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El vídeo se lo sacan a relucir cada vez que toca renovar candidatura. Un Revilla con el bigote mucho más oscuro -y la voz más aguda- suelta una frase rotunda: «Bien sabe Dios que yo en la política estoy a disgusto». El caso es que ... es un programa de televisión que se emitió en 1984. O sea, que el líder regionalista lleva 38 años instalado en el presunto disgusto. O eso, o ha cambiado de opinión y le ha ido cogiendo la gracia. «Me veo en la obligación de seguir ante la petición unánime de los compañeros del PRC», dijo este miércoles. Como obligado. Condicionando un 'sí' que toda la oposición daba por cantado a lo que le dijeran los médicos. Parece lógico que con 80 años -los cumplirá en enero- la opinión de los sanitarios tenga peso (leyó el informe de los doctores). Correcto. Pero a Revilla hace décadas que le va la marcha y avivar el misterio cada vez que se acerca un proceso electoral. Tomando una expresión suya: 'le pone'. Como pez en el agua en el papel. Ahora tiene el reto de repetir el triunfo electoral que tantos años le costó conseguir. Eso, y mantener un partido, su criatura, que pasó de un grupo de amigos que luchaba por tener algún diputado -y que estuvo al borde del precipicio por el transfuguismo- a trasatlántico de la política regional: el más votado.
Es parte de una fórmula que no le ha ido nada mal. El don de gentes que ni sus adversarios le pueden negar incluye un poco de victimismo, de hacerse el remolón (insistiendo en que los temas de salud -que no son nuevos-, sí que son ciertos). Buena parte de su ya muy extensa carrera política ha estado acompañada de ese soniquete. Del 'igual lo dejo', del 'me quedo porque me lo piden'. Hay una escena de 2015 que es un traje a medida.
Lunes, 25 de mayo. Festividad de la Virgen del Mar en Santander y día después de la noche electoral más amarga para Ignacio Diego. El líder del PP se fue a la cama sabiendo que las cuentas y los pactos le iban a desalojar de la Presidencia. Por la mañana, le tocó asistir a la procesión y mantener la sonrisa (y el tipo). No quiso hacer declaraciones, pero desde su lugar en la comitiva escuchaba a Revilla (saboreando, a falta de pactos, que volvía al poder), que caminaba diez metros por detrás. «Qué contento andas...», le soltó al creador del PRC una señora. «No se crea. Si ella -por la Virgen- supiera cuáles son mis sueños...». El Revilla victorioso, en su salsa, con cara de compungido. El mismo juego que en el vídeo del 84: «El primer día que se cumplan las condiciones que el señor Blanco (el socialista Jaime Blanco) dice que van a hacer, cuelgo mi chaqueta de político, porque la odio».
Ojo, porque el día de la Virgen del Mar era consciente de que regresaba a Peña Herbosa. Y tiene miga el dato. En las legislaturas 1995-1999 y 1999-2003 fue vicepresidente y consejero de Obras Públicas (en coalición con el PP). Luego, con pactos (con el PSOE), alcanzó el puesto. Presidente (en 2003). El golpe del político de pueblo gritón y reivindicativo que quemaba coches en sus primeros años recorriendo Cantabria y que ha acabado como estrella mediática en las televisiones. Y repitió en 2007. Pero los populares recuperaron el poder en los siguientes comicios (2011) y, cuentan sus más próximos, que eso dejó tocado al chico de Polaciones. Tanto, que es la única vez que -dicen- estuvo, en serio, cerca de echarse a un lado.
Pero no. Y ha seguido. Siempre hubo un estímulo. Primero, el de recuperar el cargo. Conseguido (en 2015). Luego, el de sacar premio en unas elecciones nacionales. Conseguido (en 2019). Y, por último (su mayor logro desde el punto de vista de líder y fundador de un partido modesto), ganar unas autonómicas, ser el más votado. Conseguido (en 2019). Aparte de sacar adelante sus proyectos para Cantabria (irse sin el tren o La Pasiega hechos o de verdad encarrilados sería una espina demasiado afilada), esos estímulos han pesado mucho.
Pero hay más. Primero, repetir triunfo. A los ochenta. El más difícil todavía. Y también su partido. Porque Revilla sabe que el tirón es suyo y que el PRC le necesita como el comer. Que hay muchos políticos con un futuro que depende exclusivamente de lo que haga el jefe. Él dice por activa y por pasiva que el relevo no es una preocupación, que la formación está consolidada y que hay «una pila» de buenos sucesores. Sin embargo, cualquier analista alberga la curiosidad de cómo será un PRC sin Revilla (y, sobre todo, de cuántos votos será capaz de mantener). Y así, precisamente en sus compañeros ha encontrado la justificación para no colgar la chaqueta. «Todos me lo piden». Otra oportunidad para exhibir ese 'yo me iría, pero no me queda otro remedio'. La fórmula de éxito Revilla. El efecto. El último baile antes de -como decía en el vídeo de 1984- «marcharme a Polaciones a pescar».
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