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La vida da muchas vueltas. Miguel Ángel Revilla tenía 42 años y era el líder del modesto PRC, con sólo dos diputados de 35 en la Asamblea Regional, cuando en la primavera de 1985 se lio la manta a la cabeza y viajó a Bruselas ... para protestar por el brutal impacto que el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea (CEE) iba a tener en la ganadería de Cantabria. Ahora, 36 años después, vuelve a la capital belga para reclamar la inclusión de Cantabria en el Corredor Ferroviario Atlántico, pero lo hace con todo el boato de un presidente autonómico, uno de los más mediáticos y populares. Entre los dos viajes, un carrerón político.
En estos días anteriores al retorno a Bruselas, a Revilla le llegan desde el fondo de los años los recuerdos de aquel primer viaje, una peripecia improvisada de la noche a la mañana, en la que le acompañó quien firma esta crónica. Para los dos era el primer viaje al extranjero.
No era sólo plantarse en Bruselas, había también que hacerse ver y oír antes de que culminara la negociación comunitaria en los últimos días de marzo de 1985. En el legendario hotel Métropole, donde se fundó la empresa Solvay, que allí mismo patrocinó en 1927 la reunión de genios de la ciencia más importante de la historia –de Einstein a Marie Curie, de Bohr a Schrödinger–, Revilla trazó una suerte de atrevida estrategia.
Ni manejaba idiomas ni disponía de contactos en Bruselas, pero el diputado regionalista andaba sobrado de determinación, ingenio y picardía. Para acceder al Palais Charlemagne, que acogía la discusión sobre las condiciones de la adhesión de España a la CEE, con unas credenciales de dudosa procedencia. Para contar a los periodistas de los medios españoles que cubrían la negociación las vicisitudes de la ganadería cántabra. Para conseguir que a medianoche la agencia Reuters revelase y enviase a Santander una foto que ilustrase sus gestiones en Bruselas, algo que en aquel tiempo anterior a la existencia de internet y a los móviles era un proceso lento y complejo. Para conseguir que el paciente y educado ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, al menos escuchase las reivindicaciones cántabras. Por cierto, con mejor humor que Manuel Marín, secretario de Estado para las relaciones con la CEE, que miraba con desconcierto a Revilla, un desconocido político de Cantabria muy pesado con la ganadería, que venía a agitar las aguas en el final de una negociación que ya duraba 23 años, desde 1962, o sea, en pleno franquismo.
En realidad, no había nada que hacer. La suerte estaba echada, porque la negociación comunitaria ya se había cerrado, a falta de algunos flecos. Revilla lo sabía, pero estaba dispuesto a ser la única voz de la decepción por las condiciones que el ingreso de España a la CEE reservaba a Cantabria. También se trataba de dar lo que llamó 'un escarmiento' al Gobierno regional del PP por su inacción en este asunto durante los meses anteriores.
Algún efecto tuvo el desplazamiento de Revilla a Bruselas porque nada más enterarse, el entonces presidente del Ejecutivo regional, Ángel Díaz de Entresotos, y su consejero de Ganadería, Vicente de la Hera, también pusieron rumbo a la capital belga, al tiempo que negaban a Revilla cualquier representación de Cantabria en la cumbre.
Después de esta secuencia bastante cómica, unos y otros conocerían la cruda realidad: el ingreso en la CEE supondría para la ganadería cantábrica un recorte en la producción para favorecer a Francia y al Norte de Europa en la comercialización de leche fresca, en polvo y derivados lácteos, y en la importación de ganado vivo, carne fresca y refrigerada. Un palo en toda regla al medio rural del Cantábrico para compensar la buena nueva que supondría entrar en Europa para la exportación de la agricultura mediterránea, entre otros sectores. Habría que esperar a los fondos del llamado Objetivo 1 para que Cantabria conociese los beneficios de la Europa comunitaria que, dicho sea de paso, ha supuesto para el conjunto de España un gran avance en la modernización del país en el orden político, institucional y económico.
Revilla, tradicionalmente muy crítico con el proceso seguido para la construcción europea, contaría después en uno de sus libros (La jungla de los listos, Espasa, 2014) sus andanzas en Bruselas y los efectos en Cantabria de la integración de España en Europa. Los 20.000 ganaderos de leche se quedaron en menos de 2.000. Casi de la noche a la mañana, pasó a la historia el viejo modelo de tantas y tantas familias que vivían de unas pocas vacas, porque la leche se pagaba a buen precio, en contraste con la ruina que amenaza al sector en la actualidad.
Revilla vuelve hoy a Bruselas con otra reivindicación principal: la inclusión de Cantabria en el Corredor Ferroviario Atlántico, un instrumento vital para el desarrollo socioeconómico de la región permanentemente olvidado por las administraciones. De momento, solo buenas palabras del Ministerio de Transportes con la vaga promesa de incluir a la comunidad en el Corredor Atlántico en 2023.
Pero este viaje de Revilla a Bruselas se parece bastante poco al de marzo del año 1985. Aquella incursión semiclandestina en los centros de decisión europeos se convierte ahora en una visita con pompa y circunstancia, con séquito y protocolo. Con una agenda perfectamente programada, con la atención deferente de las instituciones a un presidente autonómico y con contactos de alto nivel: desde los embajadores de España en Bélgica y en la UE a las reuniones con los vicepresidentes de la UE, Josep Borrell y Margaritis Schinas, con comisarios y eurodiputados de los diversos grupos políticos vinculados a la Comisión de Transportes, además del encuentro con los cántabros que viven y trabajan en Bruselas que tendrá lugar en la Oficina del Gobierno regional en la capital belga.
El resultado de la gestión por el Corredor Ferroviario Atlántico es, naturalmente, incierto, aunque el pronóstico no puede ser tan pesimista como el que hace 36 años registró la defunción de la ganadería cántabra tradicional. Para Revilla, en todo caso, la diferencia entre un viaje y otro simboliza su singular travesía desde la cuasi marginalidad política hasta la cumbre del poder autonómico. Sí, la vida da muchas vueltas.
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