 146.000, están ‘out’ 23.000. Corolario: tampoco ha sido muy útil la formación secundaria si los egresados tienen luego que competir con abogados, maestros o ingenieros en las oposiciones multitudinarias a funcionario o a alguna empresa de posibles.
Un tercio de todos los desempleados cántabros son hombres solteros, a pesar de que solo forman aproximadamente un quinto de la fuerza laboral presente. El paro afecta también un poco más al extranjero: un 7% de la población activa, pero casi un 10% del desempleo.
Si tomamos el retrato por edades, el perfil es preocupante: un 35% de los parados de la región tienen 45 o más años. De ellos, casi 10.000 personas llevan más de un año buscando trabajo y no lo encuentran. Son edades de responsabilidades familiares, hipotecas, crianza de hijos, cuidado de generaciones anteriores y maduración de vidas profesionales (en lo que se ventila también la pensión futura, a saber, si será adelgazante o aniquilante). No hay ningún partido ni sindicato que tenga un plan de recolocación importante y concertado para todas estas personas. Esto quiere decir que al menos este tercio del desempleo se está cronificando, y esta fuerza laboral no creará el valor añadido del que es perfectamente capaz por talento y ganas (seguramente más de 200 millones de euros cada año, que añadirían 1,6 puntos al PIB).
De primavera de 2015 a primavera de 2017 la recuperación económica en Cantabria ha incrementado el empleo en 10.000 personas. Lo ha hecho de forma muy desigual: 8.500 son mujeres y 1.500, hombres. Si nos restringimos al tramo de edad 25-54, cuando se crean y consolidan los hogares, hay 5.800 empleadas más y prácticamente los mismos empleados que hace dos años: para estos, la recuperación simplemente no ha existido.
Por ramas de actividad, en estos dos años ha subido el empleo sobre todo en actividades profesionales, administrativas y auxiliares (+3.500); artísticas, recreativas y hogares como empleadores domésticos (+3.200); el comercio y la hostelería (+2.900). En otras ramas se perdió empleo. La industria apenas ha creado 200 empleos netos en este bienio de la pizarra, y la agricultura ha perdido 1.000.
Retrato de grupo: desajuste entre cualificación educativa y realidad de la economía regional; generación de bolsas de exclusión en mayores de 45 años, en personas con formación secundaria, y en un diezmo de los universitarios; problema insólito del estancamiento bienal del trabajo en los varones de 25-54 años. Frustraciones de juventud, desánimos de madurez, vidas irrealizadas. No hay orquesta política wagneriana que pueda tapar este gemido de fondo de la Cantabria sufridora.
Una legislatura agotada ya en su ecuador no puede ser otra cosa que un grave error colectivo en la conformación del Parlamento en 2015. Ha frenado la recuperación de la economía y el empleo, y degradado la vida política hasta invocar el regreso de los fantasmas del siglo anterior: transfuguismo, insurrección, incumplimiento de la higiene presupuestaria, ínfima productividad, torpedeo de proyectos, insensibilidad hacia los usuarios de servicios esenciales. Un cambio resultaba seguramente inevitable, pero, como Ortega y Gasset en su día de desilusión republicana, muchos cántabros se dicen hoy: «No es esto, no es esto». Y tienen razón.
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