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«¿Por qué no se ha querellado contra Bárbara Rey, que ha dicho cosas horribles, o contra Corinna, que ha dicho que tenía una máquina ... de contar dinero en La Zarzuela?». Así se lamentaba Miguel Ángel Revilla en la rueda de prensa multitudinaria que convocó hace una semana para airear sus desdichas después de que el Rey emérito lo denunciara por injurias. Precisamente Juan Carlos I, a quien tanto había admirado, se querellaba contra él, un hombre corriente, «un ciudadano de 82 años nacido en Polaciones».
Puede que al anterior jefe del Estado se le encendiese la bombilla cuando supo de las declaraciones del expresidente cántabro, que ya lo viniese rumiando o que tenga tarifa plana con su equipo de abogados, el caso es que el emérito ha decidido iniciar también acciones legales contra su examante Corinna Larsen (conocida también, de forma más rimbombante, como Corinna zu Sayn-Wittgenstein, los apellidos que le proporcionó su matrimonio en segundas nupcias con un aristócrata alemán). La acompaña en la nueva ronda de demandas el abogado Dante Canonica, administrador de la fortuna de Juan Carlos I, y a quien considera culpable de las supuestas irregularidades fiscales. Como en el caso de Revilla, los abogados del padre de Felipe VI pretenden llegar a un acuerdo de conciliación previo en el que ambos se retracten de sus comentarios en contra de él.
Don Juan Carlos (de nombre completo Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón de las Dos Sicilias), parece haberse decidido a limpiar su nombre a base de demandas, una empresa difícil después del grave deterioro de su imagen, a la que él mismo ha contribuido con su más que discutible comportamiento. Miguel Ángel Revilla llevaba razón al quejarse de que el anterior monarca hubiese tirado contra él: en realidad, nunca había contado nada que no se supiese, lo que sucede es que, fiel a su estilo, lo contaba como un chiste, ridiculizándolo y llevándolo y trayéndolo por todas las televisiones. Que si es un «corrupto», un «viva la Virgen», un «evasor fiscal», un «caradura» con domicilio fiscal en Abu Dabi... sin duda son acusaciones menores frente a las que formuló la despechada Corinna, quien llegó a denunciarlo ante un tribunal de Londres por acoso, vigilancia ilegal y difamación, reclamándole casi 150 millones de euros en concepto de daños y perjuicios.
Hay que recordar que el ocaso de Juan Carlos I se inició hace ahora trece años, un infausto 14 de abril de 2012, tras sufrir una caída en pleno safari en Botsuana, adonde había viajado con su querida para disfrutar de la caza de elefantes, y que se convirtió en un escándalo ya imposible de ocultar. Si hasta ese momento sus escarceos amorosos, pese a ser conocidos, nunca habían sido aireados, desde entonces se abrió la veda para destapar sus vergüenzas. Sólo dos años después, abdicaba y cedía el trono a su hijo.
Queda por comprobar ahora si la exvedette Bárbara Rey se suma a la lista de querellados reales, algo lógico teniendo en cuenta que es una de las personas que más ha contribuido al descrédito del Rey emérito: después de décadas amagando con contarlo todo, finalmente aparecieron las imágenes que confirmaban sus amoríos con Juan Carlos I, aunque con un papel de barragana muy alejado de la sofisticación del de Corinna: si el escenario de los revolcones con la princesa alemana –mantiene un enfrentamiento con la familia zu Sayn-Wittgenstein por seguir usando el título– era el palacio de La Angorrilla, los encuentros con quien fuera domadora en el circo de Ángel Cristo, su marido, se celebraban de forma mucho más clandestina en un chalé de Madrid. Si a Corinna le ingresó 64,8 millones de euros por «gratitud y amor», como ella misma declaró, con Bárbara Rey fue más cicatero: según confesó en un programa de televisión, le prometió 100 millones de pesetas –600.000 euros al cambio–, pero sólo recibió 25 –150.000 euros–.
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